Seguro estoy, Encinita de mi alma, que allá donde anduviste, huella dejaste. Regueros de amor en polvo sobre el estipendio humilde de los no agraciados. Tú, eres así. Lo sé, porque cuando comparto las rubias contigo, ellas me hablan de tus y sus cosas. Me alegro un montón que estés entre nosotros. Yo, debilitado al máximo por las lágrimas de los
árboles, de vez en cuanto me voy. Sabes que, en mí, la ausencia no es sino un retorno hacia mi inhóspita isla. Te espero en el mismo lugar y a la misma hora.
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