Pagar “el piso”, (en El Bronco era el “vino”), era una costumbre relacionada con el “cortejo”, muy extendida por toda la provincia; consistía en hacer pagar un “peaje”, cuando un mozo forastero pretendía a una muchacha del pueblo. Este “impuesto”, también se llevaba a efecto en otras regiones española, para que el galán pudiera continuar con sus intenciones amorosas.
Cuando se presumía que un joven forastero, mostraba interés por una chica de la localidad, los mozos decidían cobrarle un “tributo” que dependía de la posición social de la novia, habitualmente era vino o cierta cantidad de dinero. El encargado de pedirlo era generalmente el “alcalde de los mozos”, cargo que recaía en el soltero de más edad, quien negociaba con el pretendiente, advirtiéndole de la costumbre de arrojar a la fuente, charca o río, a los que se negaban.
Lo más curioso es que no participaran los casados, pero se comprende que los solteros debían sentirse perjudicados porque la moza, fuera a parar a los brazos de un forastero, cuando debería haber sido para alguno de ellos; pues hay que considerar que en aquella época los desplazamientos eran problemáticos y la mayoría de las bodas, era entre los del mismo pueblo.
El origen de esta tradición, dicen estar relacionada con el dicho de “cada gallo en su corral canta más alto que los demás”, es decir, había que demostrar al intruso que se encontraban fuera de su territorio y debían pagar por “pisar” en gallinero ajeno, en este caso otro pueblo.
Actualmente está costumbre ha caído en desuso, pues los jóvenes ahora con sus flamantes automóviles recorren múltiples localidades y lo más común es que las parejas sean de distintos lugares.
Saludos
Sixto Rivas
Cuando se presumía que un joven forastero, mostraba interés por una chica de la localidad, los mozos decidían cobrarle un “tributo” que dependía de la posición social de la novia, habitualmente era vino o cierta cantidad de dinero. El encargado de pedirlo era generalmente el “alcalde de los mozos”, cargo que recaía en el soltero de más edad, quien negociaba con el pretendiente, advirtiéndole de la costumbre de arrojar a la fuente, charca o río, a los que se negaban.
Lo más curioso es que no participaran los casados, pero se comprende que los solteros debían sentirse perjudicados porque la moza, fuera a parar a los brazos de un forastero, cuando debería haber sido para alguno de ellos; pues hay que considerar que en aquella época los desplazamientos eran problemáticos y la mayoría de las bodas, era entre los del mismo pueblo.
El origen de esta tradición, dicen estar relacionada con el dicho de “cada gallo en su corral canta más alto que los demás”, es decir, había que demostrar al intruso que se encontraban fuera de su territorio y debían pagar por “pisar” en gallinero ajeno, en este caso otro pueblo.
Actualmente está costumbre ha caído en desuso, pues los jóvenes ahora con sus flamantes automóviles recorren múltiples localidades y lo más común es que las parejas sean de distintos lugares.
Saludos
Sixto Rivas