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Ética, moralidad, estética, ¿qué querrán decir estas palabras para un político o agrupación de ellos?
Entre tú y yo recia moza, para algunos nada. Una vez sentado el principio que dice que la mujer del cesar no es necesario que sea honrada sino que lo que tiene que hacer es no dejarse pillar en el renuncio.., ¿qué más se puede añadir?

Está claro que el tres o el veinte por ciento es una regla no escrita al parecer de obligado cumplimiento para ciertos grupos de presión, en uso y con muy buena salud.

Nos dicen, y es posible que quienes lo dicen hasta se lo crean ellos mismos, lo que en cierto modo les disculpa por su osadía, que el problema real es la paja que ellos ven en el ojo ajeno, que el tablón que obstaculiza su visión es una simpleza, algo sin importancia; y claro, así va la cosa pues, se subvierte tranquilamente el orden ético, estético y hasta el maquiavélico, porque ese príncipe que no se cortó ni un pelín cuando escribió lo que escribió, al lado de estos personajes reales que ahora conocemos, es una especie de caperucita encarnada.

Para empezar, y sin pararse en mientes, forman un frente común que ataca sin la más mínima cortapisa en todos aquellos sectores de la sociedad que no forman parte de sus mesnadas. Bien cohesionados y usando su experiencia de siglos y sus bien repletas arcas, por un lado van minando la moral de los sencillos mortales con el mismo ímpetu con el que arrastra las embravecidas aguas
de un torrente desmadrado a todo lo que halla a su paso y, por otro, ponen el corazón en un puño a todos aquellos que dependen para subsistir ellos y su familia, únicamente de lo que saben o pueden hacer con sus encallecidas manos. Táctica encaminada a poner sus bolsas a rebosar, por un lado, y por el otro, a sembrar entre aquellos la cizaña de la desconfiada, permitiendo y azuzando la riña entre ellos y, por consiguiente, desviando su atención del problema principal, que no es otro, que ese frente común instalado en las poltronas de sus sociedades anónimas y de esos relucientes templos desde los cuales le rinden culto al euro.

Ya puestos a minar, ¿porqué no se destruye también la posible confianza que algunos hayamos depositado en instituciones tales como la policía, la justicia, la libre información y el normal funcionamiento de los órganos del Estado de Derecho? Pues a por ellos.

Si la policía o los jueces y tribunales detienen y condenan a uno de los nuestros, leña al mono hasta que hable albanés y, para más recochineo, dicen a los cuatro vientos, que lo que tienen que hacer es dedicarse a detener a los chorizos y etarrukos. O sea, que detengan robagallinas y similares pero dejen seguir tranquilamente con su mangoneo a la honorable y bien pensante sociedad, porque, alegan, no son chorizos pues, sus beneficios a costa de cualquier precio y por encima de cualquier norma, sólo son réditos que dedican a obras de beneficencia, lo que no impide, que los guarden momentáneamente, en cualquier paraíso fiscal.

Ah, que se me olvidaba, esta tarde, por una de esas sus emisoras de radio o sus cadenas de televisión, reponen Lucecita, de Guillermo Sautier Casaseca y un reputado cuadro escénico.

Salud.