de donde has sacado este texto tan interesante me lo puedes decir o mandarmelo por correo y tambien si pudieras decirme si en el libro viene algo de las imagenes que habia en loriana sobre todo saber si el cristo de la piedad procede de allí que por cierto lo estan restaurando y va a quedar precioso
No te preocupes estoy transcribiendo la escasa información de este documento para que todos puedan leerlo. He querido subir el plano para que el que haya estado por el lugar se haga una idea cómo podían ser las celdas y los habitáculos del convento.
gracias diego por contestarme la verdad esque este verano visite el convento con mi hermano y unos amigos y es una verdadera pena como esta yo hacia unos años de la ultima vez que lo vi y por lo que he podido ver pienso que de aqui a unos años estara ireconocible lo que si nos causo sensacion es el horno pues pareciera que lo hubiesen puesto alli despues
LORIANA
También Lauriana y Luriana. Antiguo núcleo poblacional situado en término de la Nava de Santiago, localidad próxima, en la que pasaron a integrarse sus últimos moradores a mediados del siglo XIX, tras el abandono definitivo del asentamiento. El lugar se sitúa en las estribaciones de la Sierra de San Pedro, sobre un paraje de gran belleza natural, ocupando un pequeño valle bañado por el arroyo Lorianilla, al abrigo del Cerro del Vidrio, en el ámbito de las dehesas del Carnero y de la Muela. En esa misma zona se localizan diversos dólmenes neolíticos, entre los que sobresalen por su buena conservación, los conocidos como Cueva de la Moneda o del Monje, Lácara o Cueva del Moro, y otros; así como indicios de lo que según algunos autores pudo ser un castro celta, en el llamado Mirador de la Muela. También existen restos de época romana, entre ellos los correspondientes a lo que ciertos investigadores, apoyándose en la toponimia local, los objetos y escorias de este material que se encuentran con abundancia casi a ras del suelo, y otros indicios, identifican como un centro fabril de producción de vidrio. Una calzada romana secundaria, perteneciente al itinerario Olisipo (Lisboa) a Norba (Cáceres) discurre próxima, atravesando por el mismo puerto que permitía la comunicación con Mérida y Badajoz.
Con antecedentes, quizá un vicus romano, está documentada la existencia en ese lugar de una ermita visigoda dedicada a San Isidro. Ocupado el territorio por la Orden de Santiago en el siglo XIII, pronto se desarrolló en este punto, como enclave incluido en la jurisdicción de la Ciudad de Badajoz, un nuevo foco de población entorno a una iglesia bajo la advocación de San José. A partir del siglo XVI el lugar pasó a pertenecer, con la consideración de Señorío, a los Marqueses de Loriana, titulo creado a este efecto por la monarquía. Bajo este régimen estuvo en posesión de D. Juan Vázquez Dávila y Guzmán, y otros nobles. Durante ese período la población adquirió un notable desarrollo, llegando a constituir a finales de la centuria un foco destacado en la zona. Así lo pone de manifiesto el hecho de que, en los repartimientos de moriscos efectuado en 1571 y 1595, a esta localidad le correspondieran 10 y 11 respectivamente, cifra apreciable, y superior a otros pueblos vecinos.
Los daños y arrasamientos sufridos por las zonas fronterizas de Extremadura durante las guerras de Portugal y de sucesión al Trono de España, entre 1640 y 1714, afectaron gravemente a la población, originando una decadencia de la que ya no se recuperó. Así, en 1670, Solano de Figueroa señala que del antiguo núcleo no restaba casi más que el nombre, realidad que resulta confirmada posteriormente por otras fuentes.
Con todo, la importancia de Loriana se conecta de forma directa con el convento franciscano, fundado a mediados del siglo XVI sobre la antigua ermita de San Isidro, por Fray Alonso de Manzanete, religioso natural de la vecina localidad de la Roca de la Sierra. El monasterio, cuyas obras se realizaron a expensas del entonces titular del Señorío, Don Juan Vázquez Dávila, se inauguró en 1551.
Primitivamente la institución quedó incluida en la provincia franciscana de San José (observantes) pasando posteriormente a integrarse en la de San Gabriel (descalzos). El primer guardián del convento fue su mismo fundador, Fray Alonso de Manzanete, que ostentó el cargo durante ocho años. En ese tiempo se celebraron en Loriana las definiciones en las que resultó elegido Provincial de la Orden, San Pedro de Alcántara.
El monasterio es de pequeñas proporciones y se articula formalmente de acuerdo con el modelo habitual de las fundaciones franciscanas, caracterizándose, en consecuencia, por su severa resolución constructiva. La fábrica es de mampostería, ladrillo y sillares, apreciándose piezas de origen romano embutidas en ciertos puntos de los muros. La obra constituye un complejo en el que se unifican capilla, claustro, estancias y demás dependencias y anejos.
El núcleo organizador del conjunto es el claustro, que como en todas las casas de la Orden, resulta de reducidas proporciones y gran parquedad. Consiste en un pequeño recinto de 5x5 m. definido por ocho columnas graníticas de orden toscano, que sustentan los ocho arcos de medio punto –dos tan solo por lado- que forman la galería baja del patio. La alta queda compuesta por igual número de arcos, la mayoría hoy cegados. En el centro del patio perdura un pozo granítico de brocal cuadrado. En torno al claustro se distribuyen el refectorio, coro, sacristía, biblioteca, corredores y doce celdas.
Adosada directamente al claustro por su costado septentrional, se sitúa la capilla del monasterio. Esta, también de reducidas proporciones (12x5m) es de una sola nave dividida en tres tramos con coro en el primero, cubierta de bóveda de cañón, y cabecera cuadrangular muy angosta, ligeramente elevada sobre la nave. Por delante de los pies se dispone un pequeño atrio de acceso, con bóveda de aristas, en el que se sitúa una chimenea-horno de curiosa disposición.
En el tramo de la cabecera se abre la comunicación con el claustro, así como criptas laterales para enterramientos de los frailes. Al exterior, por el costado del evangelio aparecen cuatro fuertes estribos, los dos centrales enmarcando el arco que cobija la portada. Por el flanco meridional, el conjunto ofrece una atractiva morfología, en la que destacan cinco grandes contrafuertes escalonados, de maciza estructura, con el mismo tipo de doble arco superpuesto que aparece en la llamada “Torrecilla” de la iglesia de Nuestra Sra. De la Asunción, de la Nava de Santiago. Por ese mismo lado sobresale el enorme cuerpo de un potente torreón de piedra con aspecto militar, de planta cuadrangular, en el que se abre dos accesos; uno en recodo cubierto, y otro de medio punto dispuesto directamente sobre el muro frontal. AL interior, ésta torre se divide en planta en dos ámbitos. Como consecuencia de los daños sufridos durante la Guerra de la Independencia. Las desamortizaciones posteriores obligaron a su exclaustración por lo que en 1841, los últimos frailes que lo ocupaban, finalmente debieron abandonarlo. Según la tradición este hecho estuvo también motivado por una plaga de termitas que invadió el lugar, circunstancia que se aplica igualmente a la antigua aldea de Santa Ana, localidad aneja a la Nava de Santiago, como Loriana y desaparecida en el siglo XVII.
Tras la marcha de los franciscanos el complejo conventual pasó a manos particulares, habiendo contado desde entonces con distintos propietarios. En la actualidad pertenece a una familia radicada en Cáceres. A partir de finales del siglo pasado algunos cortijos han surgido en las inmediaciones del viejo monasterio.
A principio de los años 90, este valioso testimonio de las fundaciones franciscanas, el más destacado quizá de la Baja Extremadura, entre los de su tipo, junto con el de Rocamador de Almendral-Barcarrota, también en acusado grado de transformación, se encuentra en grave estado de abandono y ruina utilizándose su iglesia como almacén y establo para la guarda de ganado. Con todo, aún se está a tiempo para proceder al rescate, restauración y puesta en valor de un monumento tan representativo en la historia de la región.
También Lauriana y Luriana. Antiguo núcleo poblacional situado en término de la Nava de Santiago, localidad próxima, en la que pasaron a integrarse sus últimos moradores a mediados del siglo XIX, tras el abandono definitivo del asentamiento. El lugar se sitúa en las estribaciones de la Sierra de San Pedro, sobre un paraje de gran belleza natural, ocupando un pequeño valle bañado por el arroyo Lorianilla, al abrigo del Cerro del Vidrio, en el ámbito de las dehesas del Carnero y de la Muela. En esa misma zona se localizan diversos dólmenes neolíticos, entre los que sobresalen por su buena conservación, los conocidos como Cueva de la Moneda o del Monje, Lácara o Cueva del Moro, y otros; así como indicios de lo que según algunos autores pudo ser un castro celta, en el llamado Mirador de la Muela. También existen restos de época romana, entre ellos los correspondientes a lo que ciertos investigadores, apoyándose en la toponimia local, los objetos y escorias de este material que se encuentran con abundancia casi a ras del suelo, y otros indicios, identifican como un centro fabril de producción de vidrio. Una calzada romana secundaria, perteneciente al itinerario Olisipo (Lisboa) a Norba (Cáceres) discurre próxima, atravesando por el mismo puerto que permitía la comunicación con Mérida y Badajoz.
Con antecedentes, quizá un vicus romano, está documentada la existencia en ese lugar de una ermita visigoda dedicada a San Isidro. Ocupado el territorio por la Orden de Santiago en el siglo XIII, pronto se desarrolló en este punto, como enclave incluido en la jurisdicción de la Ciudad de Badajoz, un nuevo foco de población entorno a una iglesia bajo la advocación de San José. A partir del siglo XVI el lugar pasó a pertenecer, con la consideración de Señorío, a los Marqueses de Loriana, titulo creado a este efecto por la monarquía. Bajo este régimen estuvo en posesión de D. Juan Vázquez Dávila y Guzmán, y otros nobles. Durante ese período la población adquirió un notable desarrollo, llegando a constituir a finales de la centuria un foco destacado en la zona. Así lo pone de manifiesto el hecho de que, en los repartimientos de moriscos efectuado en 1571 y 1595, a esta localidad le correspondieran 10 y 11 respectivamente, cifra apreciable, y superior a otros pueblos vecinos.
Los daños y arrasamientos sufridos por las zonas fronterizas de Extremadura durante las guerras de Portugal y de sucesión al Trono de España, entre 1640 y 1714, afectaron gravemente a la población, originando una decadencia de la que ya no se recuperó. Así, en 1670, Solano de Figueroa señala que del antiguo núcleo no restaba casi más que el nombre, realidad que resulta confirmada posteriormente por otras fuentes.
Con todo, la importancia de Loriana se conecta de forma directa con el convento franciscano, fundado a mediados del siglo XVI sobre la antigua ermita de San Isidro, por Fray Alonso de Manzanete, religioso natural de la vecina localidad de la Roca de la Sierra. El monasterio, cuyas obras se realizaron a expensas del entonces titular del Señorío, Don Juan Vázquez Dávila, se inauguró en 1551.
Primitivamente la institución quedó incluida en la provincia franciscana de San José (observantes) pasando posteriormente a integrarse en la de San Gabriel (descalzos). El primer guardián del convento fue su mismo fundador, Fray Alonso de Manzanete, que ostentó el cargo durante ocho años. En ese tiempo se celebraron en Loriana las definiciones en las que resultó elegido Provincial de la Orden, San Pedro de Alcántara.
El monasterio es de pequeñas proporciones y se articula formalmente de acuerdo con el modelo habitual de las fundaciones franciscanas, caracterizándose, en consecuencia, por su severa resolución constructiva. La fábrica es de mampostería, ladrillo y sillares, apreciándose piezas de origen romano embutidas en ciertos puntos de los muros. La obra constituye un complejo en el que se unifican capilla, claustro, estancias y demás dependencias y anejos.
El núcleo organizador del conjunto es el claustro, que como en todas las casas de la Orden, resulta de reducidas proporciones y gran parquedad. Consiste en un pequeño recinto de 5x5 m. definido por ocho columnas graníticas de orden toscano, que sustentan los ocho arcos de medio punto –dos tan solo por lado- que forman la galería baja del patio. La alta queda compuesta por igual número de arcos, la mayoría hoy cegados. En el centro del patio perdura un pozo granítico de brocal cuadrado. En torno al claustro se distribuyen el refectorio, coro, sacristía, biblioteca, corredores y doce celdas.
Adosada directamente al claustro por su costado septentrional, se sitúa la capilla del monasterio. Esta, también de reducidas proporciones (12x5m) es de una sola nave dividida en tres tramos con coro en el primero, cubierta de bóveda de cañón, y cabecera cuadrangular muy angosta, ligeramente elevada sobre la nave. Por delante de los pies se dispone un pequeño atrio de acceso, con bóveda de aristas, en el que se sitúa una chimenea-horno de curiosa disposición.
En el tramo de la cabecera se abre la comunicación con el claustro, así como criptas laterales para enterramientos de los frailes. Al exterior, por el costado del evangelio aparecen cuatro fuertes estribos, los dos centrales enmarcando el arco que cobija la portada. Por el flanco meridional, el conjunto ofrece una atractiva morfología, en la que destacan cinco grandes contrafuertes escalonados, de maciza estructura, con el mismo tipo de doble arco superpuesto que aparece en la llamada “Torrecilla” de la iglesia de Nuestra Sra. De la Asunción, de la Nava de Santiago. Por ese mismo lado sobresale el enorme cuerpo de un potente torreón de piedra con aspecto militar, de planta cuadrangular, en el que se abre dos accesos; uno en recodo cubierto, y otro de medio punto dispuesto directamente sobre el muro frontal. AL interior, ésta torre se divide en planta en dos ámbitos. Como consecuencia de los daños sufridos durante la Guerra de la Independencia. Las desamortizaciones posteriores obligaron a su exclaustración por lo que en 1841, los últimos frailes que lo ocupaban, finalmente debieron abandonarlo. Según la tradición este hecho estuvo también motivado por una plaga de termitas que invadió el lugar, circunstancia que se aplica igualmente a la antigua aldea de Santa Ana, localidad aneja a la Nava de Santiago, como Loriana y desaparecida en el siglo XVII.
Tras la marcha de los franciscanos el complejo conventual pasó a manos particulares, habiendo contado desde entonces con distintos propietarios. En la actualidad pertenece a una familia radicada en Cáceres. A partir de finales del siglo pasado algunos cortijos han surgido en las inmediaciones del viejo monasterio.
A principio de los años 90, este valioso testimonio de las fundaciones franciscanas, el más destacado quizá de la Baja Extremadura, entre los de su tipo, junto con el de Rocamador de Almendral-Barcarrota, también en acusado grado de transformación, se encuentra en grave estado de abandono y ruina utilizándose su iglesia como almacén y establo para la guarda de ganado. Con todo, aún se está a tiempo para proceder al rescate, restauración y puesta en valor de un monumento tan representativo en la historia de la región.