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ACEBO: ¿Qué fragor de ronco trueno,...

¿Qué fragor de ronco trueno,
qué crujir de pétreas capas,
qué concierto de turbiones,
qué rugidos o amenazas
bajan raudos, tumultuosos,
del riñón de la montaña?

Es el canto de epopeya,
es la grave y ronca marcha,
es el lúgubre estampido
de cañones y metrallas
que en torrentes caudalosos y
rugiantes canta el agua.

¿Qué sollozos, qué suspiros
de doncella enamorada;
qué murmullos suplicantes
o qué trémulas palabras
flotan leves en las brisas
y penetran en las almas?

Son los hilos transparentes,
son las notas argentadas,
son los diáfanos bemoles
de la tierna serenata
que brotando de las fuentes
a las flores canta el agua.

Roncos bajos de Amazonas,
graves oboes de Guayas,
finas arpas de Iguazúes,
Rimacs de quenas incaicas,
Patagonías y Caribes
de trompetas y de gaitas,
clarines de Río Grande.

Reventazones de flautas,
dulces marimbas de Lempas,
timbales de Titicacas,
helicones de Orinocos,
citaras de Tequendamas,
anchas cometas de Tuiras,
platillos de Nicaragua,
sarrusófonos de Ulúas,
barítonos de Montaguas,
Pilcomayos de ocarinas
y saxófonos de Platas...
Tal es la grandiosa orquesta
de lagos y cataratas
y de mares y de ríos
que en la América indohispana
por todas partes entona
la sinfonía del agua.

Ondulante en los arroyos,
saltarina en las cascadas,
silenciosa en los remansos
y rugidora en las playas,
se deshace en finos flecos
bajo nubes desgarradas
o envuelta en tenues cendales
de crespones o de gasas
se distiende en las lagunas
con el cielo en la mirada,
o desbordante en un pozo
sueña ser Samaritana.

¡Cuán suave cuando acaricia
un bello cuerpo de Diana!
¡Cuán cruel cuando sus ondas
vidas y predios arrastran!
¡Cuán tierna cuando suspira
y cuán buena cuando calma
la ardiente sed del soldado
que agoniza por la Patria!

¡Bien hizo el Santo Francisco
en llamarte «Hermana Agua»!
¡Agua: vapor, movimiento,
salud, belleza, esperanza...
Tú das vida a quien te bebe,
suave ritmo al que te nada,
esbeltez al que acaricias
Y mil sendas al que viaja.
Si el frío te paraliza,
te brinda el calor mil alas;
y si la luz te acribilla
con finos dardos de plata,
también te ofrenda fulgores
de turquesas y esmeraldas.

Eres bella cuando ruges,
eres bella cuando saltas,
eres bella cuando lloras
y eres bella cuando cantas.

¡Pero más bella que nunca
me pareces dulce hermana,
cuando en los mudos combates
del Honor —que, herido, calla
porque no puede, impotente,
castigar a quien la mancha—
preñada de angustia gimes
y anudando la garganta
los fieros ojos alumbras
con el fulgor de una lágrima!