Cuando me lo dijeron, supe que lo sabía. Ella, siempre “buena gente”, se abrazó a Morfeo, infinitamente. Vio una luz en su incipiente ceguera y allá se fue, como siempre, amablemente. Sin dar guerra, se durmió apaciblemente junto a sus dorados bosques. No dijo adiós, cuando siempre, a la misma hora, decía hola. No supo de lo indecente de las horas, saltando alegre, junto al álamo azul que nos dio sombra. Se fue a las luces, como quien va a Sevilla y se queda a orillas de las ocres aguas, sintiendo el aura en las sombreadas mejillas. Ya, solo salta entre los silencios borrascosos del recuerdo, entre llantos verdes. PC