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CABAÑAS DEL CASTILLO: (MÉDICOS, MEDICINAS Y REMEDIOS, 1ª PARTE).-...

(MÉDICOS, MEDICINAS Y REMEDIOS, 1ª PARTE).-
Pueda darse fe sin lugar el equívoco de la dureza física y salud a prueba de bombas de los hombres y las mujeres de Cabañas del Castillo, (y ahora sí me estoy refiriendo al municipio completo: Solana, Retamosa, Roturas y Cabañas propiamente dicho, pues este tema afectaba por igual a todos ellos), tal vez proporcionada por la Naturaleza como compensación a su modo espartano de vida, pero a la vez sana alimentación –escasa, pero era sana¬-, mantenida durante siglos sobre unas montañas que constituyen uno de los entornos menos contaminados que quedan en Extremadura y, posiblemente, en España. (Actualmente la zona ha sido declarada Geoparque Natural, lo que sin duda contribuirá a su conservación). No obstante, de vez en cuando se producían enfermedades, accidentes y otros problemas de salud, por lo que necesitaban una asistencia o cuidados como cualesquiera otras personas que, con ligerísimas variantes, eran los mismos en las cuatro poblaciones.
Sin remontarnos demasiado atrás en el tiempo, durante muchos años del siglo pasado la asistencia sanitaria oficial de las cuatro poblaciones la proporcionaba el médico de cabecera, el cual vivía en Retamosa, lugar desde el que se desplazaba un par de veces por semana, en un caballo, al resto de las poblaciones. Cuando era preciso también llegaba hasta los caseríos o chozas de pastores sitas en las diversas dehesas. Además de estas visitas programadas si de momento se presentaba algún problema grave o urgente, alguien, ya fuera familiar o cualquiera dispuesto a ello, bien andando, bien en caballería, -aún no estaban los teléfonos de caja de madera colgados de la pared. Tardarían años en llegar-, marchaba a Retamosa para avisarle y que fuese a atender el problema. (Es fácil imaginar el tiempo empleado. ¡Ida y vuelta, por ejemplo, a Solana: 26 kms!).
Una vez efectuada la visita y examinado el enfermo prescribía las correspondientes medicinas y se marchaba. Ahora surgían dos problemas. El primero es que en el municipio de Cabañas del Castillo no había farmacia alguna. La más próxima estaba en Berzocana, distante 15 kms, es decir, 7 kms, más allá de Solana, que era la población más próxima, así que la resolución del mismo era la siguiente: si no era urgente la situación del enfermo se esperaba al día siguiente y se entregaba la receta al correo-cartero, el cual al medio día estaba de vuelta con la misma, si la había en la farmacia naturalmente, que no siempre era así. En este caso el farmacéutico se quedaba con la receta y al día siguiente se la entregaba al correo de Logrosán, quien a la caída de la tarde aparecía con ella, siendo recogida al próximo día por el correo-cartero de Cabañas, llegando a manos del enfermo al mediodía, o sea, que si no era urgente la medicina podía tardar 24 horas en el mejor de los casos y 96 horas en el peor, (aún hubo casos más peliagudos, pues tampoco era encontrada en la farmacia de Logrosán, si bien eran los menos). Si la cosa era urgente, una vez hecha la receta por el médico, sólo quedaba salir de inmediato andando o en caballería hacia Berzocana, -30 kms ida y vuelta-, y por el camino ir tocando madera de vez en cuando para que la especialidad prescrita estuviera en la botica, pues de lo contrario, una vez de regreso a Cabañas había que dirigirse a la farmacia de Deleitosa y eran otros 30 kilómetros entre la ida y la vuelta.
El segundo problema surgía cuando llegaban al enfermo las medicinas y éstas eran inyectables, pues siendo la administración por cualquier otra vía no había problemas, bueno excepto un caso que, como excepcional, se referencia, y es que alguien llegó ingerir supositorios tras ser masticados, quejándose después al médico de que le había recetado algo que era muy difícil de tragar pues al “mascarlo”, se convertía totalmente en grasa. Bien, dicho queda. La palabra Practicante, hoy ATS, no se conocía allí, así que aquí entraban en juego las dos personas que en Cabañas se atrevían a coger una jeringuilla e inyectar, (las jeringuillas por entonces no eran de plástico y desechables de un solo uso, sino de cristal y llevaban en la cajita de hojalata que las contenía una o dos agujas y se desinfectaba todo hirviéndolo, en la misma cajita-contenedor-, momentos antes de su uso, repitiendo la operación tantas veces como personas había que inyectar, y si había suerte y no se caía al suelo y se rompía, solía durar muchos años en servicio). Estas dos personas eran la tía Teodora, la telefonista, y el tío Pedro, el correo-cartero de Cabañas-Solana-Berzocana. No tenían conocimiento alguno de medicina ni se sabe quién les había dado instrucciones al respecto, si es que se las habían dado, pero lo cierto era que tanto una como otro siempre estaban prestos a poner cuantas inyecciones fueran precisas para sacar adelante a los enfermos. El correo-cartero incluso solía inyectar a los enfermos en los campos por donde pasaba en el recorrido de su servicio diario. Desgraciadamente ninguno de los dos podrá leer estas páginas, pues ya hace algunos años que en su ancianidad fallecieron, pero quede públicamente expresado hacia ellos el agradecimiento de todo el pueblo por la gran cantidad de favores que en este, y en otros aspectos, tan altruistamente hicieron por todos sus convecinos.
A medida que nos fuéramos trasladando más atrás en el tiempo, o sea, hacia los años 40 e incluso antes, estas situaciones se complicaban bastante más, o quizá podría decirse que eran más fáciles, pues las medicinas eran escasísimas y la atención médica iba a la par, por lo que en realidad sólo se recurría a un médico en caso extremos y siempre que se le encontrase, lo que no ocurría en todas las ocasiones. Tan extremos y urgentes eran estos casos que, algunas veces, cuando el médico llegaba acompañado de quien había ido a buscarle, el único trabajo que le quedaba por hacer era extender y firmar una papeleta de defunción, a la vez que decía que cuando él regresara a Retamosa avisaría al cura. Naturalmente si aún retrocedemos un poquito, sólo un poquito más, no había ni médico ni papeleta de defunción, en cambio el cura, como siempre los había a mano, no solía faltar, salvo en casos excepcionales, tal como ocurrió en un momento determinado durante la Guerra Civil, pues llegaron noticias indicando que el pueblo de Cabañas iba a ser atacado u ocupado, por lo que sus escasos habitantes salieron huyendo hacia los pueblos más próximos, casas de campo o al mismo monte, quedando solamente en el pueblo un señor que no pudo acompañarles debido a que su mujer estaba agonizando. Se trataba del tío Santiago, el “tío Cazuelas”, como le apodaban los convecinos. Cuando al cabo de tres o cuatro días el temido ataque a Cabañas no se produjo por parte de nadie, sus habitantes regresaron y al ir a interesarse por el estado de salud de la mujer del “tío Cazuelas”, supieron que había muerto y que él mismo, una vez envuelto el cadáver en una sábana, le cargó al hombro y yendo al cementerio cavó una fosa y le enterró. No hubo médico, ni papeleta, ni cura… sólo el dolor de aquel hombre enterrando a su mujer y el horror de una guerra. Pero, en fin, no nos desviemos del tema y continuemos con la medicina oficial, allá por los años cuarenta, cincuenta o sesenta y su funcionamiento en estas sierras.
Por lo general las mujeres daban a luz asistidas por sus vecinas, bien porque no hubiera nadie a mano para ir a avisar al médico, bien porque la familia, o la misma parturienta, no lo deseara, bien porque aunque éste se presentara llegaba casi siempre tarde y lo más que podía hacer era dar la enhorabuena a “las comadronas”, la mamá y el papá. No obstante, no siempre todo terminaba felizmente y alguna no sobrevivió al parto por falta de la atención médica debida, pues a las convecinas las sobraban buenas intenciones pero las hacían falta conocimientos más allá de los estrictamente naturales.
Ocasiones hubo, sobre todo entre las mujeres que vivían con sus maridos en los campos cuidando ganados, que alumbraron a sus niños en las chozas ayudadas por cualquier otra compañera que viviera en las proximidades, (con mucha probabilidad uno de estos niños está fotografiado en una instantánea que aparece colgada en estas mismas páginas, en “Fotos”, del pueblo de Solana-Cáceres, sobre los escolares del curso de 1966. Desde luego un hermano del mismo está, con total seguridad), lo que se reseña sólo a título de ejemplo. Incluso en Cabañas se dio un caso en el que una mujer tuvo varios hijos –del orden de media docena.......////......