Cuando allá por la década de los cincuenta. No recuedo bien el año, pero debió ser sobre 1953, 1954 o muy próximo a estas fechas, pudimos ver el cine en Valencia, le pusieron el nombre de "Cine El Pino", sin duda haciendo honor al pino que había en él y que en la actualidad se conserva.
La entrada al cine costaba una peseta. Sí sí, muy poca cosa, por eso algunos de los chavales de entonces, entre los que yo me encontraba, con tal de ahorrarnos una peseta, como la pantalla -en el cine de verano- era transparente, pues nos entrábamos por los cercados y nos poníamos por detrás de la casa que hoy tiene el número 15 en la calle Mora, que era de uno llamado Domingo y que hoy es propiedad de María del Carmen Viera Macías, desde donde veíamos la película, naturalmente sin pagar nada.
¿Qúe por qué lo hacíamos así? Pues muy sencillo, para ahorrarnos la pesetilla para dársela luego a los pobres y así hacíamos obras de caridad. Si para comprar un pan en la panadería de Serafina, tenían mis padres que ir a pedirlo fiado para pagarlo cuando podían. ¡Como íbamos a permitirnos el lujo de ir al cine! Pero aunque no había dinero para pan, Como podéis comprobar no nos privábamos los chavales del pueblo, más favorecidos por la fortuna entre los que yo me encontraba, de ninguna clase de lujos.
¡Qué tiempos aquellos, cuánto ha llovido desde entonces!
El admirador de Valencia (Antonio Gamero)
La entrada al cine costaba una peseta. Sí sí, muy poca cosa, por eso algunos de los chavales de entonces, entre los que yo me encontraba, con tal de ahorrarnos una peseta, como la pantalla -en el cine de verano- era transparente, pues nos entrábamos por los cercados y nos poníamos por detrás de la casa que hoy tiene el número 15 en la calle Mora, que era de uno llamado Domingo y que hoy es propiedad de María del Carmen Viera Macías, desde donde veíamos la película, naturalmente sin pagar nada.
¿Qúe por qué lo hacíamos así? Pues muy sencillo, para ahorrarnos la pesetilla para dársela luego a los pobres y así hacíamos obras de caridad. Si para comprar un pan en la panadería de Serafina, tenían mis padres que ir a pedirlo fiado para pagarlo cuando podían. ¡Como íbamos a permitirnos el lujo de ir al cine! Pero aunque no había dinero para pan, Como podéis comprobar no nos privábamos los chavales del pueblo, más favorecidos por la fortuna entre los que yo me encontraba, de ninguna clase de lujos.
¡Qué tiempos aquellos, cuánto ha llovido desde entonces!
El admirador de Valencia (Antonio Gamero)