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CABAÑAS DEL CASTILLO: Algunas cosas sobre Cabañas del Castillo. Hoy hablaremos...

Algunas cosas sobre Cabañas del Castillo. Hoy hablaremos sobre su Iglesia y el último cura párroco destinado en ella.
Esta población, al igual que la mayoría de pueblos del resto de España, ha experimentado ciertos cambios de mejora en los últimos años, cambios que se extienden a la pavimentación de calles, agua corriente, electrificación, comunicaciones telefónicas y mejoras de las carretera de comunicación, principalmente, así como remodelación de algunas de sus casas y construcción de otras nuevas. Si bien, todo ello no ha hecho perder el encanto e idiosincrasia propia de esta población, que en cierta forma recuerda a un nacimiento navideño, elementos éstos que jamás podrá perder por muchas reformas que se hagan sobre la misma mientras permanezca apoyada en la inmensa roca sobre la que se asientan los restos del castillo árabe, llamada por esta circunstancia El Castillo, acompañada por otra no menos imponente llamada La Peña Butrera, debido a la gran cantidad de buitres que en otros tiempos anidaban y vivían en la misma.
En los años 80 fue reparada la iglesia parroquial, la cual cobija a la patrona del pueblo, la Virgen de la Peña. Sin tener ningún valor arquitectónico, excepto su antigüedad, es el edificio más emblemático del pueblo y junto a las rocas citadas, contribuye a dar una imagen única e inconfundible a este núcleo de población que, visto desde el río Almonte y sus inmediaciones, parece querer tocar el cielo. Por cierto que la reparación se hizo, ignoro si intencionadamente o por falta de presupuesto, de forma tal que exteriormente no sufrió alteración alguna el edificio, por lo que podemos contemplarla tal como era hace unos seiscientos años, pues data del siglo XIV. La obra consistió en poner a punto el tejado que estaba muy deteriorado amenazando hundirse en cualquier momento, así como la pintura interior de paredes y altares, éstos muy pobres y de escaso o nulo valor artístico, sin embargo no dejan de estar muy en consonancia con la sobriedad de toda la construcción. El importe de esta reparación fue aportado en parte, según tengo entendido, por el Ayuntamiento y en parte por donativos de los vecinos, tantos los que viven en la población como aquéllos que siendo naturales de la misma residen en otros lugares. Ignoro si el obispado dio alguna cantidad al efecto.
Algunos años antes se había procedido a cambiar la puerta principal (y única en la actualidad), toda vez que al ser de madera y con mucha probabilidad la original, estaba totalmente corroída y desvencijada, sin embargo conservaban todos sus herrares de fragua artesanal, bastante interesantes. Tan interesantes que tengo entendido que quien se quedó con ellos fue el que costeó la puerta actual, que es de chapa pintada con esmalte sintético. Una auténtica aberración para un templo que por humilde que sea, cuenta a sus espaldas siglos de existencia.
Aprovechando la reparación citada se hizo también la limpieza de los escombros y restos de construcción que quedaban de la casa parroquial, situada en su día junto a la iglesia, a su lado derecho visto desde la puerta principal y comunicada con ésta por una puerta interior, la cual daba acogida al párroco de turno. En su día fue una pequeña casita bastante acogedora, incluso podría decirse que coqueta, con los pisos de baldosas con motivos dibujados, cuando en el pueblo prácticamente todos los suelos de las casas eran de tierra prensada o como mucho de pizarras irregulares puestas sobre la misma tierra y en el mejor de los casos cogidas las juntas con una mezcla de cal y arena.
La casa parroquial se mantuvo en perfectas condiciones hasta poco después de marcharse su último ocupante, el párroco Ezequiel Morcillo Cuadrado, que dejó Cabañas en los últimos años de la década de los cuarenta para marchar destinado, creo recordar que a Talaván de Monroy, próximo a Cáceres, donde moriría muchos años después. Ya no volvería a ser ocupada esta vivienda por nadie, pues no fue destinado al pueblo ningún otro sacerdote, encargándose el de Retamosa, Antonio Leal Rebanal, de ir a oficiar todos los domingos y fiestas de guardar la misa así como otros actos religiosos o litúrgicos. Una vez que los habitantes del lugar se percataron de la situación de “abandono” no tardaron en comenzar a desvalijarla, llevándose puertas, ventanas, tejas, ladrillos, plaquetas del suelo y demás. Después serviría para corral de cabras y más tarde el tiempo se encargaría de terminar por derribar lo que quedó en pie de las paredes hasta el momento en que, como se ha dicho, fueron limpiados los restos de escombros que aún quedaban aprovechando la reparación citada.
Junto con el último párroco ya citado, Ezequiel, vivían como solía ser habitual sus padres. El padre se llamaba Rosendo y la madre Dolores. Dolores era muy aficionada a los gatos y tenía una auténtica manada de estos felinos en su casa. Además también tenía una enorme cantidad de macetas, la cuales regaba con el agua que acarreaba Rosendo a lomos de un pequeño burro que poseía. El pollino en cuestión, parece ser que debía ser un tanto díscolo, pues de vez en cuando hacía perder los nervios a Rosendo y éste, aunque jamás usó el palo contra el asno, le recriminaba su actitud a la vez que le mordía en la punta de las orejas. Una vez que traía el agua desde los lejanos pozos o fuentes, se dedicaba a sacar todas las macetas del interior de la casa, regarlas y después volver a recogerlas, y esto todos los días del año. Ello hizo que en el pueblo se empleara la frase “Rosendo mete-flores y Rosendo saca-flores”, cuando alguien repetía machaconamente alguna cosa sin mayor trascendencia.
En cuanto a Ezequiel, además de dedicarse a los deberes propios de su ministerio también cumplía otras funciones sociales, muy importante para la época, tales como aconsejar remedios para diversas enfermedades y sobre todo dar clases por las noches a los jóvenes del pueblo, pues entonces lo que habían asistido a la escuela, que eran los menos, la habían abandonado entre los diez y los doce años para dedicarse a las faenas de la ganadería y la agricultura, así que era la única oportunidad que tenían para, o bien perfeccionar lo poquito que habían aprendido en la escuela o aprender a escribir y leer si es que no lo sabían.
Cuentan los que asistieron a estas clases que era un buen maestro, hombre de mucha paciencia y que por las noches cuando impartía las clases alrededor de la mesa camilla, siempre tenía sobre ésta y delante de él una pistola. Dicen que era normal, pues la Guerra Civil había terminado entonces mismo y aquellas sierras estaban plagadas de diversas clases de personas, algunas de las cuales no llevaban precisamente en las manos un crucifijo. De cualquier forma este hecho de tener una pistola a mano, tal vez fuera más un gesto simbólico que con intención real de presentar batalla a cualquiera que se terciara con aviesas intenciones, tal como viene a demostrar una anécdota de la que fue protagonista Ezequiel en uno de sus meditativos y místicos paseos solitarios.
Resultó que una tarde salió de paseo por una callejita, o sendero muy estrecho que discurre por entre paredes de cercados, de un ancho entre uno y dos metros, dirigiéndose hacia unos predios llamados Las Cabezadas, a unos dos kilómetros escasos de Cabañas. Lugar totalmente rodeado de monte y solitario como si estuviera en el centro mismo de la selva amazónica. En un momento determinado le salieron al paso tres maquis, bastante habituales en todas las sierras de las Villuercas y aledaños, los cuales llevaban una bota de vino colgada al hombro. Tras cruzar unas palabras con el cura, que por cierto no llevaba la pistola que siempre tenía sobre la mesa, lo que viene a poner de manifiesto como antes se dijo que su espíritu no era excesivamente combativo y sí más acorde con su profesión, le invitaron a tomar un trago de vino, cosa que hizo con toda naturalidad, a la vez que iban entrando en conversación más sosegada, pues ni los maquis atacaban al cura a tiros ni palos, ni este les excomulgaba o condenaba a los infiernos eternos. Como se fueran prodigando los apretones a la bota, los ánimos se fueron poniendo a tono, por lo que en un momento determinado Ezequiel se negó a beber más, pues debía notarse demasiado animado. Como los otros tres insistieran en que bebiera y él persistiera en su negativa, en un momento determinado uno de los maquis, que también debía ya estar bastante alegre, sacó su pistola y lo encañonó a la vez que decía; - ¡Me cago en D…, Morcillo, bebe vino o hasta aquí has llegado!. Así que entre risas, amenazas medio en bromas medio en serio y demás cachondeos el amigo Ezqquiel se cogió una tajada que le costó Dios y ayuda llegar a su casa. Ignoro como se marcharían los demás, pero supongo que además de desternillarse de risa al ver la cogorza que se cogió la sotana, no tendrían problemas para hacer noche en cualquier sitio, pues no tenían casar a donde llegar y al fin el monte estaba a su disposición.
Esta pequeña y simpática anécdota viene a poner de manifiesto que, aparte de hechos deplorables por parte de unos y de otros que en aquellos tiempos ocurrieron y que hubiera sido de desear que nunca hubieran sucedido, también se daban otros como el presente en el que unas personas de mentalidad e ideas tan dispares, lucharon bravamente y mano a mano apretando el culo a una bota de vino, y para mí tengo que ninguno de ellos pecó deshonestamente, lo digo por lo de los apretones del culo.
Por otro lado no tiene mayor importancia, pero creo que es bueno que no se olviden estas pequeñas vivencias de los pueblos, pues en definitiva, para bien o para mal, forman parte de sus gentes y en definitiva de su historia. Otro día hablaremos de otro tema.