Nunca, entonces, nos preguntamos sobre la vida y milagros de la “tía Panta”. Nosotros éramos pequeños y demasiado teníamos con tenerle, el que le tuviese, miedo. La “tía Panta”, tenía un burro mojino y residía, cuan eremita, en la casita de la huerta de mi tía Fernanda. Allí falleció, la pobre mujer, en la más absoluta soledad. Yo la recuerdo con cierto cariño. No la incluyo dentro de los personajes que me diesen especialmente miedo. La veía muy a menudo, ya que paraba por donde el “tinao” de mis padres y mis tíos. Ella, no solía molestar ni hacer daño. Eso sí, era solitaria, taciturna, muy suya; y, quizás, de poco trato social. Todos tenemos un mundo interior poco dado a salir a la calle, pero el suyo debería ser un mundo demasiado profundo para nosotros. Fue de esas personas con las que me hubiese gustado hablar hoy día. Quizás hubiese concluido que todos estamos como cabras. Lo que es seguro, es que ella formó parte de nuestro paisaje y, como tal, la recuerdo. Seguramente alguno sabrá su vida y milagro. Sería mucho más interesante conocerla, que la de toda esta pléyade de casta parasitaria que se pasea por la caja tonta. Saludos. PC