Buenas tardes amig@s, aquí os dejo otro poquino del Tenorio, para quien guste.
ESCENA II
Doña Inés sola.
Ya se fue.
No sé que tengo, ¡ay de mí!,
que en tumultoso tropel
mil encontradas ideas
me combaten a la vez.
Otras noches, complacida
sus palabras escuché,
y de esos cuadros tranquilos
que sabe pintar tan bien;
de esos placeres domésticos
la dichosa sencillez
y la calma venturosa,
me hicieron apetecer
las soledad de los claustros
y su santa rigidez.
Mas hoy la oí distraída,
y en sus pláticas hallé,
si no enojosos discursos,
a lo menos aridez.
Y no sé por qué, al decirme
que podría acontecer
que se acelerase el día
de mi profesión temblé,
y sentí del corazón
acelerarse el vaivén
y teñírseme el semblante
de amarilla palidez.
¡Ay de mí!... Pero mi dueña,
¿dónde estará?... Esa mujer,
con sus pláticas, al cabo,
me entretienen alguna vez.
Y hoy la echo de menos… Acaso
porque la voy a perder;
que en profesando es preciso
renunciar a cuanto amé.
Mas pasos siento en el claustro.
¡Oh! Reconozco muy bien
su pisadas… Ya está aquí.
ESCENA III
Doña Inés y Brígida.
BRÍGIDA.- Buenas noches Doña Inés.
DOÑA INÉS.- ¿Cómo habéis tardado tanto?
BRÍGIDA.- Voy a cerrar esta puerta.
DOÑA INÉS.- Hay orden de que esté abierta.
BRÍGIDA.- Eso es muy bueno y muy santo
para las otras novicias
que han de consagrarse a Dios;
no, Doña Inés, para vos.
DOÑA INÉS.- Brígida, ¿no ves que vicias
las reglas del monasterio
que no permiten…?
BRÍGIDA.- ¡Bah, bah!
Más seguro así se está,
y así se habla sin misterio
ni estorbos. ¿Habéis mirado
el libro que os he traído?
DOÑA INÉS.- ¡Ay! Se me había olvidado.
BRÍGIDA.- ¡Pues me hace gracia el olvido!
DOÑA INÉS.- ¡Como la madre abadesa
se entró aquí inmediatamente!...
BRÍGIDA.- ¡Vieja más impertinente!...
DOÑA INÉS.- Pues, ¿tanto el libro interesa?
¡Pues quedó con poco afán
el infelíz!
DOÑA INÉS.- ¿Quién?
BRÍGIDA.- Don Juan.
DOÑA INÉS.- ¡Válgame el cielo! ¿Qué escucho?
¿Es Don Juan quien me lo envía?
BRÍGIDA.- Por supuesto.
DOÑA INÉS.- ¡Oh! Yo no debo tomarle.
BRÍGIDA.- ¡Pobre mancebo!
Desairarle así, sería matarle.
DOÑA INÉS.- ¡Qué estás diciendo?
BRÍGIDA.- Si ese Horario no tomáis,
tal pesadumbre le dais
que va a enfermar, lo estoy viendo.
DOÑA INÉS.- ¡Ah! No, no. De esa manera,
le tomaré.
BRÍGIDA.- Bien haréis.
DOÑA INÉS.- Y ¡qué bonito es!
BRÍGIDA.- Ya veis;
quien quiere agradar, se esmera.
DOÑA INÉS.-
Con sus manecillas de oro.
¡Y cuidado que está prieto!
A ver, a ver si completo
contiene el rezo del coro.
Lo abre y cae una carta de entre sus hojas.
Mas ¿qué cayó?
BRÍGIDA.- Un papelito.
DOÑA INÉS.- ¡Una carta!
BRÍGIDA.- Claro está.
En esa carta os vendrá
ofreciendo el regalito.
DOÑA INÉS.- ¡Qué! ¿Será suyo el papel?
BRÍGIDA.- ¡Vaya que sois inocente!
Pues que os feria, es consiguiente
que la carta será de él.
DOÑA INÉS.- ¡Ay, Jesús!
BRÍGIDA.- ¿Qué es lo que os da?
DOÑA INÉS.- Nada, Brígida; no es nada.
BRÍGIDA.- ¡No, no! ¡Si estáis inmutada!...
Aparte.
Ya presa en la red está.
A Doña Inés.
¿Se os pasa?
DOÑA INÉS.- SÍ.
BR´GIDA.- Eso habrá sido
cualquier mareíllo vano.
DOÑA INÉS.- ¡Ay!! Se me abrasa la mano
con que el papel he cogido!
BRÍGIDA.- Doña Inés, ¡válgame Dios!
Jamás os he visto así;
estáis trémula.
DOÑA INÉS.- ¡Ay de mí!
BRÍGIDA.- ¿Qué es lo que pasa por vos?
DOÑA INÉS.- No sé… El campo de mi mente
siento que cruzan, perdidas,
mil sombras desconocidas
ue me inquietan vagamente
y ha tiempo al alma me dan
con su agitación tortura.
BRÍGIDA.- ¿Tiene alguna por ventura
el semblante de Don Juan?
DOÑA INÉS.- No sé. Desde que le vi,
Brígida mía, y su nombre
me dijiste, tengo a ese hombre
siempre delante de mí.
Por doquiera me distraigo
con su agradable recuerdo,
y si un instante le pierdo,
en su recuerdo recaigo.
No sé qué fascinación
en mis sentidos ejerce,
que siempre hacia él se me tuerce
la mente y el corazón.
Y aquí, y en el oratorio,
y en todas partes advierto
que el pensamiento divierto
con la imagen de Tenorio.
BRÍGIDA.- ¡Válgame Dios! Doña Inés:
según lo vais explicando,
tentaciones me van dando
de creer que eso amor es.
Un besito para tod@s.
ESCENA II
Doña Inés sola.
Ya se fue.
No sé que tengo, ¡ay de mí!,
que en tumultoso tropel
mil encontradas ideas
me combaten a la vez.
Otras noches, complacida
sus palabras escuché,
y de esos cuadros tranquilos
que sabe pintar tan bien;
de esos placeres domésticos
la dichosa sencillez
y la calma venturosa,
me hicieron apetecer
las soledad de los claustros
y su santa rigidez.
Mas hoy la oí distraída,
y en sus pláticas hallé,
si no enojosos discursos,
a lo menos aridez.
Y no sé por qué, al decirme
que podría acontecer
que se acelerase el día
de mi profesión temblé,
y sentí del corazón
acelerarse el vaivén
y teñírseme el semblante
de amarilla palidez.
¡Ay de mí!... Pero mi dueña,
¿dónde estará?... Esa mujer,
con sus pláticas, al cabo,
me entretienen alguna vez.
Y hoy la echo de menos… Acaso
porque la voy a perder;
que en profesando es preciso
renunciar a cuanto amé.
Mas pasos siento en el claustro.
¡Oh! Reconozco muy bien
su pisadas… Ya está aquí.
ESCENA III
Doña Inés y Brígida.
BRÍGIDA.- Buenas noches Doña Inés.
DOÑA INÉS.- ¿Cómo habéis tardado tanto?
BRÍGIDA.- Voy a cerrar esta puerta.
DOÑA INÉS.- Hay orden de que esté abierta.
BRÍGIDA.- Eso es muy bueno y muy santo
para las otras novicias
que han de consagrarse a Dios;
no, Doña Inés, para vos.
DOÑA INÉS.- Brígida, ¿no ves que vicias
las reglas del monasterio
que no permiten…?
BRÍGIDA.- ¡Bah, bah!
Más seguro así se está,
y así se habla sin misterio
ni estorbos. ¿Habéis mirado
el libro que os he traído?
DOÑA INÉS.- ¡Ay! Se me había olvidado.
BRÍGIDA.- ¡Pues me hace gracia el olvido!
DOÑA INÉS.- ¡Como la madre abadesa
se entró aquí inmediatamente!...
BRÍGIDA.- ¡Vieja más impertinente!...
DOÑA INÉS.- Pues, ¿tanto el libro interesa?
¡Pues quedó con poco afán
el infelíz!
DOÑA INÉS.- ¿Quién?
BRÍGIDA.- Don Juan.
DOÑA INÉS.- ¡Válgame el cielo! ¿Qué escucho?
¿Es Don Juan quien me lo envía?
BRÍGIDA.- Por supuesto.
DOÑA INÉS.- ¡Oh! Yo no debo tomarle.
BRÍGIDA.- ¡Pobre mancebo!
Desairarle así, sería matarle.
DOÑA INÉS.- ¡Qué estás diciendo?
BRÍGIDA.- Si ese Horario no tomáis,
tal pesadumbre le dais
que va a enfermar, lo estoy viendo.
DOÑA INÉS.- ¡Ah! No, no. De esa manera,
le tomaré.
BRÍGIDA.- Bien haréis.
DOÑA INÉS.- Y ¡qué bonito es!
BRÍGIDA.- Ya veis;
quien quiere agradar, se esmera.
DOÑA INÉS.-
Con sus manecillas de oro.
¡Y cuidado que está prieto!
A ver, a ver si completo
contiene el rezo del coro.
Lo abre y cae una carta de entre sus hojas.
Mas ¿qué cayó?
BRÍGIDA.- Un papelito.
DOÑA INÉS.- ¡Una carta!
BRÍGIDA.- Claro está.
En esa carta os vendrá
ofreciendo el regalito.
DOÑA INÉS.- ¡Qué! ¿Será suyo el papel?
BRÍGIDA.- ¡Vaya que sois inocente!
Pues que os feria, es consiguiente
que la carta será de él.
DOÑA INÉS.- ¡Ay, Jesús!
BRÍGIDA.- ¿Qué es lo que os da?
DOÑA INÉS.- Nada, Brígida; no es nada.
BRÍGIDA.- ¡No, no! ¡Si estáis inmutada!...
Aparte.
Ya presa en la red está.
A Doña Inés.
¿Se os pasa?
DOÑA INÉS.- SÍ.
BR´GIDA.- Eso habrá sido
cualquier mareíllo vano.
DOÑA INÉS.- ¡Ay!! Se me abrasa la mano
con que el papel he cogido!
BRÍGIDA.- Doña Inés, ¡válgame Dios!
Jamás os he visto así;
estáis trémula.
DOÑA INÉS.- ¡Ay de mí!
BRÍGIDA.- ¿Qué es lo que pasa por vos?
DOÑA INÉS.- No sé… El campo de mi mente
siento que cruzan, perdidas,
mil sombras desconocidas
ue me inquietan vagamente
y ha tiempo al alma me dan
con su agitación tortura.
BRÍGIDA.- ¿Tiene alguna por ventura
el semblante de Don Juan?
DOÑA INÉS.- No sé. Desde que le vi,
Brígida mía, y su nombre
me dijiste, tengo a ese hombre
siempre delante de mí.
Por doquiera me distraigo
con su agradable recuerdo,
y si un instante le pierdo,
en su recuerdo recaigo.
No sé qué fascinación
en mis sentidos ejerce,
que siempre hacia él se me tuerce
la mente y el corazón.
Y aquí, y en el oratorio,
y en todas partes advierto
que el pensamiento divierto
con la imagen de Tenorio.
BRÍGIDA.- ¡Válgame Dios! Doña Inés:
según lo vais explicando,
tentaciones me van dando
de creer que eso amor es.
Un besito para tod@s.
Buenos días amig@s, ya empezamos la jornada.
DOÑA INÉS.- ¿Amor has dicho?
BRÍGIDA.- SÍ, amor.
DOÑA INÉS.- No; de ninguna manera.
BRÍGIDA.- Pues por amor lo entendiera
el menor entendedor;
mas vamos la carta a ver…
¿En qué os paráis? ¿Un suspiro?
DOÑA INÉS.- ¡Ay! Que cuanto más la miro
menos me atrevo a leer.
Lee.
“Doña Inés del alma mía”
¡Virgen santa, qué principio!
BRÍGIDA.- Vendrá en verso, y será un ripio
que traerá la poesía.
Vamos, seguid adelante.
Lee.
DOÑA INÉS.- “Luz de donde el sol la toma,
hermosísima paloma,
privada de liberdad,
si os dignáis por estas letras
pasar vuestros lindos ojos,
no los tornéis con enojos
sin concluir; acabad”
BRÍGIDA.- ¡Qué humildad y qué finura!
¿Dónde hay mayor rendimiento?
DOÑA INÉS.- Seguid, seguid la lectura.
Lee.
DOÑA INÉS.- “ Nuestros padres de consumo
nuestras bodas acordaron
porque los cielos juntaron
los destinos de los dos;
y halagado desde entonces
con tan risueña esperanza,
mi alma, Doña Inés, no alcanza
otro porvenir que vos.
De amor con ella en mi pecho
brotó una chispa ligera,
que han convertido en hoguera
tiempo y afición tenaz.
Y esta llama, que en mí mismo
se alimenta, inextinguible,
va creciendo y más vorad.”
BRÍGIDA.- Es claro; esperar le hicieron
en vuestro amor algún día
y hondas raíces tenía
cuando a arrancárselo fueron.
Seguid.
Lee.
DOÑA INÉS.- “En vano a apagarla
concurren tiempo y ausencia,
que doblando su violencia,
no hogera ya, volcán es.
Y yo, que en medio del cráter
desamparado batallo,
suspendido en él me hallo,
entre mi tumba y mi Inés.”
BRÍGIDA.- ¿Lo veis, Inés? Si ese Horario
le despreciáis, al instante
le preparan el sudario…
DOÑA INÉS.- Yo desfallezco.
BRÍGIDA.- Adelante.
Lee.
DOÑA INÉS.- ¡Inés, alma de mi alma,
perpetuo imán de mi vida,
perla sin concha escondida
entre las algas del mar;
garza que nunca del nido
tender osaste el vuelo
al diáfano azul del cielo
para aprender a cruzar;
si es que a través de esos muros
el mundo, apenadas, miras,
y por el mundo suspiras,
de libertad con afán,
acuérdate que al pie mismo
de esos muros que te guardan,
para salvarte te aguardan
los brazos de tu Don Juan.”
Representa.
¿Qué es lo que me pasa, ¡cielo!,
que me estoy viendo morir?
BRÍGIDA.- (Aparte) Ya tragó todo el anzuelo.
A Doña Inés.
Vamos, que está al concluir.
Lee.
DOÑA INÉS.- “Acuérdate de quien llora
al pie de tu celosía,
y allí le sorprende el día
y le halla la noche allí;
acuérdate de quien vive
sólo por ti, ¡vida mía!,
y que a tus pies volaría
si le llamaras a ti.”
BRÍGIDA.- ¿Lo veis? Vendría.
DOÑA INÉS.- ¿Vendría?
BRÍGIDA.- A postrarse a vuestros pies.
DOÑA INÉS.- ¿Puede?
BRÍGIDA.- ¡Oh, si!
DOÑA INÉS.- ¡Virgen María!
BRÍGIDA.- Pero acabad, Doña Inés.
DOÑA INÉS.- (Lee) “Adiós, ¡oh, luz de mis ojos!
adiós, Inés de mi alma;
medita, por Dios, en calma
las palabras que aquí van,
y si odiais esa clausura
que ser tu sepulcro debe,
manda, que a todo se atreve,
por tu hermosura, Don Juan”
Representa.
¡Ay! ¿Qué filtro envenenado
me dan en este papel,
que el corazón desgarrado
me estoy sintiendo con él?
¿Qué sentimientos dormidos
son los que revela en mí;
qué impulsos jamás sentidos,
qué luz que hasta hoy nunca ví?
¿Qué es lo que engendra en mi alma
tan nuevo y profundo afán?
¿Quién roba la dulce calma
de mi corazón?
Que paseis buen día. Besos Membriller@s.
DOÑA INÉS.- ¿Amor has dicho?
BRÍGIDA.- SÍ, amor.
DOÑA INÉS.- No; de ninguna manera.
BRÍGIDA.- Pues por amor lo entendiera
el menor entendedor;
mas vamos la carta a ver…
¿En qué os paráis? ¿Un suspiro?
DOÑA INÉS.- ¡Ay! Que cuanto más la miro
menos me atrevo a leer.
Lee.
“Doña Inés del alma mía”
¡Virgen santa, qué principio!
BRÍGIDA.- Vendrá en verso, y será un ripio
que traerá la poesía.
Vamos, seguid adelante.
Lee.
DOÑA INÉS.- “Luz de donde el sol la toma,
hermosísima paloma,
privada de liberdad,
si os dignáis por estas letras
pasar vuestros lindos ojos,
no los tornéis con enojos
sin concluir; acabad”
BRÍGIDA.- ¡Qué humildad y qué finura!
¿Dónde hay mayor rendimiento?
DOÑA INÉS.- Seguid, seguid la lectura.
Lee.
DOÑA INÉS.- “ Nuestros padres de consumo
nuestras bodas acordaron
porque los cielos juntaron
los destinos de los dos;
y halagado desde entonces
con tan risueña esperanza,
mi alma, Doña Inés, no alcanza
otro porvenir que vos.
De amor con ella en mi pecho
brotó una chispa ligera,
que han convertido en hoguera
tiempo y afición tenaz.
Y esta llama, que en mí mismo
se alimenta, inextinguible,
va creciendo y más vorad.”
BRÍGIDA.- Es claro; esperar le hicieron
en vuestro amor algún día
y hondas raíces tenía
cuando a arrancárselo fueron.
Seguid.
Lee.
DOÑA INÉS.- “En vano a apagarla
concurren tiempo y ausencia,
que doblando su violencia,
no hogera ya, volcán es.
Y yo, que en medio del cráter
desamparado batallo,
suspendido en él me hallo,
entre mi tumba y mi Inés.”
BRÍGIDA.- ¿Lo veis, Inés? Si ese Horario
le despreciáis, al instante
le preparan el sudario…
DOÑA INÉS.- Yo desfallezco.
BRÍGIDA.- Adelante.
Lee.
DOÑA INÉS.- ¡Inés, alma de mi alma,
perpetuo imán de mi vida,
perla sin concha escondida
entre las algas del mar;
garza que nunca del nido
tender osaste el vuelo
al diáfano azul del cielo
para aprender a cruzar;
si es que a través de esos muros
el mundo, apenadas, miras,
y por el mundo suspiras,
de libertad con afán,
acuérdate que al pie mismo
de esos muros que te guardan,
para salvarte te aguardan
los brazos de tu Don Juan.”
Representa.
¿Qué es lo que me pasa, ¡cielo!,
que me estoy viendo morir?
BRÍGIDA.- (Aparte) Ya tragó todo el anzuelo.
A Doña Inés.
Vamos, que está al concluir.
Lee.
DOÑA INÉS.- “Acuérdate de quien llora
al pie de tu celosía,
y allí le sorprende el día
y le halla la noche allí;
acuérdate de quien vive
sólo por ti, ¡vida mía!,
y que a tus pies volaría
si le llamaras a ti.”
BRÍGIDA.- ¿Lo veis? Vendría.
DOÑA INÉS.- ¿Vendría?
BRÍGIDA.- A postrarse a vuestros pies.
DOÑA INÉS.- ¿Puede?
BRÍGIDA.- ¡Oh, si!
DOÑA INÉS.- ¡Virgen María!
BRÍGIDA.- Pero acabad, Doña Inés.
DOÑA INÉS.- (Lee) “Adiós, ¡oh, luz de mis ojos!
adiós, Inés de mi alma;
medita, por Dios, en calma
las palabras que aquí van,
y si odiais esa clausura
que ser tu sepulcro debe,
manda, que a todo se atreve,
por tu hermosura, Don Juan”
Representa.
¡Ay! ¿Qué filtro envenenado
me dan en este papel,
que el corazón desgarrado
me estoy sintiendo con él?
¿Qué sentimientos dormidos
son los que revela en mí;
qué impulsos jamás sentidos,
qué luz que hasta hoy nunca ví?
¿Qué es lo que engendra en mi alma
tan nuevo y profundo afán?
¿Quién roba la dulce calma
de mi corazón?
Que paseis buen día. Besos Membriller@s.
Buenos días, aquí os dejo algo para leer.
BRÍGIDA.- Don Juan.
DOÑA INÉS.- ¡Don Juan, dices!... ¿Con que es hombre
me ha de seguir por doquier?
¿Sólo he de escuchar su nombre,
sólo su sombra he ver?
¡Ah, bien dice! Juntó el cielo
los destinos de los dos,
y en mi alma engendró este anhelo
fatal.
BRÍGIDA.- ¡Silencio, por Dios!
Se oyen dar las ánimas.
DOÑA INÉS.- ¿Qué?
BRÍGIDA.- Silencio.
DOÑA INÉS.- Me estremeces.
BRÍGIDA.- ¿Oís, Doña Inés, tocar?
DOÑA INÉS.- SÍ; lo mismo que otras veces
las ánimas oigo dar.
BRÍGIDA.- Pues no habléis de él.
DOÑA INÉS.- ¡Cielo santo!
¿De quién?
BRÍGIDA.- De quién ha de ser?
De ese Don Juan que amais tanto,
porque puede aparecer.
DOÑA INÉS.- ¡Me amedrentas…! ¿Puede ese hombre
llegar hasta aquí?
BRÍGIDA.- Quizás,
porque el eco de su nombre
tal vez llega donde está.
DOÑA INÉS.- ¡Cielos! ¿Y podrá…?
BRÍGIDA.- ¡Quién sebe!
DOÑA INÉS.- ¿Es un espíritu pues?
BRÍGIDA.- No; mas si tiene una llave…
DOÑA INÉS.- ¡Dios!
BRÍGIDA.- Silencio, Doña Inés
¿No oís pasos?
DOÑA INÉS.- ¡Ay! Ahora
nada oigo.
BRÍGIDA.- Las nueve dan.
Suben…, se acercan…, señora…,
ya están aquí.
DOÑA INÉS.- ¿Quién?
BRÍGIDA.- Don juan.
ESCENA IV
Dichas y Don Juan
DOÑA INÉS.- ¿Qué es esto? ¡Sueño…, deliro?
DON JUAN.- ¡Inés de mi corazón!
DOÑA INÉS.- ¿Es realidad lo que miro,
o es una fascinación?...
tenedme… apenas respiro…,
¡Ay de mí!
sombra…,! huye, por compasión!
Desmáyase Doña Inés y Don
Juan la sostiene. La carta de
Don Juan queda en el suelo,
Abandonada por Doña Inés al
Desmayarse.
BRÍGIDA.- la ha fascinado
vuestra repentina entrada,
yel pavor la ha trastornado.
DON JUAN.- Mejor, así nos ha ahorrado
la mitad de la jornada.
¡Ea! No desperdiciemos
tiempo aquí en contemplarla,
si perdernos no queremos.
En los brazos a tomarla
voy, y cuanto antes, ganemos
ese claustro solitario.
BRÍGIDA.- ¡Oh! ¿Vais a sacarla así?
DON JUAN.- Necia, ¿piensas que rompí
la clausura, temerario,
para dejármela aquí? Mi gente abajo me espera;
sígueme.
BRÍGIDA.- ¡Sin alma estoy!
¡Ay! Este hombre es una fiera; nada le ataja ni altera…
Sí, sí; a su sombra me voy.
ESCENA V
La Abadesa, sola.
Jurara que había oído
por estos claustros andar;
hoy a Doña Inés velar
algo más la he permitido,
y me temo… mas nos están
aquí. ¿Qué pudo ocurrir
a las dos para salir
de la celda? ¿Dónde irán?
¡Hola! Yo las ataré
corto para que no vuelvan
a enredar, y me revuelvan
a las novicias…, sí, a fe.
Mas siento por allá fuera
pasos. ¿Qué es?
ESCENA VI
La Abadesa y la Tornera.
TORNERA.- Yo, señora.
ABADESA.- ¿Vos en el claustro a esta hora?
¿Qué es esto, hermana tornera?
TORNERA.- Madre abadesa, os buscaba.
ABADESA.- ¿Qué hay? Decid.
TORNERA.- Un noble anciano
quiere hablaros.
ABADESA.- Es en vano.
TORNERA.- Dice que es de Calatrava
caballero; que sus fueros
le autorizan a este paso,
y que la urgencia del caso
le obliga al instante a veros.
ABADESA.- ¿Dijo su nombre?
TORNERA.- El señor
Don Gonzalo de Ulloa.
ABADESA.- ¿Qué puede querer…?
Ábrale hermana;
es Comendador de la orden,
y derecho tiene en
el claustro de entrada.
ESCENA VII
La Abadesa y, después, Don Gonzalo,
ABADESA.- ¿A una hora tan avanzada
venir así? No sospecho
qué pueda ser…; mas me place
pues no hallando a su hija aquí,
la reprenderá, y así
mirará otra vez lo que hace.
PD. Besos Membriller@s
BRÍGIDA.- Don Juan.
DOÑA INÉS.- ¡Don Juan, dices!... ¿Con que es hombre
me ha de seguir por doquier?
¿Sólo he de escuchar su nombre,
sólo su sombra he ver?
¡Ah, bien dice! Juntó el cielo
los destinos de los dos,
y en mi alma engendró este anhelo
fatal.
BRÍGIDA.- ¡Silencio, por Dios!
Se oyen dar las ánimas.
DOÑA INÉS.- ¿Qué?
BRÍGIDA.- Silencio.
DOÑA INÉS.- Me estremeces.
BRÍGIDA.- ¿Oís, Doña Inés, tocar?
DOÑA INÉS.- SÍ; lo mismo que otras veces
las ánimas oigo dar.
BRÍGIDA.- Pues no habléis de él.
DOÑA INÉS.- ¡Cielo santo!
¿De quién?
BRÍGIDA.- De quién ha de ser?
De ese Don Juan que amais tanto,
porque puede aparecer.
DOÑA INÉS.- ¡Me amedrentas…! ¿Puede ese hombre
llegar hasta aquí?
BRÍGIDA.- Quizás,
porque el eco de su nombre
tal vez llega donde está.
DOÑA INÉS.- ¡Cielos! ¿Y podrá…?
BRÍGIDA.- ¡Quién sebe!
DOÑA INÉS.- ¿Es un espíritu pues?
BRÍGIDA.- No; mas si tiene una llave…
DOÑA INÉS.- ¡Dios!
BRÍGIDA.- Silencio, Doña Inés
¿No oís pasos?
DOÑA INÉS.- ¡Ay! Ahora
nada oigo.
BRÍGIDA.- Las nueve dan.
Suben…, se acercan…, señora…,
ya están aquí.
DOÑA INÉS.- ¿Quién?
BRÍGIDA.- Don juan.
ESCENA IV
Dichas y Don Juan
DOÑA INÉS.- ¿Qué es esto? ¡Sueño…, deliro?
DON JUAN.- ¡Inés de mi corazón!
DOÑA INÉS.- ¿Es realidad lo que miro,
o es una fascinación?...
tenedme… apenas respiro…,
¡Ay de mí!
sombra…,! huye, por compasión!
Desmáyase Doña Inés y Don
Juan la sostiene. La carta de
Don Juan queda en el suelo,
Abandonada por Doña Inés al
Desmayarse.
BRÍGIDA.- la ha fascinado
vuestra repentina entrada,
yel pavor la ha trastornado.
DON JUAN.- Mejor, así nos ha ahorrado
la mitad de la jornada.
¡Ea! No desperdiciemos
tiempo aquí en contemplarla,
si perdernos no queremos.
En los brazos a tomarla
voy, y cuanto antes, ganemos
ese claustro solitario.
BRÍGIDA.- ¡Oh! ¿Vais a sacarla así?
DON JUAN.- Necia, ¿piensas que rompí
la clausura, temerario,
para dejármela aquí? Mi gente abajo me espera;
sígueme.
BRÍGIDA.- ¡Sin alma estoy!
¡Ay! Este hombre es una fiera; nada le ataja ni altera…
Sí, sí; a su sombra me voy.
ESCENA V
La Abadesa, sola.
Jurara que había oído
por estos claustros andar;
hoy a Doña Inés velar
algo más la he permitido,
y me temo… mas nos están
aquí. ¿Qué pudo ocurrir
a las dos para salir
de la celda? ¿Dónde irán?
¡Hola! Yo las ataré
corto para que no vuelvan
a enredar, y me revuelvan
a las novicias…, sí, a fe.
Mas siento por allá fuera
pasos. ¿Qué es?
ESCENA VI
La Abadesa y la Tornera.
TORNERA.- Yo, señora.
ABADESA.- ¿Vos en el claustro a esta hora?
¿Qué es esto, hermana tornera?
TORNERA.- Madre abadesa, os buscaba.
ABADESA.- ¿Qué hay? Decid.
TORNERA.- Un noble anciano
quiere hablaros.
ABADESA.- Es en vano.
TORNERA.- Dice que es de Calatrava
caballero; que sus fueros
le autorizan a este paso,
y que la urgencia del caso
le obliga al instante a veros.
ABADESA.- ¿Dijo su nombre?
TORNERA.- El señor
Don Gonzalo de Ulloa.
ABADESA.- ¿Qué puede querer…?
Ábrale hermana;
es Comendador de la orden,
y derecho tiene en
el claustro de entrada.
ESCENA VII
La Abadesa y, después, Don Gonzalo,
ABADESA.- ¿A una hora tan avanzada
venir así? No sospecho
qué pueda ser…; mas me place
pues no hallando a su hija aquí,
la reprenderá, y así
mirará otra vez lo que hace.
PD. Besos Membriller@s