MEMBRIO: Hola ARIES, creo que sí te conozco. Apareces en la...

Esta foto posiblemente tenga más de 50 años, o alrededor de los 50. Puede que uno de esos niños sea yo, no te lo puedo decir con certeza, y nací en el 58. Recuerdo que en el lateral, frente a mi casa, estaba una de las escuelas, cuya entrada tenia unas escaleras hacia la calle, que las recuerdo muy bien porque mi madre siempre me dijo que me rompí un brazo en ella cuando unas amigas más grandecitas jugaban conmigo. En el fondo se ve la puerta de la otra escuela. En ellas llegaron a ser maestros D. Pedro y D. Ricardo, aunque no sé decir cual estaba en cada una. La escuela de los cagones era la parte de arriba de la casa de Goya y Carlos q. e. p. d., junto al taller del tío Frasco. Un saludo

seguramente si; porque yo soy mucho mayor que tú (sere la abuelita del foro) y me acuerdo que en el centro del palacio habia un palo con pluviómetro para medir el agua de lluvia. Muchos se acordarán. Como me acuerdo del vaso de Leche que nos daban en vaso de latón con asa. Le das recuerdos a tu madre,, que ella si me conocerá cuando le digas el emei.. Saludos ARIES

Hola ARIES, creo que sí te conozco. Apareces en la foto de la iglesia donde Gabriel está haciendo malabarismo en unas escaleras.
Con tu escrito me has hecho revivir otro bonito recuerdo. En este caso el protagonista es D. Pedro (q. e. p. d.), con el que personalmente tuve muy buena sintonía el tiempo que estuve con él. Nunca se me olvidará que me enseñó a resolver la raíz cuadrada con decimales, en esas pizarras de pizarrín.
Fue mi último maestro de escuela del Pueblo, después me arrancaron de él y me llevaron a Trujillo, donde me empezaron a llamar “membrillo”. No creas que me hizo mucha gracia. Así que recuerdo a D. Pedro con todo el cariño.

EL PLUVIÓMETRO DE D. PEDRO

ARIES, yo también recuerdo en el Palacio el poste de madera, creo recordar que era de sección cuadrada, donde se sujetaba el pluviómetro de D. Pedro, desafiante a cualquier tormenta perfecta, como la de ayer, por muy ciclogénesis y explosiva que fuese.
Supongo que sería de cinc, porque el acero galvanizado aún no se había inventado, y la hojalata no era digna merecedora de envolver a un elemento de intemperie de tan “alta precisión”. Por entonces, yo estaría en la “escuela de los cagones”, y nuestro patio de recreo era entorno a dicho pluviómetro.

Después lo trasladaron al patio de las nuevas escuelas y allí seguíamos viendo todas las mañanas, cuando caían cuatro gotas, a D. Pedro, midiendo con sus achiperres los milímetros de lluvia caída.
Más de una vez se llevó alguna sorpresa. Algún gamberrete le había echao agua en el recipiente y esa mañana miraba perplejo al cielo, como si no fuese consciente de que esa noche había pasao por el Pueblo la gota fría y él no se había enterao. Se recolocaba las gafas, una y otra vez, empujando con el deo índice el arco nasal de la montura para agudizar la vista. No sé lo que vería con su miopía, si en sus gafas y en su probeta sólo habían cristales rayaos.

Ese agua pluviométrica, caída del cielo,
¡bendita!, ¡divina!
¡qué puñetas!
¡le servía para regar sus macetas!

En más de una ocasión,
unas veces por culpa del agua,
y otras por culpa de la insolación,
los geranios de la escuela,
no levantaban cabeza.
Se pasaba todo el día,
quitando las hojas muertas.

Y es que el agua pluviométrica,
algún misterio tendría,
no había otra explicación,
no era tan divina como el creía,
era, sencillamente, orina,
orina pluviométrica, en disolución.

Más de uno, que reía,
más de uno, se llevó un buen capón.

¡D. Pedro, será que mea el gato!
¡El gato!, ¡bonito!, el gato te lo voy a decir yo.

PD. a D. FRANCISCO, por si acaso.

Cuando digo que se llevaron un "capón" no me estoy refiriendo a que les regalaba un pollo campero de corral, sino que les regalaba un coscorrón en la cabeza con el nudillo de su puño bien cerrao.

Llegada esa situación era mejor que te lo diera asentao, porque si te lo daba de raspalijón aquello picaba más que un pimiento picón.

¡Quita la mano, bonito!, decía. Uno trataba de esquivar el golpe moviendo la cabeza y al final te llevabas el capón raspalijao, con el que sólo te entraban ganas de rascarte.
Eso sí, después, ¡menudos cabezazos le pegábamos al balón!.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Baleares con tanto capòn la baceza ya se quedaba como encallá, así los cabezazon del balón ni se sentian. Besos
El baleares, que razón tienes cuando dices que se la liábamos a D. Pedro, con el pluviómetro, yo soy testigo de ello y como se tocaba las gafas, no decía nada pero ya sospechaba él que había sido un sabotaje, de todas formas no sabemos si ha desaparecido donde hacía él las anotaciones, esa libreta sería histórica hoy.
Saludos
BALEARES, sigues asomado? Que memoria tienes, hijo! Has recordado perfectamente la labor de D. Pedro en el Palacio y posteriormente en el patio de las escuelas. Ah! enhorabuena por el Miserere que colgastes ayer. Haces muy bien. Ahora que nadie diga que no se lo sabe. Vamos! ya podeis empezar los ensayos.
Besitos para Peluchina y para ti.
Desde "platea": ¡Bravo, Baleares!. Un abrazo.
Buenas tarde amigo Baleares, has "clavao" la narracion de los hechos, por lo que a mi respecta los capones los saboree en pocas ocasiones, pero tube un compañero de pupitre que era lao releche, y todos los dias saboreaba uno o dos depediendo de la broma en cuestion, yo no se si tu hermano S... llego a degustarlo.
Gracias por la historieta, y la poesia, me ha gustado y me he reido mucho recordando eso de ¡bonito! SALUDOSSS
Por estos lares yo recuerdo al maestro SEVERIANO, hasta el nombre lo decía todo.

Con el tiempo supe que él era hijo del rigor, hijo de la guerra y del hambre, del exilio.

Yo veía a mis maestros como los poseedores de la verdad y de una sabiduría inequívoca.

Ahora entiendo que nos pegaba para descargar la rabia que sentía contra la vida y nosotros éramos los más débiles y no teníamos derechos. Había un alumno que lo traía del diario, coscorrones y sopapos estaban a la orden del día.

Mis hermanos y yo, éramos niños, "normales", tranquilos, sencillos, temerosos, incapaces de hacer una travesura.

Pero siempre existe el rebelde, y ese era yo, mi padre me decía El Pata de Perro, y sabía cuando había hecho una travesura, tonto yo…. siempre me metía debajo de la cama.

De tanto coscorrón buena parte de mis neuronas se murieron, a lo mejor por eso que quede un poco bruto.

No les guardo rencor, sin embargo ahora hasta en las Escuelas Caninas, a los perros no se les dan golpes cuando los están entrenando. ... (ver texto completo)