Aun recuerdo esa canción de Dylan: “Llamando a las
puertas del
cielo”, de la
banda sonora de ese peliculón de título, Pat Garret & Billy the kid, de un tal Sam Peckinpah. Y, me recuerdo, obviamente, porque a esas puertas estoy llamando; aunque dentro de poco se me vuelvan a cerrar por la sangre de mi sangre. La ventaja de ver y oír semejantes obras de
arte, es que llega uno a sentirlas como propias; es decir, a identificarse. Tal cuestión es peligrosa, porque se convierte uno en un individuo demasiado
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