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CABAÑAS DEL CASTILLO: PARTE 6ª DEL COMENTARIO “CABAÑAS: VIVIENDAS Y ENSERES”.-...

PARTE 6ª DEL COMENTARIO “CABAÑAS: VIVIENDAS Y ENSERES”.-
chimenea se observan dos o tres tazas de pequeño tamaño y unos botes de corcho conteniendo laurel, sal, pimentón, etc. En uno de los ángulos de dicha cornisa está colgado el candil de aceite, ahora apagado, naturalmente. A un lado de la chimenea, en un hueco practicado en la pared están colocados tres o cuatro platos de latón esmaltados en blanco con el borde azul, un par de pucheros y una olla, así como unos vasos de hojalata y en uno de ellos que está boca arriba hay varias cucharas, tenedores y un cuchillo de reducidas dimensiones. Bajo esta estantería y en el mismo rincón, sobre un poyo en diagonal, hay una pequeña tinaja tapada con un trozo circular de corcho y un vaso de hojalata encima. Es la destinada a contener el agua de beber. Al lado de ella hay otra un poco menor que sirve para endulzar las aceitunas. Al otro lado de la chimenea hay colgadas de clavos en la pared tres sartenes de distinto tamaño, una de ellas tiene tres patas incorporadas, y una más con múltiples agujeros en su fondo destinada a asar castañas o bellotas, y junto a las mismas, también colgadas, hay una espumadera de hierro y una especie de espátula del mismo metal, sin duda fabricadas ambas en la fragua del pueblo, y del mismo clavo de la espátula, un manojo de orégano seco para a aderezo de las aceitunas y otros remedios. Dicha espátula llamada “rallaera”, servía para cortar la masa a la hora de hacer el pan, raspar la artesa y demás, (hubiera sido más propio llamarla “raspaera” o simplemente espátula, pero era una palabra no contemplada en el vocabulario de esta población). También hay suspendido de una estaca un cincho de hojalata para hacer quesos. Debajo, en el rincón, un recogedor de hierro y una escoba de lantisca y un cucharro de corcho con un fregón y jabón casero, utilizado para lavar los cacharros de comer en el barreño que está al lado. Del techo de la cocina cuelga “la enramá”, de la que ya se habló, y que actualmente está vacía esperando la próxima matanza.

Atravesando la puerta que da acceso a la habitación de la derecha se observa una cama, no demasiado grande, montada sobre apoyos de madera de un metro de altura que sostienen unas cuantas tablas, de grosor considerable y que hacen las veces de somier. Sobre ellas hay un colchón de lana de oveja cubierto con sábanas de lino tejidas en los telares del pueblo y, sobre ellas, una o dos mantas de tiras o “tiranas”, que se tejían haciendo tiras a los trapos viejos, las que una vez debidamente torcidas a manera de cuerda con la que se formaban ovillos, pasaban a los telares. (Realmente eran trapos viejos e inservibles que se reciclaban, de los que se obtenían mantas muy vistosas y elegantes, aunque abrigaban poco y resultaban pesadas). Bajo la cama se divisa una bacinilla de cerámica y en la pared, sobre la cabecera, hay colgada una cruz de madera algo carcomida, sin Cristo; a su derecha un clavo con algunas manchas de aceite unos centímetros por debajo, por ser el lugar destinado a colgar el candil a la hora de ir a la cama. A los pies de ésta, en el suelo y junto a la pared, descansa un baúl de madera y chapa, seminuevo, que contiene las escasas ropas del matrimonio. Sobre el mismo hay doblada una manta de paño y un viejo capote militar. Un poco más arriba del baúl hay un sombrero nuevo colgado pendido de un clavo y un pañuelo de cuello sobre el mismo. En una de las vigas del “doblado”, en la vertical del lateral derecho de la cama, se observan dos anillas de hierro fuertemente clavadas, pues son las que están destinadas a sostener colgada, en su momento, la cuna de corcho que está apoyada en una pared. (La gran mayoría de cunas para los bebés eran de corcho, ya que el alcornoque es un árbol muy abundante por la zona, y consistían en un semicilindro de dicho material cortado longitudinalmente siguiendo un plano imaginario que pasaba por el eje de revolución).

En la otra habitación, que al igual que la anterior sólo recibe la escasa luz que logra franquear la puerta a través de las cortinas de trapo, hay una cama apoyada en unos tajos cilíndricos de tronco de encina. El somier también es de tablas, pero el colchón es un simple jergón relleno de paja. No tiene sábanas, estando cubierta con una manta de paño bastante raída, y se observan dos almohadas, una en la cabecera y otra en los pies, pues los tres chicos de la casa duermen juntos: Los dos más pequeños en una almohada y el mayor en la otra. A medida que vayan llegando nuevos hermanos a la familia, los pequeños llegados irán ocupando el espacio que dejarán vacío los hermanos mayores en la cama, que pasarán a dormir sobre sacos de paja en los sobrados. (En familias muy prolíficas (*), que no eran escasas, los sobrados llegaban a convertirse en almacenes de adolescentes y mozos. A los pies de la misma, en un rincón, hay un cajón tapado con un trapo, que contiene la ropa de los tres hermanos. En otro rincón hay una vara y en uno de sus extremos tiene una pequeña cabeza de caballo hecha de corcho del que pende una cuerda a manera de riendas. Es el juguete preferido del hermano más pequeño con el que recorrerá, colocado entre las piernas y azuzando a su caballo, todas las calles del pueblo varias veces al día.

(*).- Ciertamente había familias con proles muy numerosas, pero también es cierto que la mortandad infantil era elevada. En Cabañas se dio un caso en este sentido, que se cita como ejemplo extremo y trágico a la vez, de una madre que alumbró a dieciséis hijos y murieron todos sin llegar a alcanzar la edad adulta).

Seguimos con la visita de las casa y subimos la escalera, encontrando que todo el espacio superior es una estancia sin división de clase alguna. Los dos ventanucos, única luz que tiene, a parte de la que entra por entre las tejas, dan a la fachada principal y no tienen cierre alguno. A medida que se vayan recogiendo las cosechas, los distintos granos se irán amontonándose en los diversos rincones y junto a las paredes, así como las bellotas que se recolecten (casi siempre hurtadas) para el cerdo. Como utensilios aparecen una artesa apoyada en la pared, en la cual se amasa para hacer el pan, y sobre ella, a bastante altura para que los pequeños no puedan alcanzarlo, envuelto en un trapo y atado con una cuerda, de cuya lazada pende de un clavo, un enorme cuchillo. Es “el cuchillo de matar”, como se llamaba, sin más connotación que la referida a la muerte del cerdo de la matanza, y nada más, claramente. Un poco más allá hay una cuartilla y encima un celemín. También un castillejo o castillete para niños, que viene a ser como un taca-taca actual pero sin ruedas. Por último colgado de un clavo de una de las paredes hay una enorme sierra para ser manejada en vaivén entre dos hombres. Debido a su enorme tamaño la gente había cambiado el género y decían “sierro”, y a veces, en aumentativo “sierrón”, pues realmente lo era. Colgada de una de las tablas de chilla que sostienen las tejas hay una jaula hecha con finas varetas de olivo, bien peladas y alisadas, destinada a albergan una perdiz o perdigón, y al lado cuelgan de un trozo de alambre unos cuatro o cinco cepos de ballesta para pájaros, llamados maulas, toda vez que son trampas que se ocultan bajo una fina capa de tierra dejando a la vista sólo el cebo, con el fin de engañar a las aves. En la pared del fondo hay colgadas dos o tres cestas de mimbre de diversos tamaños y un cesto del mismo material para transportar la ropa al río para ser lavada.

Y esto es todo. No es posible invitar a nadie a vivir un tiempo en una de estas casas porque, como se dijo al principio, ya han sido derribadas o reformadas, pero lo cierto es que de poderse realizar constituiría una experiencia extraordinaria, pues nos ayudaría a valorar en su justa dimensión todo cuanto hoy poseemos, incluso nos haría ver la nimiedad de los problemas que nos presenta de vez en cuando la vida y que tanto nos agobian, al compararlos con la problemática que se veían forzados a soportar durante toda su existencia nuestros antecesores, pues ellos no tenían problemas en la vida, su problema era la vida misma, y lo superaban.