De obedecer a los señores pasó ella a obedecer al marido, de modo que al despertar, Miguel tenía en la cocina, sobre el mármol blanco traído de las canteras, el café recién hecho y la rosca de aceite con chicharrones que mascullaba y escupía por los huecos de la boca desdentada. Luego llegaba la abnegada esposa con el mocho y la bayeta a quitar las migajas que llenaban el suelo tras la indecente borrachera.