En rótulo aparece Calle de las Calaveras, una muestra más del menosprecio que se hace de nuestros valores, en este caso lingüístico, por parte de quienes debieran ser los más interesados en velar por ellos. Léase: autoridades municipales.
Es posible que más de uno no se haya planteado la cuestión de este nombre y, aunque hay muchos que saben sus razones, otros ignoran completamente sus motivos, especialmente el personal que nació de algunas décadas a esta parte.
Conocido es que la iglesia, como pregona el enlosado, sirvió como lugar de enterramiento, al igual que ocurrió con su entorno hasta que ciertas disposiciones oficiales obligaron a la construcción de espacios más alejados que sirvieran del cementerio. Era cierto que en aquellos lejanos tiempos cuando había que excavar para proceder a una nueva sepultura se extraían numerosos huesos de personas que habían sido enterrados con anterioridad. Tales huesos, entre los que llamaba la atención las calaveras (o “escalaveras”) se depositaban en un osario que se adosaba a la pared del campanario.
Cuando la calle fue calle, puesto que el lugar se llamaba el de “las escalaveras”, aquella tomó idéntico nombre. Fue la calle de “las escalaveras”. Y éste es ni más ni menos el motivo de que en Ahigal tengamos una calle con esta denominación, que llama la atención de propios y extraños. ¿Sería mucho pedir que se respetara el antiguo nombre, procediendo a una nueva rotulación? Me temo que sí.
Ya que estamos metidos por los vericuetos de esta singular calle de las Escalaveras, digamos para los muchos lectores ajenos a la localidad que la misma sirve de separación entre la iglesia y el campanario. Tal motivo parece tener su razón de ser en viejos argumentos de titularidad, puesto que la torre de las campanas perteneció al concejo. Sin embargo, la leyenda quiere que el motivo de que no exista una unión entre la iglesia y el campanario sea de índole milagrosa. Describámosla brevemente.
Regia los destinos de la parroquia de Ahigal un cura con fama de santidad. En repetidas ocasiones había pedido que cuando muriera fuese enterrado en un nicho que fabricaran en la pared que servía de separación entre la iglesia y el campanario. Esta parecía su última voluntad. El cura murió y en la noche del duelo quienes velaban el cadáver dentro de la misma iglesia pudieron escuchar un ensordecedor sonido que hizo temblar el suelo. Todos creyeron que el estruendo se debió a un terremoto.
Pero de madrugada, cuando los albañiles fueron a excavar el nicho para el enterramiento, vieron sorprendidos que no existía pared medianera para el templo y la torre de la iglesia. Entre ambos se había abierto una calle y en ella fue enterrado el susodicho párroco. Contaban las malas lenguas que la santidad del cura era ficticia y que Dios hizo el milagro para evitar que tuviera su sepultura en un lugar sagrado.
Y que su santidad no era tal lo confirma el hecho de que, según concluye la leyenda, todas las noches vagaba el esqueleto del cura por la calle de las Escalaveras vistiendo una negra sotana raída. Es posible que aún pueda toparse con él quien pase a deshora por este lugar.
Si la leyenda no deja de ser significativa, no lo es menos un cuento que también alude a la separación de los dos edificios eclesiásticos. Es un cuento que explica al mismo tiempo la construcción de la laguna que hubo en el Legío. Y lo cuento como a mí me lo contaron, aunque para el caso convierta en cristiana la grafía.
“Cuando ya habían hecho la iglesia, estaban el campanario y la iglesia juntos. La cosa es que tenían que hacer una calle para pasar, pero es que el campanario estaba en el medio de la calle, que no había calle. Conque va el alcalde y llama a toa la gente del pueblo:
-Habemos pensado que tenemos que hacer una calle, pero es que el campanario está en el medio de la calle que tenemos que hacer. Así que no sabemos que hacer para hacer la calle.
Y salta el mozo más viejo de los mozos:
- ¡Coño!, pues a mi me parece que la cosa tiene arreglo. Para hacer la calle solito hay que separar el campanario de la iglesia y ya quedó la calle hecha.
¡Oye!, que a todos le pareció buena la idea. Pero es que lo malo era saber cómo tenían que hacer el separar la iglesia del campanario. Ya se ponen todos los mozos a pensar, y ya lo pensaron bien pensado.
Van y preparan una buena maroma, pero una buena maroma, y bien larga. Cogen luego y atan la maroma al campanario y se ponen todos los mozos, y todos los casados, y todos los hombres, y hasta el cura. Todos a estirar de la maroma. La maroma es que llegaba al Legíu, que es que entonces no había ni corrales ni casas delante del campanario.
Se ponen todos a estirar desde el Legío. Resulta que ya llevaban un cachino separado el campanario de la iglesia. Y otra ve a estirar para separarlo otro poquino más. Y se ponen a estirar y, ¡zás!, que la maroma se rompe, y se caen todos para atrás de culo.
Fijaros el culatazo que dieron todos los hombres, que del culatazo que dieron hicieron una laguna, una buena laguna.
Esto fue de verdad y también es verdad que el campanario se separó de los estirantones, que por eso el campanario está separado todavía de la iglesia”.
Fuente: Revista "Ahigal", 37 (2009)
Es posible que más de uno no se haya planteado la cuestión de este nombre y, aunque hay muchos que saben sus razones, otros ignoran completamente sus motivos, especialmente el personal que nació de algunas décadas a esta parte.
Conocido es que la iglesia, como pregona el enlosado, sirvió como lugar de enterramiento, al igual que ocurrió con su entorno hasta que ciertas disposiciones oficiales obligaron a la construcción de espacios más alejados que sirvieran del cementerio. Era cierto que en aquellos lejanos tiempos cuando había que excavar para proceder a una nueva sepultura se extraían numerosos huesos de personas que habían sido enterrados con anterioridad. Tales huesos, entre los que llamaba la atención las calaveras (o “escalaveras”) se depositaban en un osario que se adosaba a la pared del campanario.
Cuando la calle fue calle, puesto que el lugar se llamaba el de “las escalaveras”, aquella tomó idéntico nombre. Fue la calle de “las escalaveras”. Y éste es ni más ni menos el motivo de que en Ahigal tengamos una calle con esta denominación, que llama la atención de propios y extraños. ¿Sería mucho pedir que se respetara el antiguo nombre, procediendo a una nueva rotulación? Me temo que sí.
Ya que estamos metidos por los vericuetos de esta singular calle de las Escalaveras, digamos para los muchos lectores ajenos a la localidad que la misma sirve de separación entre la iglesia y el campanario. Tal motivo parece tener su razón de ser en viejos argumentos de titularidad, puesto que la torre de las campanas perteneció al concejo. Sin embargo, la leyenda quiere que el motivo de que no exista una unión entre la iglesia y el campanario sea de índole milagrosa. Describámosla brevemente.
Regia los destinos de la parroquia de Ahigal un cura con fama de santidad. En repetidas ocasiones había pedido que cuando muriera fuese enterrado en un nicho que fabricaran en la pared que servía de separación entre la iglesia y el campanario. Esta parecía su última voluntad. El cura murió y en la noche del duelo quienes velaban el cadáver dentro de la misma iglesia pudieron escuchar un ensordecedor sonido que hizo temblar el suelo. Todos creyeron que el estruendo se debió a un terremoto.
Pero de madrugada, cuando los albañiles fueron a excavar el nicho para el enterramiento, vieron sorprendidos que no existía pared medianera para el templo y la torre de la iglesia. Entre ambos se había abierto una calle y en ella fue enterrado el susodicho párroco. Contaban las malas lenguas que la santidad del cura era ficticia y que Dios hizo el milagro para evitar que tuviera su sepultura en un lugar sagrado.
Y que su santidad no era tal lo confirma el hecho de que, según concluye la leyenda, todas las noches vagaba el esqueleto del cura por la calle de las Escalaveras vistiendo una negra sotana raída. Es posible que aún pueda toparse con él quien pase a deshora por este lugar.
Si la leyenda no deja de ser significativa, no lo es menos un cuento que también alude a la separación de los dos edificios eclesiásticos. Es un cuento que explica al mismo tiempo la construcción de la laguna que hubo en el Legío. Y lo cuento como a mí me lo contaron, aunque para el caso convierta en cristiana la grafía.
“Cuando ya habían hecho la iglesia, estaban el campanario y la iglesia juntos. La cosa es que tenían que hacer una calle para pasar, pero es que el campanario estaba en el medio de la calle, que no había calle. Conque va el alcalde y llama a toa la gente del pueblo:
-Habemos pensado que tenemos que hacer una calle, pero es que el campanario está en el medio de la calle que tenemos que hacer. Así que no sabemos que hacer para hacer la calle.
Y salta el mozo más viejo de los mozos:
- ¡Coño!, pues a mi me parece que la cosa tiene arreglo. Para hacer la calle solito hay que separar el campanario de la iglesia y ya quedó la calle hecha.
¡Oye!, que a todos le pareció buena la idea. Pero es que lo malo era saber cómo tenían que hacer el separar la iglesia del campanario. Ya se ponen todos los mozos a pensar, y ya lo pensaron bien pensado.
Van y preparan una buena maroma, pero una buena maroma, y bien larga. Cogen luego y atan la maroma al campanario y se ponen todos los mozos, y todos los casados, y todos los hombres, y hasta el cura. Todos a estirar de la maroma. La maroma es que llegaba al Legíu, que es que entonces no había ni corrales ni casas delante del campanario.
Se ponen todos a estirar desde el Legío. Resulta que ya llevaban un cachino separado el campanario de la iglesia. Y otra ve a estirar para separarlo otro poquino más. Y se ponen a estirar y, ¡zás!, que la maroma se rompe, y se caen todos para atrás de culo.
Fijaros el culatazo que dieron todos los hombres, que del culatazo que dieron hicieron una laguna, una buena laguna.
Esto fue de verdad y también es verdad que el campanario se separó de los estirantones, que por eso el campanario está separado todavía de la iglesia”.
Fuente: Revista "Ahigal", 37 (2009)