Como soy sobrino de Manuela, casada con Federico, que durante muchos años se dedicó a vender pescado hasta que el pobre se quedó ciego, soy primo-hermano de "Pico" y de Avelino, al que por cierto mando un efusivo abrazo, así como a mi sobrino-primo Juan, al que deseo que se restablezca prontamente del percance que tuvo hace unas semanas. Sé que las expectativas de futuro, hoy día, para la juventud española no son nada halagüeñas, analizando los datos macroeconómicos, pero lo último que hay que perder es la esperanza. A pesar de la crisis económica (una de las más duras de la historia), cuyas consecuencias solamente estamos vislumbrando, ahogada en los medios de comunicación de masas por otros asuntos más banales; a pesar de la crisis institucional del Estado (¿qué es realmente España en nuestros días, o mejor dicho, qué queda de España?); y a pesar, por último, de la crisis de valores que venimos arrastrando desde la caída del muro de Berlín y del telón de acero de los países comunistas, yo confio en el pueblo español, que no en sus políticos cicateros y de estrechas miras, que no ven más allá de sus narices (e incluyo a los políticos de cualquier orientación ideológica o de cualquier partido, de derecha o de izquierda). Somos nosotros mismos, primero individualmente y después unidos, los que vamos a tener que sacar las castañas del fuego, como por otra parte siempre ha sido históricamete, al margen de vanas promesas y utopías enajenantes. Lo siento, pero me ha afectado bastante el intento de suicidio de mi primo-sobrino Juan.