RECOPILACIÓN DE LEYENDAS-2
Gozoso Alvar estaba al lado de doña Margarita, su más caro ideal. Sin descansar de la fatiga de la batalla en el campo de Membrillares, se hizo anunciar a la Narbona. Ésta lo recibió con el mayor contento. Su fama de diestro y arrojado eran una garantía para la atribulada dama, que contaba con escasas fuerzas para contrarrestar el asedio.
Como Alvar no la veía hacía algún tiempo, quedó maravillado de su hermosura, pues las tocas de viuda, la palidez por tantas preocupaciones, la hacían parecer más bella.
-Cuánto os agradezco, Alvar, vuestra venida. Bien hizo mi esposo en confiar en vuestra lealtad y valor - dijo doña Margarita -.
- ¡Señora!... Por socorreros he arriesgado mi vida, y cien vidas que tuviera..
E hincó una rodilla en tierra y besó la mano que le tendiera..
-Lo sé, Alvar, y por eso acudí a vos en demanda de socorro.
-Cumplo sólo con mi deber.
-Retiraos a descansar, que bien lo necesitáis.
-Ya para mí no hay descanso hasta ver el modo de salvaros.
-Es imposible, por la superioridad de enemigos. Si fuera yo sola, podría huir; pero, ¿y mi hijo?...
-Ya veremos. Con su permiso, voy a revisar las defensas.
-Sí, id presto y poneos de acuerdo con Men Rodríguez, buen servidor, leal, y que os servirá de mucho. Yo, mientras pediré a Dios que me conceda la victoria.
Men Rodríguez era un anciano hijodalgo, alcaide de Granada y su castillo desde hacía muchos años. Muy fiel, jefe militar de la plaza hasta que llegó Alvar, a quien reasignó el mando y se dispuso a obedecer.
Juntos recorrieron la villa, y de acuerdo organizaron las defensas, encargándose Men Rodríguez de la puerta de Coria, que está al sur, y Alvar de la de Béjar y el castillo.
Los signos de asedio eran cada día mayores. Por dos veces habían intentado el asalto los del maestre por el sur, pero ambas fueron rechazados valientemente por Men. No les sería difícil llegar en poco tiempo a la fortaleza de la Palomera, y desde allí internarse en Portugal. Desde que llegó a Granada estaba preparando este plan.
No le hubiera sido difícil poner en salvo por este camino a doña Margarita y su hijo, antes que el peligro arreciara. Pero, ¿cómo separarse de ella?. ¿Después de tan larga ausencia consentir una separación?. No. Antes la muerte.
Aquella pasión, por tanto tiempo contenida, se desbordó intempestuosamente, como agua depositada cuyo dique se rompe.
Alvar, cada día más enamorado, no pensaba más que en preparar la huida. Sabía que la villa sucumbiría, pues el maestre, resuelto a tomarla, lo conseguiría. Ellos no podían recibir refuerzos, pues don Dionís, partidario de los de la Cerda, a quien habían avisado, se hallaba peleando en la ribera del Coa contra las tropas reales y no podía acudir. El castillo tenía una salida subterránea que desembocaba cerca del río. Vadeando éste, y con buenas monturas, no les sería difícil llegar en poco tiempo a la fortaleza de la Palomera, y desde allí internarse en Portugal. Desde que llegó a Granada estaba preparando este plan.
Una noche, al sonar el toque de queda en la campana del castillo, penetró en la cámara de doña Margarita resuelto a jugar el todo por el todo.
- ¡Señora! - le dijo -. Los defensores están mermados. La resistencia es cada día más difícil. El enemigo, tenaz. Es necesario que penséis en poneros a salvo. Nuestra fortaleza de Palomera está próxima. Con buenos caballos, en poco más de una hora podéis llegar a ella, y desde allí, escoltada por nuestra gente, no os sería difícil refugiaros en Portugal.
-Pero, ¿cómo romper el cerco? -dijo doña Margarita.
-Ése es mi secreto - contestó Alvar -; pero antes tengo que haceros una revelación. ¿Me lo permitís?.
-Hablad, que atenta os escucho.
Entonces Alvar pintó con colores más vivos el estado de su alma. Describió sus ansias y afanes por tanto tiempo reprimidos. Hizo historia de aquélla pasión nacida en los albores de su juventud acrecentada con la ausencia; y, cayendo de rodillas a los pies de doña Margarita, le dijo:
-Señora, devorando esta pasión en silencio arrostré la muerte mil veces. Por conseguir vuestro amor me hallo dispuesto a todo, incluso a condenarme eternamente. La pasión que me inspirasteis hizo de mí un héroe; no consintáis que me convierta en un réprobo.
Sorprendida escuchó la de Narbona las manifestaciones de Alvar, las cuales produjeron en su alma profunda indignación.
Con las manos fuertemente apretadas, el entrecejo fruncido y despidiendo sus pupilas metálicos reflejos, le dijo con voz sibilante:
-Mal caballero. ¿No os merece más respeto el dolor de una dama?. ¡Sois un cobarde!. Únicamente un ser abyecto y despreciable puede atreverse a hablarme como vos lo hacéis. ¡Y en qué ocasión!. ¡Cuándo me hallo cercada por mis enemigos!. Mi vida y la de mi hijo peligran; pero no importa. Ambas las sacrificaré gustosa antes que acceder a vuestras villanas pretensiones. Salid pronto de Granada; marchad, id presto a uniros con mis contrarios; Dios me dará fuerzas para luchar contra todo.
-Saldré de Granada - dijo Alvar -, pero no será sin vos. Os tengo en mi poder y no quiero volver a perderos; de grado o por fuerza me seguiréis. -Y le rodeó fuertemente el talle con su brazo robusto.
Gozoso Alvar estaba al lado de doña Margarita, su más caro ideal. Sin descansar de la fatiga de la batalla en el campo de Membrillares, se hizo anunciar a la Narbona. Ésta lo recibió con el mayor contento. Su fama de diestro y arrojado eran una garantía para la atribulada dama, que contaba con escasas fuerzas para contrarrestar el asedio.
Como Alvar no la veía hacía algún tiempo, quedó maravillado de su hermosura, pues las tocas de viuda, la palidez por tantas preocupaciones, la hacían parecer más bella.
-Cuánto os agradezco, Alvar, vuestra venida. Bien hizo mi esposo en confiar en vuestra lealtad y valor - dijo doña Margarita -.
- ¡Señora!... Por socorreros he arriesgado mi vida, y cien vidas que tuviera..
E hincó una rodilla en tierra y besó la mano que le tendiera..
-Lo sé, Alvar, y por eso acudí a vos en demanda de socorro.
-Cumplo sólo con mi deber.
-Retiraos a descansar, que bien lo necesitáis.
-Ya para mí no hay descanso hasta ver el modo de salvaros.
-Es imposible, por la superioridad de enemigos. Si fuera yo sola, podría huir; pero, ¿y mi hijo?...
-Ya veremos. Con su permiso, voy a revisar las defensas.
-Sí, id presto y poneos de acuerdo con Men Rodríguez, buen servidor, leal, y que os servirá de mucho. Yo, mientras pediré a Dios que me conceda la victoria.
Men Rodríguez era un anciano hijodalgo, alcaide de Granada y su castillo desde hacía muchos años. Muy fiel, jefe militar de la plaza hasta que llegó Alvar, a quien reasignó el mando y se dispuso a obedecer.
Juntos recorrieron la villa, y de acuerdo organizaron las defensas, encargándose Men Rodríguez de la puerta de Coria, que está al sur, y Alvar de la de Béjar y el castillo.
Los signos de asedio eran cada día mayores. Por dos veces habían intentado el asalto los del maestre por el sur, pero ambas fueron rechazados valientemente por Men. No les sería difícil llegar en poco tiempo a la fortaleza de la Palomera, y desde allí internarse en Portugal. Desde que llegó a Granada estaba preparando este plan.
No le hubiera sido difícil poner en salvo por este camino a doña Margarita y su hijo, antes que el peligro arreciara. Pero, ¿cómo separarse de ella?. ¿Después de tan larga ausencia consentir una separación?. No. Antes la muerte.
Aquella pasión, por tanto tiempo contenida, se desbordó intempestuosamente, como agua depositada cuyo dique se rompe.
Alvar, cada día más enamorado, no pensaba más que en preparar la huida. Sabía que la villa sucumbiría, pues el maestre, resuelto a tomarla, lo conseguiría. Ellos no podían recibir refuerzos, pues don Dionís, partidario de los de la Cerda, a quien habían avisado, se hallaba peleando en la ribera del Coa contra las tropas reales y no podía acudir. El castillo tenía una salida subterránea que desembocaba cerca del río. Vadeando éste, y con buenas monturas, no les sería difícil llegar en poco tiempo a la fortaleza de la Palomera, y desde allí internarse en Portugal. Desde que llegó a Granada estaba preparando este plan.
Una noche, al sonar el toque de queda en la campana del castillo, penetró en la cámara de doña Margarita resuelto a jugar el todo por el todo.
- ¡Señora! - le dijo -. Los defensores están mermados. La resistencia es cada día más difícil. El enemigo, tenaz. Es necesario que penséis en poneros a salvo. Nuestra fortaleza de Palomera está próxima. Con buenos caballos, en poco más de una hora podéis llegar a ella, y desde allí, escoltada por nuestra gente, no os sería difícil refugiaros en Portugal.
-Pero, ¿cómo romper el cerco? -dijo doña Margarita.
-Ése es mi secreto - contestó Alvar -; pero antes tengo que haceros una revelación. ¿Me lo permitís?.
-Hablad, que atenta os escucho.
Entonces Alvar pintó con colores más vivos el estado de su alma. Describió sus ansias y afanes por tanto tiempo reprimidos. Hizo historia de aquélla pasión nacida en los albores de su juventud acrecentada con la ausencia; y, cayendo de rodillas a los pies de doña Margarita, le dijo:
-Señora, devorando esta pasión en silencio arrostré la muerte mil veces. Por conseguir vuestro amor me hallo dispuesto a todo, incluso a condenarme eternamente. La pasión que me inspirasteis hizo de mí un héroe; no consintáis que me convierta en un réprobo.
Sorprendida escuchó la de Narbona las manifestaciones de Alvar, las cuales produjeron en su alma profunda indignación.
Con las manos fuertemente apretadas, el entrecejo fruncido y despidiendo sus pupilas metálicos reflejos, le dijo con voz sibilante:
-Mal caballero. ¿No os merece más respeto el dolor de una dama?. ¡Sois un cobarde!. Únicamente un ser abyecto y despreciable puede atreverse a hablarme como vos lo hacéis. ¡Y en qué ocasión!. ¡Cuándo me hallo cercada por mis enemigos!. Mi vida y la de mi hijo peligran; pero no importa. Ambas las sacrificaré gustosa antes que acceder a vuestras villanas pretensiones. Salid pronto de Granada; marchad, id presto a uniros con mis contrarios; Dios me dará fuerzas para luchar contra todo.
-Saldré de Granada - dijo Alvar -, pero no será sin vos. Os tengo en mi poder y no quiero volver a perderos; de grado o por fuerza me seguiréis. -Y le rodeó fuertemente el talle con su brazo robusto.