IBAHERNANDO: Antonio Cid de Rivera...

Antonio Cid de Rivera
13/12/2020

Son de esas cosas en las que uno no repara hasta que una curva estadística se planta ante tus narices. Verán. Esta semana hemos sabido que en 48 pueblos de Extremadura no nació ni un solo bebé el año pasado; no hubo ni un solo alumbramiento, niña o niña, en 48 municipios de la comunidad, ni en 41 de la provincia de Cáceres ni en 7 de la provincia de Badajoz. Un drama. Con independencia de la pena que supone que escaseen o simplemente no haya chiquillos en los núcleos rurales --y lo que lleva aparejado de vida y futuro-- tenemos un problema como sociedad. La curva poblacional de nacidos en Extremadura desde que hay datos en el INE, que es desde 1940, es tan vertiginosa que asusta. Vamos camino de la extinción. Solo basta comparar la gráfica de recién nacidos con aquella otra que refleja las muertes y constatar que nuestro saldo demográfico es más que negativo. Como ejemplo el 2019, un año en el que fallecieron 11.261 extremeños y nacieron 7.650. Hagan la cuenta.

El año 1948 viene reflejado en la gráfica poblacional extremeña como el de mayor pico de nacimientos. Era una etapa difícil, sin demasiados recursos, con partos en las casas y no en los hospitales, pero vinieron al mundo nada menos que 37.031 extremeños. Solo diez años después bajó la cifra a 33.119 y así hasta llegar a 1968 con 22.451. En el año 1978, con la llegada de la democracia dos años atrás, caíamos hasta 15.959 nacimientos y en 1998 alcanzamos la cifra de 10.070. En esas cantidades nos hemos movido en la primera década del nuevo siglo XXI hasta que en 2011 empezamos a bajar de nuevo hasta alcanzar los 7.650 del año pasado. Y no parece que vaya a cambiar la tendencia.

Es cierto que en España, en general, la natalidad sigue en caída libre, nacen un poco más de la mitad de niños que allá por 1948. Los datos nacionales trazan la radiografía de un país en el que la pirámide poblacional se estrecha en la base y se ensancha en la punta. Disminuyen las cohortes de población en edad fértil y cae la fecundidad hasta 1,3 niños por mujer, pero esta deriva se corrige en parte por los emigrantes que llegan a nuestro país y los nacimientos de madres extranjeras, los cuales representan ya en el 20% del total.

Pero en territorios como el extremeño la situación es muy distinta. Aquí los nacimientos se dividen por 5 si los comparamos con los de 1948 y la población extranjera no compensa este déficit que padecemos ni por asomo dado que las madres extranjeras suponen el 8% del total, tres veces menos que en el conjunto del país.

Cuando se habla de la España vaciada en Extremadura tenemos un ejemplo de primer nivel. Al menos en 48 pueblos el vacío ha ido a mayores en el último año. Un amplio territorio de 42.000 kilómetros cuadrados y muy poca gente, eso es lo que somos. Lo que hace, encima, que las generaciones venideras en muchos casos quieran marcharse, agravando si cabe aún más la herida por la que nos desangramos. Y digo yo: si las comunicaciones cambian los conceptos de distancia y tiempo y hoy día se puede emprender en casi cualquier parte donde llegue internet, ¿por qué Extremadura no es aún tierra de oportunidades salvo en muy contadas excepciones? ¿Nos falta marketing? ¿Se piensa que somos un territorio por el que no merece la pena apostar?

Es cierto que la Junta de Extremadura ha lanzado esta legislatura la elaboración de una ‘Estrategia Regional de Intervención ante el Reto Demográfico’, pero nada se ha sabido en este último año aunque también es verdad que padecemos una pandemia como nunca en nuestra historia. Debería retomarla en 2021 una vez pasado el trance del coronavirus y hacerla piedra angular de sus decisiones. Nos jugamos nuestro futuro. O sumamos o nos extinguimos y, como ya dije una vez, el último que apague la luz.