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CABAÑAS DEL CASTILLO: (PARTE PRIMERA).- Por lo general las ciudades y los...

(PARTE PRIMERA).- Por lo general las ciudades y los pueblos han ido surgiendo a la orillas de los ríos o arroyos, en cruces de caminos de terrenos más o menos llanos donde no era difícil aprovisionarse de agua, pues sabido es que se trata de un elemento esencial para el asentamiento humano, así como para el desarrollo de la agricultura y el sostenimiento de la ganadería, elementos ambos que, sin duda en su momento, determinaron el primero. Sin embargo no todas las poblaciones o núcleos urbanos surgieron de esta manera, algunos, como Cabañas del Castillo surgieron en lo alto de una montaña, donde no había ríos ni manantiales significativos de agua, ni siquiera un terreno adecuado para la construcción y tendido de víascalles-, pues todo él es de una pendiente muy pronunciada que termina por una ladera en el río Almonte y por otra en el arroyo Berzocana. Cierto que a medio camino de ambos torrentes, pues en estas cotas ninguno de los dos son más que eso, incluso llegan a secarse en verano, había terreno suficientemente adecuado para que hubiera surgido un núcleo urbano –como puede ser la llamada Dehesa San Gregorio, por ejemplo, con la ventaja añadida de estar a la mitad de camino de los dos ríos citados. Sin embargo, no fue así. Cabañas nació arriba, en lo más alto de la montaña, limitada quizá la altura por la enorme roca que sustenta al derruido castillo árabe, de no haber sido por ello es probable que aún hubiera estado más arriba, quién sabe.
Estas contrariedades, determinantes en los asentamiento humanos en casi todos los casos, debieron ser soslayadas por los primeros habitantes que, muy posiblemente escogieron el lugar de una forma tal vez no intencionada, sino aprovechando las obras preliminares de la construcción del castillo (se llaman obras preliminares aquellas que son preciso establecer antes de dar comienzo a una gran construcción, tales como almacenes, puestos de dirección, cocinas, comedores, casas o casetas para los obreros, etc.), y debieron ser éstas las que, una vez concluida la obra del castillo continuaron ocupadas quizá por algunos trabajadores en su construcción, quizás otras por algunos pastores o cabreros de la zona al encontrarlas vacías, dado la ventaja que suponía el que ya estuvieran construidas y por otro lado también debió tener un gran peso la seguridad que proporcionaba el hecho de vivir junto al castillo, donde en todo momento había tropas militares árabes controlando el territorio y con las que fácilmente entablarían algún tipo de comercio con la carne, la leche, las pieles y demás productos derivados, proporcionados por sus ganados. No debe olvidarse que a estas alturas, año 1100 ó 1200 en que fue construido el castillo, los árabes llevaban ya en España sobre unos 500 años, y aunque es probable que el castillo fuera hecho en su mayor parte por esclavos cristianos, el resto de la población en general debía tener, dimensiones religiosas aparte, unas relaciones de cierto entendimiento, por no decir amistad, así como comerciales y demás, lo que les supondría afianzar fuertemente el asentamiento determinando la formación de Cabañas como pueblo, al que probablemente no hubo ni que buscarle nombre, pues es posible que el genérico de cabañas, pues es lo que eran las míseras viviendas, se elevara al propio de Las Cabañas – Cabañas y para diferenciarlas de otras próximas de las añadió “del Castillo”, anteriormente “de la Peña”, pero eso al fin es lo de menos, continuando prácticamente como hoy le conocemos, pues en estas difíciles condiciones que se han descrito, no fue en ningún momento posible su expansión.
A pesar de sus escasísimos habitantes es indudable que desde el primer momento debieron necesitar el elemento más esencial para la supervivencia, o sea el agua y no era cuestión de bajar hasta los ríos, muy distantes barrera abajo, a por ella cada vez que la necesitaran, por lo que la consiguieron para el uso personal, (el ganado lo desplazaban diariamente a los ríos y/u otras fuentes más alejadas para abrevar), de dos fuentes, que aunque se sabe que fueron remodeladas a principios del siglo pasado al menos alguna de ellas, se ignora el momento en que fueron descubiertas o construidas, aunque es de suponer que fuera más o menos al mismo tiempo que la construcción del castillo. Una de estas fuentes, situada en la salida del pueblo, llamada la Fuente del Chorro, proporcionaba agua principalmente para las caballerías de labranza, algunas cabezas de ganado y poco más, y nunca para la bebida, pues se trataba de un pozo que vertía su agua a un pequeño pilar mediante un chorro, de ahí su nombre; agua que venía filtrada de todas las calles del pueblo, donde al no haber saneamiento de clase alguna iban a parar todos los desechos, tanto humanos como de los animales, por lo que arrastraba gran cantidad de contaminantes que la impedían ser propia para el consumo humano, pues además del mal sabor que tenía, se supone que debió causar bastantes problemas en la población y ésta, aunque sin saber por qué por falta de conocimientos al efecto, por instinto terminaría rechazándola como potable. La otra fuente, situada al extremo opuesto de la población con respecto a la de El Chorro, y a unos 300 ó 400 metros ladera abajo desde las últimas construcciones, se llama la Fuente Castillo, no es difícil saber por qué, y actualmente consta de tres pozos de unos tres o cuatro metros de profundidad. Los dos más importantes cubiertos y dedicados al consumo humano y el tercero, muy pequeño y al descubierto se solía utilizar para dar agua a alguna caballería o cabeza de ganado en muy reducido número.
A estas fuentes se dirigían todos los días los habitantes de Cabañas a por el agua para beber y asearse, casi siempre andando y provistos de cántaros de barro –cerámica- y una caldereta (solía ser una lata de sardinas de 5 kilos que, una vez que en los comercios de los alrededores habían sido vendido su contenido, se las colocaba un asa a la que se ataba una cuerda y servía para sacar el agua de los pozos). Aunque se ha dicho que todos los días iban los habitantes de Cabañas a por agua a estos pozos, en honor a la verdad debe aclararse que quien iba realmente de forma habitual eran las mujeres. Los hombres sólo lo hacían si en alguna ocasión las inclemencias del tiempo no les permitía salir a las faenas campestres, en cuyo caso utilizaban el burro provisto de aguaderas y de una vez acarreaban, por lo general, cuatro cántaros de agua (también solían hacerlo con ocasión de la matanza, que se necesitaba mayor volumen de agua del habitual). Si el vivir en las condiciones geográficas de Cabañas determinaba una forma perpetua de esclavitud, quizá las que más sepan de ellas, y desde luego no menos que los hombres, sean sus mujeres, pues además de proveerse diariamente de agua debían hacer otros trabajos de una penosidad extrema, tal como bajar a los ríos a lavar cestos llenos de ropa –propia o ajena, pues también lavaban la perteneciente a algunas familias un poco más pudientes-, atender al huerto aquellos que le tenían, cuidar ganado, ayudar a sus maridos en las faenas agrícolas, principalmente a la hora de las recolecciones, coger bellotas a mano para cebar al cerdo (la matanza) que les iba a proporcionar comida durante buena parte del año, recoger aceitunas, arrancar jaras, ir a buscar leña, ir hasta el molino del río Almonte - el molino de El Risquillo-, y algún otro aún más lejano para moler el poco trigo que podían acarrear, amasar, hornear y fabricar el pan, hilar la lana o el lino, tejer, confeccionar la ropa a los suyos, ir a otros pueblos cercanos a comprar, vender o cambiar diversos productos unas veces en burro y otras andando, y un largo etc., al que hay que añadir las comida y limpieza de la casa, el cuidado personal del marido, de los hijos, a veces de los hermanos y siempre de los padres y otros familiares mayores, pues entonces no había residencias geriátricas ni posibilidades de pagar para que nadie hiciera el trabajo, si a todo ello se une su habitual forma de vestir de negro debido a los lutos de todos los familiares que iban cayendo y que, según la costumbre, cada uno de ellos duraba años por lo que se empalmaban fácilmente unos con otros, puede decirse que la vejez les llegaba casi en la juventud. Sus rostros ennegrecidos por el sol y surcados por tempranas arrugas, sus manos destrozadas por el trabajo y su aspecto por fuerza descuidado, sólo era compensado por la grandeza de su buen hacer y la bondad de sus almas.