CONSEJOS DEL TIO PERICO
No me jimples, no me jimples mocosina;
no t´enfusques, ni me fartes al respeto
no reguñas, Carnación, ni esparrataques
esos ojos cuando yo te dé un consejo.
Esos ojos qu´otros días me miraban
chiquininos, entornaos, zalameros
y hora miran rencorosos y asustaos
del sentir que llevas dentro
y de l´honra de tu casta que derrumbran
esa jambre que tú tienes de dinero
y ese orgullo mardecio, poque sabes
qu´eres guapa, más que toas las del pueblo.
Ya te ije qu´el noviajo s´ha eschangao
que no quiero yo jarones, que no quiero
ni las jesas, ni las yuntas, ni los miles
mal ganaos por el padre de Nocencio;
qu´el süor que nuestras frentes esparraman
pa ganar el cacho pan que nos comemos
jiede a sangre corrompía si es que güerve
a nusotros del arcón del usurero.
No me jimples, no reguñas, no te casas
con el hijo del tio Bruno, no consiento
qu´esa cara tan bonita qu´han bruñio
esos labios con la juerza de sus besos
jasta hacegla reluciente como el oro
de la tarde, cuando el sol se va del cielo,
te s´emprigue col el vaho de süores
ya podrios encerroas en el cuerpo
sin que chupen las esponjas del trebajo
la carroña creminal de su veneno.
Semos probes, hija mia, porque icen
que son probes los que no tienen dinero;
semos probes, semos probes, ¡qué sé yo!
eso icen de nusotros, icen eso.
Quiero un hombre de riaños, que te quiera,
quiero un hombre con agallas de los nuestros,
d´esos hombres que dispiertan las gallinas
cuando salen con los burros del cabresto,
y en el campo despabilan las alondras
agachás entre los surcos del barbecho,
qu´esparraman sus chirrios d´amor cuando
viene el sol agateändo por los cerros
y s´ajuyen las neblinas y s´apagan
las estrellas y la luna y los luceros.
Quiero un hombre sin fanfarrias que te iga
los sentires que se jinchan mu p´adentro,
jasta cuando que revientan en paliques
que los ojos arrebuscan en el suelo.
Quiero un hombre, quiero un hombre d´estos hombres
ya curtios por el frio del invierno,
y tostaos por el sol del meyodia,
y bañaos po las aguas de febrero,
y besaos po la luna cuando duermen
en las eras, junt´al trillo, cara´l cielo.
Qu´estos hombres son los machos de´una raza
de castüos labraores extremeños
que inorantes de las cencias de los sabios
las jonduras d´otras cencias descubrieron
cavilando trás las yuntas
en la paz de los barbechos.
Ellos saben que la tierra labrantía,
seria, llana y arrogante´n los recuestos,
es la jembra que mantiene muchos hijos
con la juerza de la savia de sus senos;
y es la madre, y es la novia y es la hermana
del gañán que, con calor de macho en celo,
la colmara de cudiaos,
la regara con süores de su cuerpo,
la labrara con cariño,
derramara por sus surcos el granero
y supiera coformase cual cristiano
cuando Dios, dende los cielos,
pa probá si eran mu jondas sus querencias,
malograra sus esfuerzos.
Qu´estos hombres qu´al amor de sus terruños
ayuntaron el sentir de sus adentros,
despreciando la pereza sin descanso
de los hijos poltronaos del dinero,
con la juerte calentura de la gloria
que manó del corazón a sus celebros
conquistaron pa los reyes de su Patria
los Peruses y los Méjicos,
y llenaron de pinturas sus iglesias,
y palraron su sentir en los Congresos,
y cantaron las bellezas de sus campos,
y elevaron sus plegarias a los cielos,
y murieron orgullosos por la causa
de las santas libertades de su pueblo...
Son asina los cachorros de la raza
de castüos labraores extremeños,
que, ignorantes de las cencias d´hoy en día,
cavilando trás las yuntas descubrieron
que los campos de su Patria
y la madre de sus hijos, son lo mesmo.
No me jimples, no me jimples mocosina;
no t´enfusques, ni me fartes al respeto
no reguñas, Carnación, ni esparrataques
esos ojos cuando yo te dé un consejo.
Esos ojos qu´otros días me miraban
chiquininos, entornaos, zalameros
y hora miran rencorosos y asustaos
del sentir que llevas dentro
y de l´honra de tu casta que derrumbran
esa jambre que tú tienes de dinero
y ese orgullo mardecio, poque sabes
qu´eres guapa, más que toas las del pueblo.
Ya te ije qu´el noviajo s´ha eschangao
que no quiero yo jarones, que no quiero
ni las jesas, ni las yuntas, ni los miles
mal ganaos por el padre de Nocencio;
qu´el süor que nuestras frentes esparraman
pa ganar el cacho pan que nos comemos
jiede a sangre corrompía si es que güerve
a nusotros del arcón del usurero.
No me jimples, no reguñas, no te casas
con el hijo del tio Bruno, no consiento
qu´esa cara tan bonita qu´han bruñio
esos labios con la juerza de sus besos
jasta hacegla reluciente como el oro
de la tarde, cuando el sol se va del cielo,
te s´emprigue col el vaho de süores
ya podrios encerroas en el cuerpo
sin que chupen las esponjas del trebajo
la carroña creminal de su veneno.
Semos probes, hija mia, porque icen
que son probes los que no tienen dinero;
semos probes, semos probes, ¡qué sé yo!
eso icen de nusotros, icen eso.
Quiero un hombre de riaños, que te quiera,
quiero un hombre con agallas de los nuestros,
d´esos hombres que dispiertan las gallinas
cuando salen con los burros del cabresto,
y en el campo despabilan las alondras
agachás entre los surcos del barbecho,
qu´esparraman sus chirrios d´amor cuando
viene el sol agateändo por los cerros
y s´ajuyen las neblinas y s´apagan
las estrellas y la luna y los luceros.
Quiero un hombre sin fanfarrias que te iga
los sentires que se jinchan mu p´adentro,
jasta cuando que revientan en paliques
que los ojos arrebuscan en el suelo.
Quiero un hombre, quiero un hombre d´estos hombres
ya curtios por el frio del invierno,
y tostaos por el sol del meyodia,
y bañaos po las aguas de febrero,
y besaos po la luna cuando duermen
en las eras, junt´al trillo, cara´l cielo.
Qu´estos hombres son los machos de´una raza
de castüos labraores extremeños
que inorantes de las cencias de los sabios
las jonduras d´otras cencias descubrieron
cavilando trás las yuntas
en la paz de los barbechos.
Ellos saben que la tierra labrantía,
seria, llana y arrogante´n los recuestos,
es la jembra que mantiene muchos hijos
con la juerza de la savia de sus senos;
y es la madre, y es la novia y es la hermana
del gañán que, con calor de macho en celo,
la colmara de cudiaos,
la regara con süores de su cuerpo,
la labrara con cariño,
derramara por sus surcos el granero
y supiera coformase cual cristiano
cuando Dios, dende los cielos,
pa probá si eran mu jondas sus querencias,
malograra sus esfuerzos.
Qu´estos hombres qu´al amor de sus terruños
ayuntaron el sentir de sus adentros,
despreciando la pereza sin descanso
de los hijos poltronaos del dinero,
con la juerte calentura de la gloria
que manó del corazón a sus celebros
conquistaron pa los reyes de su Patria
los Peruses y los Méjicos,
y llenaron de pinturas sus iglesias,
y palraron su sentir en los Congresos,
y cantaron las bellezas de sus campos,
y elevaron sus plegarias a los cielos,
y murieron orgullosos por la causa
de las santas libertades de su pueblo...
Son asina los cachorros de la raza
de castüos labraores extremeños,
que, ignorantes de las cencias d´hoy en día,
cavilando trás las yuntas descubrieron
que los campos de su Patria
y la madre de sus hijos, son lo mesmo.