Consta el
retablo mayor de dos cuerpos que se estructuran en tres
calles separadas entre sí por seis majestuosas
columnas barrocas. Son éstas de estilo corintio, presentando en el tercio inferior del fuste unas carnosas hojarascas, mientras que el resto se decora a base de acanalamientos.
La parte central del piso superior lo llena completamente un gran relieve enmarcado y policromado sobre un fondo azul. En él se representa la Coronación de la
Virgen por el Padre y el Hijo, con la presencia del Espíritu
Santo emergiendo de una nube y flanqueado por dos angelotes. Otros tres angelotes se han tallado a los pies de la Virgen. También en la parte inferior, a ambos lados de Nuestra Señora, se representan las figuras de dos ángeles músicos.
En las calles exteriores de este segundo cuerpo, en sendas
hornacinas se hallan dos imágenes de difícil interpretación, puesto que carecen de los atributos correspondientes. El del lado del Evangelio, según hipótesis un tanto arriesgada, representaría a
San Joaquín. Consecuentemente la imagen que ocupa el hueco de la epístola respondería a la talla de
Santa Ana.
De gran belleza son las imágenes que llenan el primer piso de las dos calles externas del retablo mayor. Ambas se configuran como parejas superpuestas. Las de la parte inferior de lado del Evangelio representan al apóstol San Pedro. En el frente opuesto nos encontramos la figura de San Pablo.
Las otras dos
esculturas de estas calles representan a dos
santos estrechamente vinculados a la
iglesia de
Ahigal. Nos estamos refiriendo a Santo Domingo de Guzmán y a San Francisco de Asís.
La
calle inferior central la llena en su conjunto una gran custodia- manifestador, que, como el resto de las calles, está flanqueada por sendas columnas corintias. Consta de dos cuerpos superpuestos, elevándose sobre el superior una
cúpula de media naranja coronada por una sencilla
cruz de madera. Podría afirmarse que la custodia-manifestador configura a pequeña escala el esquema señalado para el conjunto del retablo. El piso superior acoge una
hornacina central en la que suele ubicarse una interesante talla de San Pedro de Alcántara. Por lo que respecta al piso inferior, se halla ocupado por un moderno y metálico sagrario barroquizante, al que flanquean dos pequeñas hornacinas con las imágenes de San Juan Bautista y de San Roque. El viejo sagrario fue a parar al
altar de la
capilla penitencial. La
puerta del mismo la configura un relieve de
Cristo Resucitado, con su cuerpo semidesnudo cubierto con una capa y portando la característica
bandera. Con la restauración volvería a su antiguo emplazamiento al igual que el expositor de la custodia.
La construcción del retablo comienza en el año 1677, fecha en la que se firma el contrato de ejecución con el
escultor Juan García. Esta obra será la única que sale de sus manos en toda
Extremadura. Diez años más tarde concluyen los pagos por su trabajo.
Concluida la talla y montaje del retablo mayor, las arcas de la
parroquia debieron quedar exhaustas para completar una obra que debiera concluir con su dorado. Esto no fue un óbice para que en repetidas ocasiones los distintos visitadores episcopales apremiasen a los responsables de la parroquia (cura y mayordomo) a buscar los oportunos doradores para que llevaran a cabo estos trabajos.
Tras una serie de gestiones se firma un contrato con el maestro José Muñoz de Resta en el año 1705, fecha en la que se inician las operaciones que van a alargarse por espacio de ocho meses. Este maestro, posiblemente residente en Galisteo, fija la cuantía total de la obra en 9.000 reales, si bien la cantidad a pagar a este artífice y a sus ayudantes acabará ascendiendo a 9.621 reales de vellón.
Añadamos a estos gastos los que se derivan del montaje y desmontaje de andamios, así como bajada y colocación de diferentes piezas del retablo para su dorado y alguna mínima restauración.
Al igual que sucediera en el momento de la talla del retablo, los fondos de la parroquia son insuficientes para acometer tal empresa. Por este motivo hay que valerse de préstamos de las cofradías y de préstamos externos, como es el que realiza Francisco del
Castillo y Tostado, de
Granadilla, que entrega mil cien reales a un interés del tres por ciento. Esta deuda acaba redimiéndose en el año 1736.
En 1802, con motivo de la correspondiente visita pastoral, se ordena por el obispo que se doren el ostensorio y las gradas del altar mayor, encargando para ello al maestro Manuel Jiménez
Salamanca. El dorado de estos dos elementos, al que se unirá el tornavoz del
púlpito, supone la nada despreciable cantidad de dos mil reales.
José María Domínguez Moreno