MEMBRIO: Bueno, bueno, compañero pisaeras. Has tocado un tema...

Bueno, bueno, compañero pisaeras. Has tocado un tema bastante sensible para mí. Mi tío Ángel. Este hombre, a cuyo nombre hizo honor con su comportamiento en vida, era mi tío por afinidad (estaba casado con mi tía) pero, seguramente, ha sido de las personas que más he querido, con la que mejor me he sentido, y de las que guardo mejor recuerdo. Mi tío Ángel era la síntesis de la bondad. En el chozo, dormí muchas veces (menos que mi hermano) – quizás más que por necesidad material, por necesidad metafísica- Y, sí, también me contó lo de la nube, y las cosas de los lobos y los perros, cuando venían los sorianos. Y sí, pasaba mucho tiempo con él- menos del que hubiese deseado- escuchando sus cosas al calor de la lumbre. Y a primeras horas del amanecer oía el sonido de las taramas quemándose. Y desayunaba la leche calentada en la sartén. En verano, hacía la lumbre en el hornillo frente al chozo grande y nos contaba historias infinitas al socaire de las estrellas, el gazpacho y el canto del alcaraván. Mi tío Ángel, era un ser excepcional. Jamás nos reprochaba ni una de las muchas trastadas. Pero si, yo dormí muchas veces en su chozo. Algunas, huyendo de mi mismo; otras, de los demás; las más, por una llamada interior que no consigo descifrar. Sí, iba también a las batidas de zorras en Parral: el Chato, el tío Isidro, el Sr. Serafín, Nemesio, Félix, Etc. Y, sí, aun lo veo caminando- siempre caminado- tras la burra. Y lo veo hablando con Aquilino, sobre sus ovejas. Y escucho el balar, acompasado con campanillas, de aquellos ovinos pastando la primavera. Puedo estar, a costa de aburriros, escribiendo sobre el tema una temporada. También dormí con él en la era, a su lado, mirando la luna.
He leído algo sobre las tumbas de Parral. Las que estaban en el cercado, al lado del pozo, más abajo de los chozos. Servían para echar la comida y bebida a los cochinos. Mi tío, nos contaba que eran de los moros y que aquellos seres se enterraban junto a sus tesoros. Allí nos tenías cada dos por tres, escarbando con un pico en los alrededores buscando los citados.
Es cierto que no fui hombre de labranza, ni me tengo por fuerte y rudo. También es cierto que, aunque tragué paja, no fue la suficiente como para escupirla con la intensidad de Vísperas. Pero, he de decirte que aunque no lo he sufrido, lo conozco. Mi tío Fernando, en la Torre, se empeñó un verano, que Julio y yo descargásemos unas carretas, hasta los topes de costales de trigo. Pues aun me pregunto cómo lo hicimos con aquella edad. El caso es que subieron todos los costales al doblado.
Las pisaeras las cruzo ahora metafóricamente para ver a los membrilleros. Entonces las cruzaba para mojarme. Incluyo la rivera con una gran crecida, la pasé, montado en un yegua, siendo un niño. Son cosas de las que uno se acuerda y, por este medio, puede decir; otras, obviamente, se irán conmigo al barrio de los tristes, como supongo que ocurre con todos. Un fuerte saludo y perdonad el tostón. PC