Hermosa encina, si señor. Quizás sea la encina, el árbol más señorial, con más porte, prestancia, elegancia y, el que mayor cobijo y protección, haya dado a los campesinos de nuestra tierra de las inclemencias del tiempo. Fuera en invierno de la lluvia, fuera en verano de la caló, allí estaba ella con su tupido ramaje, su copa amplia y redondeada; para proteger y dar amparo al sufrido jornalero, al infatigable labrador, al campechano y suduroso segador, o al solitario y paciente pastor. Muchas comidas, chascarrillos y siestas, bajo su generosa, protectora y real sombra. De sus ramas, brota la humilde bellota, producto sin el cual, el majestuoso jamón, es muchísimo menos jamón, y pierde todas sus exquisiteces. Y que decir de su madera, dura como ninguna otra, y que hacía una lumbre con unas brasas crujientes y chispeantes, al calor de las cuales, se curaba la matanza, y se calentaron durante años y años, generaciones de paisanos. ¡Cómo me acuerdo de la lumbre! Aquella llama roja y amarilla bailoteando y haciendo filigranas..."Da compañía" decían. La encina es, sin duda alguna, la "Reina y Señora" de las extensas dehesas extremeñas. También fué la encina, una testigo silenciosa de las jarturas de trabajar que se pegaban día tras día, las mujeres y hombres de nuestro pueblo para ganarse el cacho de pan para su familia. Mi agradecimiento por todo ello "Señora". Saludos membrilleros para todos.