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MITOS DE LA ANTIGÜEDAD: EL HOMBRE DEL SACO

La figura imaginaria del "Hombre del Saco", se utilizaba en la antigüedad para asustar a los niños e impedirles que hicieran tropelías, actualmente está en desusos, ya que ahora esto no se asustan tan fácilmente.

Tiene su concordancia real en varios casos de criminales tristemente famosos por secuestrar y matar niños. Se decía que a los niños se les sacaba el sebo (grasa corporal) para fabricar una especie de ungüento que a la postre serviría para sanar y/o curar la tuberculosis, por eso también se le llamaba “sacasebos y “sacamantecas”..

En España se ha querido ver el origen del personaje, en un hecho ocurrido en Gádor (Almería), en 1910, que guarda extraordinaria similitud, pero que ocurrió mucho después de conocerse la leyenda:

Francisco Ortega “el Moruno”, enfermo de tuberculosis, buscaba desesperadamente cura para su padecimiento; para ello acudió a la curandera Agustina Rodríguez, quién a su vez le envió al barbero y curandero Francisco Leona, que ya tenía antecedentes criminales, quien a cambio de 3000 reales, le reveló "la cura": debía beber la sangre que emanara del cuerpo de un niño y untarse en el pecho con las “mantecas calientes”, del menor.

Leona y Julio Hernández "el tonto", hijo de la curandera Agustina, se ofrecieron a encontrar al niño y en julio de 1919, secuestraron a Bernardo González Parra, de 7 años y natural de Rioja (Almería). Metiendo al niño en un saco, los criminales lo trasladaron hasta un cortijo aislado en Araoz, que tenían preparado.

Después de sacar al niño aturdido del saco, le hicieron un corte en la axila, de la cual emanó la sangre que bebió "el Moruno" mezclada con azúcar. El curandero Leona le había extraído, en vivo, las grasas corporales y las untó en el pecho de su cliente, "el Moruno", y finalmente Julio Hernández "el tonto", golpeó al pequeño con una piedra en la cabeza matándolo.

Acabado el ritual, ocultaron el cuerpo sin vida en una grieta, tapado con hierbas y piedras situada en un lugar conocido como "Las Pocicas".

A la hora de repartir los 3000 reales que había pagado "el Moruno" por los servicios, el curandero Leona, intentó engañar a su cómplice Julio el Tonto, sin obtener buenos resultados. Dándose cuenta de las intenciones de Leona y para vengarse de él, Julio le contó a la Guardia Civil, que había visto el cuerpo de un niño cuando perseguía a unos pollos de perdiz.

Detenido Leona, a la hora de prestar declaración inculpó a Julio y viceversa. Finalmente, tras mil y una contradicción y excusas, ambos confesaron el crimen.

El curandero Leona fue condenado al garrote vil, pero murió en la cárcel; su cliente, Ortega, y Agustina, la curandera, fueron ejecutados y Julio el tonto finalmente fue indultado por ser considerado demente.

Todavía viven personas en pueblos como Rioja o Gádor, que son capaces de recordar las coplas que corrieron en esos tiempos, ensalzando la figura del (guardia Civil) "Cabo Mañas", que capturó a los despiadados autores