DIA GRIS PARA LA APÓCRIFA BEATRIZ
El día parece haber salido quisquilloso;
se ha vestido de gris amargo
y ha dejado el traje azul diáfano
apolillándose en el oscuro armario.
El cielo tiende su manto
sobre los solitarios tejados.
Ignoro si lloverá hacia arriba
o hacia abajo.
Estoy viendo a través de la ventana,
el hueco efímero de la luz tenue.
Y, siento, profundamente, que los
colores me aprisionan en un pozo negro.
Pudiera ser, sino es, que hubiese tirado
lo que me resta a las profundidades
avernosas de la amargura.
Me socava la mente el delirio
patético de la indecisión,
al tiempo que se acompasa,
en procesión lenta y armoniosa,
con el fiero lobo que me afanó el divino tesoro.
Estoy aquí, en mitad del camino,
mirándome en las cristalinas aguas
de un lago verde. Sin saber si voy
o vengo, si acierto u yerro.
Me dice el cajón de los pensamientos,
que pude hacerlo mejor, pero que
mi corazón es básicamente bueno.
Que no sufra por nada, que cierre
los ojos y vea el olor del heno
cuando lo mojan los cielos.
Tengo un alma sinestésica que ve
símbolos por doquier, alejándose de lo cierto.
¡Pocos pueden ver el olor, y yo lo veo!
¡Sentir el color y yo lo siento!
Esta mañana el gris y las perlas
han entrado en guerra.
Ni tan siquiera Beatriz se ha ido con Virgilio.
¡Qué más quisiera!
Esta vez, se ha marchado por el
decadente valle del efímero deseo,
llorando y sonriendo.
Metafísicamente absurda.
Y, yo, he tenido esa sensación que se
procesa en la testa y que te vuelve cuerdo.
Absurdamente cuerdo…
Os dejo. Me han llamado mis hijos.
Voy a verlos.
PC
El día parece haber salido quisquilloso;
se ha vestido de gris amargo
y ha dejado el traje azul diáfano
apolillándose en el oscuro armario.
El cielo tiende su manto
sobre los solitarios tejados.
Ignoro si lloverá hacia arriba
o hacia abajo.
Estoy viendo a través de la ventana,
el hueco efímero de la luz tenue.
Y, siento, profundamente, que los
colores me aprisionan en un pozo negro.
Pudiera ser, sino es, que hubiese tirado
lo que me resta a las profundidades
avernosas de la amargura.
Me socava la mente el delirio
patético de la indecisión,
al tiempo que se acompasa,
en procesión lenta y armoniosa,
con el fiero lobo que me afanó el divino tesoro.
Estoy aquí, en mitad del camino,
mirándome en las cristalinas aguas
de un lago verde. Sin saber si voy
o vengo, si acierto u yerro.
Me dice el cajón de los pensamientos,
que pude hacerlo mejor, pero que
mi corazón es básicamente bueno.
Que no sufra por nada, que cierre
los ojos y vea el olor del heno
cuando lo mojan los cielos.
Tengo un alma sinestésica que ve
símbolos por doquier, alejándose de lo cierto.
¡Pocos pueden ver el olor, y yo lo veo!
¡Sentir el color y yo lo siento!
Esta mañana el gris y las perlas
han entrado en guerra.
Ni tan siquiera Beatriz se ha ido con Virgilio.
¡Qué más quisiera!
Esta vez, se ha marchado por el
decadente valle del efímero deseo,
llorando y sonriendo.
Metafísicamente absurda.
Y, yo, he tenido esa sensación que se
procesa en la testa y que te vuelve cuerdo.
Absurdamente cuerdo…
Os dejo. Me han llamado mis hijos.
Voy a verlos.
PC