EL ÁRBOL. Quise escuchar el viento y me sorprendió un ave que volaba más allá de las estrellas. Me dirigí hacia el castillo, recorrí un camino y encontré la silueta de un árbol reflejada en el borde del arroyo. Ese árbol que no habla, pero crece, siente y se va resquebrajando poco a poco, día a día, con el viento, con la lluvia y con el tiempo, recibiendo las sonrisas, las palabras, los secretos y los sueños del viandante. Y sigue allí observado, ingenuo y a la vez misterioso y soberbio.
Es el árbol de mi pueblo.
Es el árbol de mi pueblo.