UN HOMBRE, UNA CALLE
Recuerdo del rostro de un labrador extremeño, marcado por su propia historia, de facciones áridas, pero mirada alegre –entrañable-; recuerdos de aquellos atardeceres de largos veranos, siempre de la mano de un cubo de zinc lleno de brevas “San Juaneras” y “jigos reales”, para deleite de mis caprichos.; recuerdos de aquellas “pijas” -envueltas en papel de estraza emborrachado de agua-, soterradas en las cenizas de la lumbre -en su casa, siempre en su casa-, que sucumbían al
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Querido HChengue. Siempre es un placer leerte. Me asombra el cómo recuerdas todos los detalles y el nombre de las cosas. Yo, la verdad, sólo creo tener
virgen la imaginación; aunque los recuerdos, groso modo, aun perduran. El tío Cándido, se merece el recuerdo- al igual que la
familia- Y, es cierto, tengo su imagen en el
carro, con aquellas mulas, los costales. No sabía que el nieto de Calvo Sotelo fuese tu
amigo (Del Barberán, imagino) Y, no se te olvide, joio “chairo”, que no se puede disociar
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