Nuestras sierras cargadas de tesoros escondidos.
Y al otro lado de la bella Cáceres, en la penillanura cacereña en la que dominan los bellos bosques de alcornocales y encinares en torno a sierras escarpadas, podemos guiarnos por el vuelo de los aguiluchos cenizos y los elanios azules para descubrir el paraje de “Los Tesoritos” en Ibahernando.
En Santa Cruz de la Sierra se encuentra el Arroyo del Oro.
Los soldados y mercaderes romanos, tan asentados en estas tierras, jamás cruzaban un río sin arrojar antes una moneda para ganar el favor de sus dioses, por lo que en las orillas de los grandes ríos se pueden encontrar pequeños tesoros. En los ríos pequeños el oro no lo encontramos en forma de monedas, sino de pepitas, o acaso de algún tesoro encantado. Lo cierto es que el nombre nos avisa, como en la cercana población de Puerto de Santa Cruz, a los pies de la Sierra, donde encontramos el Arroyo del Oro.
Prosigamos por la penillanura trujillano –cacereña, esta vez algo más la norte, y contemplemos, bañada por el río Almonte y asentada sobre un bello típico paisaje de tipo mediterráneo, a la bella Monroy, una población con doble tesoro, agua y castillo. Allí encontraremos importantes yacimientos arqueológicos en la villa romana de Las Agudazeras, meritoria por sus bellos mosaicos, descubierta (oh, sorpresa!), en el lugar conocido como “Los Mochuelos del Tesoro”. La procedencia de este vocablo puede deberse al hecho que algún campesino o ganadero, hace tiempo, encontrase allí algún lote de monedas o tal vez alguna pieza de cierto valor, o más probablemente a que la profusión de materiales que iban levantando los arados hiciese pensar en la existencia del codiciado tesoro. En ocasiones estas fantasías se volvieron realidad ya que algunos lugareños tuvieron la suerte de encontrar tesoros reales, como el brazalete de oro macizo que hoy se encuentra en el Museo Arqueológico Provincial, hallado por Marcelo Lancho Leno en la finca Parapuños de Doña Teodora, o el tesorillo de 24 denarios de plata, que el pastor Fernando Muñoz Galea, desenterró en 1964 en la finca Parapuños de Varela, propiedad de doña María Camarero, o las monedas de oro que sacaron a la luz unos agricultores en la dehesa El Pizarro. Es cuando menos curioso que en la vecina Talaván también exista un “Cerro del Tesoro”.
Pero acerquémonos ahora a la Comarcade Las Villuercas y visitemos La cueva de los Doblones, de evocador nombre, situada en el término municipal de Alía, en la provincia de Cáceres, en uno de los puntos más inaccesibles de la “Sierra de Altamira“, lo que motivó que en varias ocasiones fuera utilizada por bandoleros como refugio. Su leyenda cuenta que en su interior hay enterrado un tesoro compuesto por doblones de oro.
Desde esta misma cueva podemos otear el horizonte en busca de una numerosa colonia de buitres. Allí, en ese punto donde sobrevuelan con alas majestuosas, es donde se encuentra Valdelacasa de Tajo, cerca de la ribera del río. Acerquémonos a visitar las solitarias ruinas del castillo árabe de Espejel (ahora que ya sabemos que “castillos y moros guardan tesoros”) y contemplemos la verdadera razón de nuestra visita: el Dolmen del Tesoro.
En las Vegas Altas del Guadiana, próximos a Madrigalejo se encontraron algunos verracos y objetos celtas que se pueden contemplar en el Museo Arqueológico de Cáceres y en el Arqueológico nacional de Madrid. Por si no fuera bastante, en el lugar conocido como “Tesoro”, se descubrió casualmente en 1886 las ruinas de un edificio romano, mosaicos con delfines y caballos marinos y sirenas, construcciones hidraúlicas y estatuas de mármol, así como monedas de plata de bronce. Con estos nombres, es fácil deducir que son una golosina para los “cazatesoros” y buscadores de fortuna.
Y al otro lado de la bella Cáceres, en la penillanura cacereña en la que dominan los bellos bosques de alcornocales y encinares en torno a sierras escarpadas, podemos guiarnos por el vuelo de los aguiluchos cenizos y los elanios azules para descubrir el paraje de “Los Tesoritos” en Ibahernando.
En Santa Cruz de la Sierra se encuentra el Arroyo del Oro.
Los soldados y mercaderes romanos, tan asentados en estas tierras, jamás cruzaban un río sin arrojar antes una moneda para ganar el favor de sus dioses, por lo que en las orillas de los grandes ríos se pueden encontrar pequeños tesoros. En los ríos pequeños el oro no lo encontramos en forma de monedas, sino de pepitas, o acaso de algún tesoro encantado. Lo cierto es que el nombre nos avisa, como en la cercana población de Puerto de Santa Cruz, a los pies de la Sierra, donde encontramos el Arroyo del Oro.
Prosigamos por la penillanura trujillano –cacereña, esta vez algo más la norte, y contemplemos, bañada por el río Almonte y asentada sobre un bello típico paisaje de tipo mediterráneo, a la bella Monroy, una población con doble tesoro, agua y castillo. Allí encontraremos importantes yacimientos arqueológicos en la villa romana de Las Agudazeras, meritoria por sus bellos mosaicos, descubierta (oh, sorpresa!), en el lugar conocido como “Los Mochuelos del Tesoro”. La procedencia de este vocablo puede deberse al hecho que algún campesino o ganadero, hace tiempo, encontrase allí algún lote de monedas o tal vez alguna pieza de cierto valor, o más probablemente a que la profusión de materiales que iban levantando los arados hiciese pensar en la existencia del codiciado tesoro. En ocasiones estas fantasías se volvieron realidad ya que algunos lugareños tuvieron la suerte de encontrar tesoros reales, como el brazalete de oro macizo que hoy se encuentra en el Museo Arqueológico Provincial, hallado por Marcelo Lancho Leno en la finca Parapuños de Doña Teodora, o el tesorillo de 24 denarios de plata, que el pastor Fernando Muñoz Galea, desenterró en 1964 en la finca Parapuños de Varela, propiedad de doña María Camarero, o las monedas de oro que sacaron a la luz unos agricultores en la dehesa El Pizarro. Es cuando menos curioso que en la vecina Talaván también exista un “Cerro del Tesoro”.
Pero acerquémonos ahora a la Comarcade Las Villuercas y visitemos La cueva de los Doblones, de evocador nombre, situada en el término municipal de Alía, en la provincia de Cáceres, en uno de los puntos más inaccesibles de la “Sierra de Altamira“, lo que motivó que en varias ocasiones fuera utilizada por bandoleros como refugio. Su leyenda cuenta que en su interior hay enterrado un tesoro compuesto por doblones de oro.
Desde esta misma cueva podemos otear el horizonte en busca de una numerosa colonia de buitres. Allí, en ese punto donde sobrevuelan con alas majestuosas, es donde se encuentra Valdelacasa de Tajo, cerca de la ribera del río. Acerquémonos a visitar las solitarias ruinas del castillo árabe de Espejel (ahora que ya sabemos que “castillos y moros guardan tesoros”) y contemplemos la verdadera razón de nuestra visita: el Dolmen del Tesoro.
En las Vegas Altas del Guadiana, próximos a Madrigalejo se encontraron algunos verracos y objetos celtas que se pueden contemplar en el Museo Arqueológico de Cáceres y en el Arqueológico nacional de Madrid. Por si no fuera bastante, en el lugar conocido como “Tesoro”, se descubrió casualmente en 1886 las ruinas de un edificio romano, mosaicos con delfines y caballos marinos y sirenas, construcciones hidraúlicas y estatuas de mármol, así como monedas de plata de bronce. Con estos nombres, es fácil deducir que son una golosina para los “cazatesoros” y buscadores de fortuna.