EL NOVIAZGO II
En aquellos tiempo las mozas no podían ir solas al baile; siempre acudían con sus madres por lo que en los salones de “El Zaragoza”, la “Verbena de Valentín” el baile de “Nicolás” y mucho antes que éstos el baile de “Changarrilla”, era preceptivo colocar una serie de bancos pegados a las paredes de la pista para que ellas se sentasen observando los movimientos de sus hijas y con quién bailaban. No obstante, para burlar tal vigilancia, las parejas interesadas en darse algún achuchoncillo, que era por otra parte lo que más se podía conseguir en estos sitios, formaban una ”pelotera” en el medio del salón que constituía un gran obstáculo para el ojo avizor maternal que además se veía incrementado por las evoluciones de muchas parejas que, sin ningún compromiso y interés por estos menesteres, bailaban en el espacio comprendido entre “el pelotón” de enamorados y los bancos donde ellas estaban sentadas. De todas maneras en muchas ocasiones, el atolondramiento pasional de algunos era tal que se salían del centro dejándose ver por las comadres siendo blanco más acervas críticas: “ ¡Ay que ver qué sinvergüenzas, cómo van de pegados ¡
A pesar de los pesares, como no “se pueden poner cerrojos al campo” el amor fluía entre los mozos y mozas del pueblo como siempre ha sido, es y será. Pero cuando una pareja se enamoraba o, por conveniencias familiares se arreglaban, (-“ El roce hace el cariño, hija mía”-) emprendía un largo camino, siempre de varios año, hasta conseguir el objetivo final que, lógicamente, era LA BODA.
Les esperaban largos paseos, con las amigas, en los atardeceres domingueros por la plaza y por la calle Real, hasta conseguir “pasear solos”. Tendrían que soportar el frío y la lluvia en el dilatado periodo de LA PUERTA, donde el novio acudía todas las noches y tenía que estar fuera de la casa y ella dentro.
-“ ¡Qué frío estará pasando el pobrecito ¡”-, comentaba una vecina que estaba a la lumbre con los suyos y se había asomado a la puerta de la calle.
-“ ¿Es que “ entoavía” no han “peío” a esa muchacha?”-, preguntaba el abuelo.
Cuentan también que un chico forastero cortejaba a una muchacha. Llegó el invierno y, con él el frío, el pobre novio las pasaba canutas en el umbral cortejando a su amada. Una de estas noches, el padre de la moza, se apiadó de él y le invitó a entrar a calentarse. El muchacho, haciendo un alarde de hombría, contestó entre el castañeteo de dientes: Loootttts mottttzos de mitttt puettttblo no tttttienen frtttttttio.
En aquellos tiempo las mozas no podían ir solas al baile; siempre acudían con sus madres por lo que en los salones de “El Zaragoza”, la “Verbena de Valentín” el baile de “Nicolás” y mucho antes que éstos el baile de “Changarrilla”, era preceptivo colocar una serie de bancos pegados a las paredes de la pista para que ellas se sentasen observando los movimientos de sus hijas y con quién bailaban. No obstante, para burlar tal vigilancia, las parejas interesadas en darse algún achuchoncillo, que era por otra parte lo que más se podía conseguir en estos sitios, formaban una ”pelotera” en el medio del salón que constituía un gran obstáculo para el ojo avizor maternal que además se veía incrementado por las evoluciones de muchas parejas que, sin ningún compromiso y interés por estos menesteres, bailaban en el espacio comprendido entre “el pelotón” de enamorados y los bancos donde ellas estaban sentadas. De todas maneras en muchas ocasiones, el atolondramiento pasional de algunos era tal que se salían del centro dejándose ver por las comadres siendo blanco más acervas críticas: “ ¡Ay que ver qué sinvergüenzas, cómo van de pegados ¡
A pesar de los pesares, como no “se pueden poner cerrojos al campo” el amor fluía entre los mozos y mozas del pueblo como siempre ha sido, es y será. Pero cuando una pareja se enamoraba o, por conveniencias familiares se arreglaban, (-“ El roce hace el cariño, hija mía”-) emprendía un largo camino, siempre de varios año, hasta conseguir el objetivo final que, lógicamente, era LA BODA.
Les esperaban largos paseos, con las amigas, en los atardeceres domingueros por la plaza y por la calle Real, hasta conseguir “pasear solos”. Tendrían que soportar el frío y la lluvia en el dilatado periodo de LA PUERTA, donde el novio acudía todas las noches y tenía que estar fuera de la casa y ella dentro.
-“ ¡Qué frío estará pasando el pobrecito ¡”-, comentaba una vecina que estaba a la lumbre con los suyos y se había asomado a la puerta de la calle.
-“ ¿Es que “ entoavía” no han “peío” a esa muchacha?”-, preguntaba el abuelo.
Cuentan también que un chico forastero cortejaba a una muchacha. Llegó el invierno y, con él el frío, el pobre novio las pasaba canutas en el umbral cortejando a su amada. Una de estas noches, el padre de la moza, se apiadó de él y le invitó a entrar a calentarse. El muchacho, haciendo un alarde de hombría, contestó entre el castañeteo de dientes: Loootttts mottttzos de mitttt puettttblo no tttttienen frtttttttio.