RECOPILACIÓN DE LEYENDAS-4
-Seréis complacido - dijo el ermitaño -. Y ahora, vamos a reconocer esa herida para poder apreciar su gravedad. En mi juventud fui soldado como vos, y me acostumbré a estos menesteres.
Por la herida no cesaba de fluir sangre en regular cantidad. Examinó con un dedo la profundidad y no pudo ocultar un gesto de disgusto. Aplicó un tópico astringente, comprimiendo fuertemente la región y administró al paciente un cordial, recomendándole el mayor reposo.
En este estado permaneció Alvar por espacio de algunos días, durante los cuales escribió su última voluntad. La hemorragia cesó por completo, pero la herida empezó a supurar y la fiebre, que se inició a los pocos días, fue en aumento.
Ayudado por el ermitaño, templario en su juventud, pudo vivir unas semanas más, entre horribles sufrimientos, pero también con inconfundibles muestras de arrepentimiento.
Por fin, después de un mes de grandes sufrimientos, exhaló el último aliento una tarde de los postreros días del mes de octubre; una de esas tardes melancólicas del tibio otoño extremeño, en que los rayos del sol poniente adquieren tintes rojos y amarillentos, tan semejantes a los reflejos del oro, que parece como si el disco luminoso se hallara formado por ese precioso metal. El sol, que cada día ensaya su muerte una vez más, arrastró consigo hacia la muerte definitiva al valeroso capitán, al pérfido enamorado y al austero penitente Don Alvar Núñez de Castro.
Cuenta la tradición que el cuerpo de Núñez de Castro fue enterrado junto al ara del santuario, como lo pidió antes de morir.
Y no habiendo tenido tiempo de purgar sus pecados en vida, su alma vaga por los contornos intentando completar su purificación.
Todas las noches su cuerpo abandona la tumba y cabalga cual fantasma nocturno por los alrededores de Granadilla.
Hay quién dice también que es ahora, con el pueblo deshabitado, cuando es más fácil contemplar la visión de un brioso corcel negro que, con un caballero muerto en sus lomos, cabalga y cabalga pidiendo perdón.
Los pueblos de Zarza de Granadilla y Abadía se hallan cercanos a las ruinas del antiguo convento de los Padres Franciscanos, que se construyó sobre las también ruinas de la ermita de Nuestra Señora de los Ángeles.
Los ancianos lugareños aún recuerdan la tradición y la leyenda. Saben del enterramiento de un caballero junto al altar mayor de la capilla aún existente, cuya alma vaga aún por los alrededores buscando eternamente el perdón de su amada.
Cuando quieren asustar a un niño travieso, como almas sencillas e ingenuas que son, le dicen: "pórtate bien, que si no viene el "alma" y te lleva con él".
-Seréis complacido - dijo el ermitaño -. Y ahora, vamos a reconocer esa herida para poder apreciar su gravedad. En mi juventud fui soldado como vos, y me acostumbré a estos menesteres.
Por la herida no cesaba de fluir sangre en regular cantidad. Examinó con un dedo la profundidad y no pudo ocultar un gesto de disgusto. Aplicó un tópico astringente, comprimiendo fuertemente la región y administró al paciente un cordial, recomendándole el mayor reposo.
En este estado permaneció Alvar por espacio de algunos días, durante los cuales escribió su última voluntad. La hemorragia cesó por completo, pero la herida empezó a supurar y la fiebre, que se inició a los pocos días, fue en aumento.
Ayudado por el ermitaño, templario en su juventud, pudo vivir unas semanas más, entre horribles sufrimientos, pero también con inconfundibles muestras de arrepentimiento.
Por fin, después de un mes de grandes sufrimientos, exhaló el último aliento una tarde de los postreros días del mes de octubre; una de esas tardes melancólicas del tibio otoño extremeño, en que los rayos del sol poniente adquieren tintes rojos y amarillentos, tan semejantes a los reflejos del oro, que parece como si el disco luminoso se hallara formado por ese precioso metal. El sol, que cada día ensaya su muerte una vez más, arrastró consigo hacia la muerte definitiva al valeroso capitán, al pérfido enamorado y al austero penitente Don Alvar Núñez de Castro.
Cuenta la tradición que el cuerpo de Núñez de Castro fue enterrado junto al ara del santuario, como lo pidió antes de morir.
Y no habiendo tenido tiempo de purgar sus pecados en vida, su alma vaga por los contornos intentando completar su purificación.
Todas las noches su cuerpo abandona la tumba y cabalga cual fantasma nocturno por los alrededores de Granadilla.
Hay quién dice también que es ahora, con el pueblo deshabitado, cuando es más fácil contemplar la visión de un brioso corcel negro que, con un caballero muerto en sus lomos, cabalga y cabalga pidiendo perdón.
Los pueblos de Zarza de Granadilla y Abadía se hallan cercanos a las ruinas del antiguo convento de los Padres Franciscanos, que se construyó sobre las también ruinas de la ermita de Nuestra Señora de los Ángeles.
Los ancianos lugareños aún recuerdan la tradición y la leyenda. Saben del enterramiento de un caballero junto al altar mayor de la capilla aún existente, cuya alma vaga aún por los alrededores buscando eternamente el perdón de su amada.
Cuando quieren asustar a un niño travieso, como almas sencillas e ingenuas que son, le dicen: "pórtate bien, que si no viene el "alma" y te lleva con él".