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MEMBRIO: ¡Ave, Reondo, capullín, yo te saludo! En primer lugar...

¡Ave, Reondo, capullín, yo te saludo! En primer lugar te diré: creo- o me da la impresión- que Vísperas seguirá, como tú dices, deleitándonos (expresión tácita de halago), aunque tú lo denominas “no sea que <corte> y nos prive de sus suculentos comentarios”. Y digo creo, porque no me lo supongo una persona vanidosa. Si lo fuese, sí dejaría de hacerlo. Respecto a mi hermano, mi ti Ángel y el Parral, podría contar y no parar. Mi hermano se crío por allí. Prácticamente pasó allí su infancia, por tanto tiene historias para escribir un libro. Desde beberse la leche que cabía en una sartén grande- para haber reventado- (se lo apostó con el “sordo”, un pastor soriano), liarse a patadas con un perro mastín mucho más grande que él, e incluso, perderse un día, que le dio un disgusto a mi tío de tres pares de narices. Un día nos caímos los dos de la yegua, ¡cuesta arriba, cosa rara! Y yo caí encima de él. Se hizo una herida en la cabeza y se la “curó” con un puñado de tierra. ¡Ni lloró!. Digo lo de cuesta arriba, porque era más difícil caerse. Siempre nos caíamos cuesta abajo porque montábamos a pelo, y al galope solíamos salir por la cabeza de la yegua (éramos tan pequeños, y sin estribos, que no nos podíamos sostener encima) Nos caíamos a cámara lenta, sobre todo en la cuesta anterior que da al regato para ir al chozo. Cuando lo veas que te lo cuente. Y que te diga cómo se quedaba el trasero de montar a pelo, y como se curaba la herida. Sabes que mi hermano tiene una manera especial de contar las cosas. Y tiene muchísimas que contar. Un saludo. PC