Cuando llegábamos a casa, cocía las castañas y nos las comíamos con leche. Manjar de dioses, de verdad, no puedo encontrar otra palabra que describa mejor el sabor de aquellas castañas, al calor de la cocina de carbón y el amor de mi "guela".
Relato de http://trasonasiempre. blogspot. com. es Los últimos días de Septiembre y los primeros de Octubre, por la tarde,íbamos a recoger castañas y avellanas mi "guela" y yo. Casi siempre me llevaba con ella, a donde fuera, al monte a recoger castañas, a la plaza los lunes, a visitar a sus hermanas, al cementerio a llevar flores a mi "guelo"..... fue una gran mujer y la mejor abuela. pero ellas erre que erre, no había forma de convencerlas, ni poniendo un huevo de madera que mi madre tenía para coser calcetines y que sacábamos a escondidas y devolvíamos al costurero después de la lección. No aprendieron nunca y no fue por que no insistiéramos, es que eran muy cabezotas. Ellas paseaban todo el día, picoteando y picoteando, pero ponían los huevos donde las pillaba. Al anochecer las metia en el gallinero, nosotros (los hijos de la vecina, mis hermanos y yo) buscábamos los huevos y hacíamos nidos de hierba seca al lado de un enorme árbol de laurel para que las pobres gallinas tuvieran un sitio calentito donde poner huevos, intentamos enseñarlas... muchas veces; La pota (cazuela) en la chapa toda la mañana, chuppss, chupps.... Nada de olla expres, horas y horas de cocción. Y el pollo estaba.... con esa salsa gelatinosa que te chupabas los dedos.
Mi vecina tenia gallinas que soltaba "pol prau" para que comieran, así salía más barato alimentarlas.