(PARTE SEGUNDA).- Centrándonos sobre el trabajo de proveerse de agua, cada mujer se dirigía a la Fuente Castillo, con uno o dos cántaros y la caldereta de sacar el agua. Si era invierno no había problema, era llegar y llenar los cántaros tan rápido como fueran capaces de sacarla, pero en verano era otra cosa, sobre todo cuanto éste iba ya avanzado y todo se secaba con el fuego del sol, pues en aquella solana y a esas alturas, se percibe tanto calor que hace pensar que el infierno no debe andar muy lejos de por allí. Los pozos dejaban de manar y había que ir muy temprano para llenar un cántaro en un tiempo prudencial, de lo contrario la cosa se podía prolongar bastante tiempo, incluso horas, pues el agua aparecía tan despacio que para cogerla con la caldereta había que esperar una eternidad. Tanto que a veces procedían a coger a uno de sus hijos pequeños y atarle con la cuerda de la caldereta para bajarle al fondo del pozo y con un vaso de hojalata ir llenando la caldereta de los charquitos que había. Realmente era un espectáculo toda la operación. Un triste espectáculo. Una vez lleno el cántaro y la caldereta, se colocaban el primero en el cuadril, o sea la cadera, y en la otra mano cogían la caldereta, con el chico por delante, echaban ladera arriba por aquellas pendientes que a las mismas cabras infartaba y hasta casa. Si habían llevado dos cántaros, colocaban primero uno de ellos en la cabeza, apoyado sobre una rodilla o rodete de trapo (realmente es como una rosquilla grande hecho de trapos viejos), sin saber cómo podían mantener en equilibrio dicho cántaro, cogían el siguiente y lo ponían en el cuadril, se agachaban como hipnotizadas, la vista al frente y por tanteo cogían la caldereta llena de agua y con chico/os, o sin ellos comenzaban a trepar aquellas cuestas endiabladas. No tengo conocimiento de que ninguna de ellas dejara caer jamás un cántaro a pesar de estos alardes de equilibrio.
Luego en casa se vaciaba este agua en una pequeña tinaja que por lo general estaba tapada con una tapadera de madera o corcho con un vaso encima, de donde iba bebiendo toda la familia. Si no se terminaba el agua del vaso se devolvía a la tinaja. Parte del agua se destinaba al aseo personal, el cual, como es lógico suponer se hacía en una palangana, que con mucha frecuencia se colocaba en algún poyo de piedra cercano a la puerta de la casa y allí se iban lavando uno tras otro los miembros de la familia a medida que se iban levantando o llegaban del trabajo. Si el agua estaba demasiado sucia, se cambiaba, sino era utilizada por el siguiente. No se podía desperdiciar, pues muy bien sabían todos cómo había llegado cada gota hasta aquellas alturas. Si no tenía jabón, cosa bastante habitual, se solía utilizar para ponerla a disposición de las gallinas o hacer el berbajo o brebajo a los cerdos (mezcla de harinas de diversos granos y agua que se da a estos animales como complemento a las bellotas). En una palabra el agua se aprovechaba hasta la última gota.
Hay una frase popular que dice: “algo tendrá el agua cuando la bendicen”. Para quienes hemos conocido a los habitantes de Cabañas del Castillo subirla a cuestas, sobre todo a sus mujeres, sobemos perfectamente lo que tiene y no necesita de bendición alguna para ser bendita. Ya tiene su sudor, sus esfuerzos y podríamos decir que su sangre dejada en aquellas cuestas con los cántaros encima. Por ello, vaya este comentario y estas líneas en público homenaje a todas ellas, heroínas anónimas cuyo único reconocimiento a su trabajo esclavizante consistía en la satisfacción de servir a los suyos cumplimentando perfectamente la misión que en aquellos momentos las había encomendado la sociedad.
Actualmente las mujeres de Cabañas, las muy escasas mujeres que aún viven en este pueblo junto al cielo, afortunadamente ya no tienen que ir a por agua con los cántaros. Sobre los años 1979 ó 1980, más o menos, se puso el agua corriente. Se elevó desde una fuente lejana llamada la Fuentes del Fresno, mediante unas potentísimas bombas eléctricas, y aunque con sus fallos, problemas de depuración y poca presión, el agua salió por los grifos. Bueno poca presión dependiendo en la parte del pueblo de que se trate, pues las diferencias de nivel son tan bestiales que en la parte alta apenas enciende un calentador de butano, mientras en la parte de abajo sale con tanta presión que es capaz de perforar las piedras, valga la exageración. Actualmente creo que ha mejorado el sistema al bombearla desde las conducciones de agua que abastecen a Trujillo que pasan a medio camino del pueblo y de la Fuente del Fresno.
En otra ocasión también hablaremos de los trabajos masculinos, que eran de tal dureza que más que trabajos para sobrevivir, se podría decir que en ocasiones eran forma de suicidio propio y asesinato por cuasi inanición de las familias, pero ese es otro tema el cual, como se dice, ya se tratará en su momento.
Luego en casa se vaciaba este agua en una pequeña tinaja que por lo general estaba tapada con una tapadera de madera o corcho con un vaso encima, de donde iba bebiendo toda la familia. Si no se terminaba el agua del vaso se devolvía a la tinaja. Parte del agua se destinaba al aseo personal, el cual, como es lógico suponer se hacía en una palangana, que con mucha frecuencia se colocaba en algún poyo de piedra cercano a la puerta de la casa y allí se iban lavando uno tras otro los miembros de la familia a medida que se iban levantando o llegaban del trabajo. Si el agua estaba demasiado sucia, se cambiaba, sino era utilizada por el siguiente. No se podía desperdiciar, pues muy bien sabían todos cómo había llegado cada gota hasta aquellas alturas. Si no tenía jabón, cosa bastante habitual, se solía utilizar para ponerla a disposición de las gallinas o hacer el berbajo o brebajo a los cerdos (mezcla de harinas de diversos granos y agua que se da a estos animales como complemento a las bellotas). En una palabra el agua se aprovechaba hasta la última gota.
Hay una frase popular que dice: “algo tendrá el agua cuando la bendicen”. Para quienes hemos conocido a los habitantes de Cabañas del Castillo subirla a cuestas, sobre todo a sus mujeres, sobemos perfectamente lo que tiene y no necesita de bendición alguna para ser bendita. Ya tiene su sudor, sus esfuerzos y podríamos decir que su sangre dejada en aquellas cuestas con los cántaros encima. Por ello, vaya este comentario y estas líneas en público homenaje a todas ellas, heroínas anónimas cuyo único reconocimiento a su trabajo esclavizante consistía en la satisfacción de servir a los suyos cumplimentando perfectamente la misión que en aquellos momentos las había encomendado la sociedad.
Actualmente las mujeres de Cabañas, las muy escasas mujeres que aún viven en este pueblo junto al cielo, afortunadamente ya no tienen que ir a por agua con los cántaros. Sobre los años 1979 ó 1980, más o menos, se puso el agua corriente. Se elevó desde una fuente lejana llamada la Fuentes del Fresno, mediante unas potentísimas bombas eléctricas, y aunque con sus fallos, problemas de depuración y poca presión, el agua salió por los grifos. Bueno poca presión dependiendo en la parte del pueblo de que se trate, pues las diferencias de nivel son tan bestiales que en la parte alta apenas enciende un calentador de butano, mientras en la parte de abajo sale con tanta presión que es capaz de perforar las piedras, valga la exageración. Actualmente creo que ha mejorado el sistema al bombearla desde las conducciones de agua que abastecen a Trujillo que pasan a medio camino del pueblo y de la Fuente del Fresno.
En otra ocasión también hablaremos de los trabajos masculinos, que eran de tal dureza que más que trabajos para sobrevivir, se podría decir que en ocasiones eran forma de suicidio propio y asesinato por cuasi inanición de las familias, pero ese es otro tema el cual, como se dice, ya se tratará en su momento.