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MEMBRIO: Espero que los que iban al pueblo, hayan llegado sin...

Buenas tardes amig@s, aquí os dejo otro poquino del Tenorio, para quien guste.

ESCENA II
Doña Inés sola.
Ya se fue.
No sé que tengo, ¡ay de mí!,
que en tumultoso tropel
mil encontradas ideas
me combaten a la vez.
Otras noches, complacida
sus palabras escuché,
y de esos cuadros tranquilos
que sabe pintar tan bien;
de esos placeres domésticos
la dichosa sencillez
y la calma venturosa,
me hicieron apetecer
las soledad de los claustros
y su santa rigidez.
Mas hoy la oí distraída,
y en sus pláticas hallé,
si no enojosos discursos,
a lo menos aridez.
Y no sé por qué, al decirme
que podría acontecer
que se acelerase el día
de mi profesión temblé,
y sentí del corazón
acelerarse el vaivén
y teñírseme el semblante
de amarilla palidez.
¡Ay de mí!... Pero mi dueña,
¿dónde estará?... Esa mujer,
con sus pláticas, al cabo,
me entretienen alguna vez.
Y hoy la echo de menos… Acaso
porque la voy a perder;
que en profesando es preciso
renunciar a cuanto amé.
Mas pasos siento en el claustro.
¡Oh! Reconozco muy bien
su pisadas… Ya está aquí.
ESCENA III
Doña Inés y Brígida.
BRÍGIDA.- Buenas noches Doña Inés.
DOÑA INÉS.- ¿Cómo habéis tardado tanto?
BRÍGIDA.- Voy a cerrar esta puerta.
DOÑA INÉS.- Hay orden de que esté abierta.
BRÍGIDA.- Eso es muy bueno y muy santo
para las otras novicias
que han de consagrarse a Dios;
no, Doña Inés, para vos.
DOÑA INÉS.- Brígida, ¿no ves que vicias
las reglas del monasterio
que no permiten…?
BRÍGIDA.- ¡Bah, bah!
Más seguro así se está,
y así se habla sin misterio
ni estorbos. ¿Habéis mirado
el libro que os he traído?
DOÑA INÉS.- ¡Ay! Se me había olvidado.
BRÍGIDA.- ¡Pues me hace gracia el olvido!
DOÑA INÉS.- ¡Como la madre abadesa
se entró aquí inmediatamente!...
BRÍGIDA.- ¡Vieja más impertinente!...
DOÑA INÉS.- Pues, ¿tanto el libro interesa?
¡Pues quedó con poco afán
el infelíz!
DOÑA INÉS.- ¿Quién?
BRÍGIDA.- Don Juan.
DOÑA INÉS.- ¡Válgame el cielo! ¿Qué escucho?
¿Es Don Juan quien me lo envía?
BRÍGIDA.- Por supuesto.
DOÑA INÉS.- ¡Oh! Yo no debo tomarle.
BRÍGIDA.- ¡Pobre mancebo!
Desairarle así, sería matarle.
DOÑA INÉS.- ¡Qué estás diciendo?
BRÍGIDA.- Si ese Horario no tomáis,
tal pesadumbre le dais
que va a enfermar, lo estoy viendo.
DOÑA INÉS.- ¡Ah! No, no. De esa manera,
le tomaré.
BRÍGIDA.- Bien haréis.
DOÑA INÉS.- Y ¡qué bonito es!
BRÍGIDA.- Ya veis;
quien quiere agradar, se esmera.
DOÑA INÉS.-
Con sus manecillas de oro.
¡Y cuidado que está prieto!
A ver, a ver si completo
contiene el rezo del coro.
Lo abre y cae una carta de entre sus hojas.
Mas ¿qué cayó?
BRÍGIDA.- Un papelito.
DOÑA INÉS.- ¡Una carta!
BRÍGIDA.- Claro está.
En esa carta os vendrá
ofreciendo el regalito.
DOÑA INÉS.- ¡Qué! ¿Será suyo el papel?
BRÍGIDA.- ¡Vaya que sois inocente!
Pues que os feria, es consiguiente
que la carta será de él.
DOÑA INÉS.- ¡Ay, Jesús!
BRÍGIDA.- ¿Qué es lo que os da?
DOÑA INÉS.- Nada, Brígida; no es nada.
BRÍGIDA.- ¡No, no! ¡Si estáis inmutada!...
Aparte.
Ya presa en la red está.
A Doña Inés.
¿Se os pasa?
DOÑA INÉS.- SÍ.
BR´GIDA.- Eso habrá sido
cualquier mareíllo vano.
DOÑA INÉS.- ¡Ay!! Se me abrasa la mano
con que el papel he cogido!
BRÍGIDA.- Doña Inés, ¡válgame Dios!
Jamás os he visto así;
estáis trémula.
DOÑA INÉS.- ¡Ay de mí!
BRÍGIDA.- ¿Qué es lo que pasa por vos?
DOÑA INÉS.- No sé… El campo de mi mente
siento que cruzan, perdidas,
mil sombras desconocidas
ue me inquietan vagamente
y ha tiempo al alma me dan
con su agitación tortura.
BRÍGIDA.- ¿Tiene alguna por ventura
el semblante de Don Juan?
DOÑA INÉS.- No sé. Desde que le vi,
Brígida mía, y su nombre
me dijiste, tengo a ese hombre
siempre delante de mí.
Por doquiera me distraigo
con su agradable recuerdo,
y si un instante le pierdo,
en su recuerdo recaigo.
No sé qué fascinación
en mis sentidos ejerce,
que siempre hacia él se me tuerce
la mente y el corazón.
Y aquí, y en el oratorio,
y en todas partes advierto
que el pensamiento divierto
con la imagen de Tenorio.
BRÍGIDA.- ¡Válgame Dios! Doña Inés:
según lo vais explicando,
tentaciones me van dando
de creer que eso amor es.

Un besito para tod@s.

Buenos días amig@s, ya empezamos la jornada.

DOÑA INÉS.- ¿Amor has dicho?
BRÍGIDA.- SÍ, amor.
DOÑA INÉS.- No; de ninguna manera.
BRÍGIDA.- Pues por amor lo entendiera
el menor entendedor;
mas vamos la carta a ver…
¿En qué os paráis? ¿Un suspiro?
DOÑA INÉS.- ¡Ay! Que cuanto más la miro
menos me atrevo a leer.
Lee.
“Doña Inés del alma mía”
¡Virgen santa, qué principio!
BRÍGIDA.- Vendrá en verso, y será un ripio
que traerá la poesía.
Vamos, seguid adelante.
Lee.
DOÑA INÉS.- “Luz de donde el sol la toma,
hermosísima paloma,
privada de liberdad,
si os dignáis por estas letras
pasar vuestros lindos ojos,
no los tornéis con enojos
sin concluir; acabad”
BRÍGIDA.- ¡Qué humildad y qué finura!
¿Dónde hay mayor rendimiento?
DOÑA INÉS.- Seguid, seguid la lectura.
Lee.
DOÑA INÉS.- “ Nuestros padres de consumo
nuestras bodas acordaron
porque los cielos juntaron
los destinos de los dos;
y halagado desde entonces
con tan risueña esperanza,
mi alma, Doña Inés, no alcanza
otro porvenir que vos.
De amor con ella en mi pecho
brotó una chispa ligera,
que han convertido en hoguera
tiempo y afición tenaz.
Y esta llama, que en mí mismo
se alimenta, inextinguible,
va creciendo y más vorad.”
BRÍGIDA.- Es claro; esperar le hicieron
en vuestro amor algún día
y hondas raíces tenía
cuando a arrancárselo fueron.
Seguid.
Lee.
DOÑA INÉS.- “En vano a apagarla
concurren tiempo y ausencia,
que doblando su violencia,
no hogera ya, volcán es.
Y yo, que en medio del cráter
desamparado batallo,
suspendido en él me hallo,
entre mi tumba y mi Inés.”
BRÍGIDA.- ¿Lo veis, Inés? Si ese Horario
le despreciáis, al instante
le preparan el sudario…
DOÑA INÉS.- Yo desfallezco.
BRÍGIDA.- Adelante.
Lee.
DOÑA INÉS.- ¡Inés, alma de mi alma,
perpetuo imán de mi vida,
perla sin concha escondida
entre las algas del mar;
garza que nunca del nido
tender osaste el vuelo
al diáfano azul del cielo
para aprender a cruzar;
si es que a través de esos muros
el mundo, apenadas, miras,
y por el mundo suspiras,
de libertad con afán,
acuérdate que al pie mismo
de esos muros que te guardan,
para salvarte te aguardan
los brazos de tu Don Juan.”
Representa.
¿Qué es lo que me pasa, ¡cielo!,
que me estoy viendo morir?
BRÍGIDA.- (Aparte) Ya tragó todo el anzuelo.
A Doña Inés.
Vamos, que está al concluir.
Lee.
DOÑA INÉS.- “Acuérdate de quien llora
al pie de tu celosía,
y allí le sorprende el día
y le halla la noche allí;
acuérdate de quien vive
sólo por ti, ¡vida mía!,
y que a tus pies volaría
si le llamaras a ti.”
BRÍGIDA.- ¿Lo veis? Vendría.
DOÑA INÉS.- ¿Vendría?
BRÍGIDA.- A postrarse a vuestros pies.
DOÑA INÉS.- ¿Puede?
BRÍGIDA.- ¡Oh, si!
DOÑA INÉS.- ¡Virgen María!
BRÍGIDA.- Pero acabad, Doña Inés.
DOÑA INÉS.- (Lee) “Adiós, ¡oh, luz de mis ojos!
adiós, Inés de mi alma;
medita, por Dios, en calma
las palabras que aquí van,
y si odiais esa clausura
que ser tu sepulcro debe,
manda, que a todo se atreve,
por tu hermosura, Don Juan”
Representa.
¡Ay! ¿Qué filtro envenenado
me dan en este papel,
que el corazón desgarrado
me estoy sintiendo con él?
¿Qué sentimientos dormidos
son los que revela en mí;
qué impulsos jamás sentidos,
qué luz que hasta hoy nunca ví?
¿Qué es lo que engendra en mi alma
tan nuevo y profundo afán?
¿Quién roba la dulce calma
de mi corazón?

Que paseis buen día. Besos Membriller@s.

Buenos días, aquí os dejo algo para leer.

BRÍGIDA.- Don Juan.
DOÑA INÉS.- ¡Don Juan, dices!... ¿Con que es hombre
me ha de seguir por doquier?
¿Sólo he de escuchar su nombre,
sólo su sombra he ver?
¡Ah, bien dice! Juntó el cielo
los destinos de los dos,
y en mi alma engendró este anhelo
fatal.
BRÍGIDA.- ¡Silencio, por Dios!
Se oyen dar las ánimas.
DOÑA INÉS.- ¿Qué?
BRÍGIDA.- Silencio.
DOÑA INÉS.- Me estremeces.
BRÍGIDA.- ¿Oís, Doña Inés, tocar?
DOÑA INÉS.- SÍ; lo mismo que otras veces
las ánimas oigo dar.
BRÍGIDA.- Pues no habléis de él.
DOÑA INÉS.- ¡Cielo santo!
¿De quién?
BRÍGIDA.- De quién ha de ser?
De ese Don Juan que amais tanto,
porque puede aparecer.
DOÑA INÉS.- ¡Me amedrentas…! ¿Puede ese hombre
llegar hasta aquí?
BRÍGIDA.- Quizás,
porque el eco de su nombre
tal vez llega donde está.
DOÑA INÉS.- ¡Cielos! ¿Y podrá…?
BRÍGIDA.- ¡Quién sebe!
DOÑA INÉS.- ¿Es un espíritu pues?
BRÍGIDA.- No; mas si tiene una llave…
DOÑA INÉS.- ¡Dios!
BRÍGIDA.- Silencio, Doña Inés
¿No oís pasos?
DOÑA INÉS.- ¡Ay! Ahora
nada oigo.
BRÍGIDA.- Las nueve dan.
Suben…, se acercan…, señora…,
ya están aquí.
DOÑA INÉS.- ¿Quién?
BRÍGIDA.- Don juan.
ESCENA IV
Dichas y Don Juan
DOÑA INÉS.- ¿Qué es esto? ¡Sueño…, deliro?
DON JUAN.- ¡Inés de mi corazón!
DOÑA INÉS.- ¿Es realidad lo que miro,
o es una fascinación?...
tenedme… apenas respiro…,
¡Ay de mí!
sombra…,! huye, por compasión!
Desmáyase Doña Inés y Don
Juan la sostiene. La carta de
Don Juan queda en el suelo,
Abandonada por Doña Inés al
Desmayarse.
BRÍGIDA.- la ha fascinado
vuestra repentina entrada,
yel pavor la ha trastornado.
DON JUAN.- Mejor, así nos ha ahorrado
la mitad de la jornada.
¡Ea! No desperdiciemos
tiempo aquí en contemplarla,
si perdernos no queremos.
En los brazos a tomarla
voy, y cuanto antes, ganemos
ese claustro solitario.
BRÍGIDA.- ¡Oh! ¿Vais a sacarla así?
DON JUAN.- Necia, ¿piensas que rompí
la clausura, temerario,
para dejármela aquí? Mi gente abajo me espera;
sígueme.
BRÍGIDA.- ¡Sin alma estoy!
¡Ay! Este hombre es una fiera; nada le ataja ni altera…
Sí, sí; a su sombra me voy.
ESCENA V
La Abadesa, sola.
Jurara que había oído
por estos claustros andar;
hoy a Doña Inés velar
algo más la he permitido,
y me temo… mas nos están
aquí. ¿Qué pudo ocurrir
a las dos para salir
de la celda? ¿Dónde irán?
¡Hola! Yo las ataré
corto para que no vuelvan
a enredar, y me revuelvan
a las novicias…, sí, a fe.
Mas siento por allá fuera
pasos. ¿Qué es?
ESCENA VI
La Abadesa y la Tornera.
TORNERA.- Yo, señora.
ABADESA.- ¿Vos en el claustro a esta hora?
¿Qué es esto, hermana tornera?
TORNERA.- Madre abadesa, os buscaba.
ABADESA.- ¿Qué hay? Decid.
TORNERA.- Un noble anciano
quiere hablaros.
ABADESA.- Es en vano.
TORNERA.- Dice que es de Calatrava
caballero; que sus fueros
le autorizan a este paso,
y que la urgencia del caso
le obliga al instante a veros.
ABADESA.- ¿Dijo su nombre?
TORNERA.- El señor
Don Gonzalo de Ulloa.
ABADESA.- ¿Qué puede querer…?
Ábrale hermana;
es Comendador de la orden,
y derecho tiene en
el claustro de entrada.
ESCENA VII
La Abadesa y, después, Don Gonzalo,
ABADESA.- ¿A una hora tan avanzada
venir así? No sospecho
qué pueda ser…; mas me place
pues no hallando a su hija aquí,
la reprenderá, y así
mirará otra vez lo que hace.

PD. Besos Membriller@s

Buenos días,! qué frio! y todavía no ha llegado el invierno. Estaros quietitos en casa, leyendo un poquito del Tenorio, que no hace día p´a ná.

ESCENA VIII
Dichos y la Tornera, a la puerta.
DON GONZALO.- Perdonad, madre abadesa,
que en hora tal os moleste;
mas para mí, asunto es este
que honra y vida me interesa.
ABADESA.- ¡Jesús!
DON GONZALO.- Oíd.
ABADESA.- Hablad pues.
DON GONZALO.- Yo guardé hasta hoy un tesoro
de más quilates que el oro,
y ese tesoro es mi Inés.
ABADESA.- A propósito…
DON GONZALO.- Escuchad:
Se me acaba de decir
que han visto a su dueña ir
ha poco por la ciudad
hablando con el criado
de un Don Juan, de tal renombre,
que no hay en la tierra otro hombre
tan audaz y tan malvado.
En tiempo atrás se pensó
con él a mi hija casar,
y hoy, que se la fui a negar,
robármela me juró;
que por el torpe doncel
ganada la dueña está;
no puedo dudarlo ya;
debo, pues, guardarme de él.
Y un día, una hora quizá
de imprevisión le bastara
para que mi honor manchara
ese hijo de Satanás.
he aquí mi inquietud cuál es;
por la dueña en conclusión,
vengo; vos la profesión
abreviad de Doña Inés.
ABADESA.- Sois padre, y en vuestro afán
muy justo, Comendador;
mas ved que ofende a mi honor.
DON GONZALO.- No sabéis quién es Don Juan.
ABADESA.- Aunque lo pintáis tan malo,
yo os puedo decir de mí
que mientras Inés esté aquí
segura está, Don Gonzalo.
DON GONZALO.- Lo creo; mas razones
abreviemos; entregadme
a esa dueña, y perdonadme
mis mundanas opiniones.
Si vos de vuestra virtud
me respondéis, yo me fundo
en que conozco del mundo
la insensata juventud.
ABADESA.- Se hará como lo exigís.
Hermana tornera, id, pues,
a buscar a Doña Inés
y a su dueña. (Vase la Tornera)
DON GONZALO.- ¿Qué decís,
señora? O traición me ha hecho
mi memoria, o yo sé bien
que ésta es la hora de que estén
ambas dos en su lecho
ABADESA.- Ha un punto, sentí a las dos
salir de aquí, no sé a qué.
DON GONZALO.- ¡Ay! ¡Por qué tiemblo no sé!
Mas, ¡qué veo, santo Dios!
Un papel…Me lo decía
a voces mi mismo afán. (Leyendo)
“Doña Inés del alma mía…”
¡Y la firma de Don Juan!
Ved…, ved… esa prueba escrita.
Leed ahí… ¡Oh! Mientras que vos
por ella rogáis a Dios,
viene el diablo y os la quita.
ESCENA IX
Dichos y la Tornera.
TORNERA.- Señora…
ABADESA.- ¿Qué?
TORNERA.- Vengo muerta.
DON GONZALO.- Concluid.
TORNERA.- No acierto a hablar.
He visto a un hombre saltar
por las tapias de la huerta.
DON GONZALO.- ¿Veis? ¡Corramos, ay de mí!
ABADESA.- ¿Dónde vais Comendador?
DON GONZALO.- ¡Imbécil! TRAS de mi honor,
que os roban a v0s de aquí.
FIN DEL ACTO TERCERO
ACTO CUARTO
El diablo a las puertas del cielo
quinta de Don Juan Tenorio, cerca de
Sevilla y sobre el Guadalquivir. Balcón en el
fondo. Dos puertas a cada lado.
ESCENA PRIMERA
Brígida y Ciutti.
BRÍGIDA.- ¡Qué noche, válgame Dios!
A poderlo calcular,
no me meto yo a servir
A tan fogoso galán.
¡Ay, Ciutti! Molida estoy.
No me puedo menear.
CIUTTI.- ¿Pues qué os duele?
BRÍGIDA.- Todo el cuerpo,
y toda el alma además.
CIUTTI.- ¡Ya! No estáis acostumbrada
al caballo, es natural.
BRÍGIDA.- Mil veces pensé caer.
¡Uf! ¡Qué mareo! ¡Qué afán!
Veía yo unos tras otros
ante mis ojos pasar
los árboles como las alas
llevados de un huracán,
Tan apriesa y produciéndome
ilusión tan infernal,
que perdiera los sentidos
si tardamos en parar.
CIUTTI.- Pues de estas cosas veréis,
si en esta casa os quedáis,
lo menos seis por semana.
BRÍGIDA.- ¡Jesús!
CIUTTI.- ¿Y esa niña está
reposando todavía?
BRÍGIDA.- ¿Y a qué se ha de despertar?
CIUTTI.- Sí; es mejor que abra los ojos
en los brazos de Don Juan.
BRÍGIDA.- Preciso es que tu amo tenga
algún diablo familiar.
CIUTTI.- Yo creo que sea él mismo
un diablo en carne mortal,
porque a lo que él, solamente
se arrojará Satanás.
BRÍGIDA.- ¡Oh! ¡El lance ha sido extremado!

PD. Besos Membriller@s

Buenos días amig@s, hoy frio, frio. Desearos que paseis un feliz puente, a los que tenéis la suerte de disfrutarlo, los que no, lo intentaremos pasar lo mejor posible.

CIUTTI.- Pero alfin logrado está.
BRÍGIDA.-! Salir así de un convento,
en medio de una ciudad
camo Sevilla!
CIUTTI.- Es empresa
tan sólo para hombres tal;
mas,! qué diablos!,! si a su lado
la fortuna siempre va
y encadenado a sus pies
duerme sumiso el azar!
BRÍGIDA.- Sí; decís bien.
CIUTTI.- No he visto hombre
de corazón más audaz;
no halla riesgo que le espante
ni encuentra dificultad
que al empeñarse en vencer,
le haga un punto vacilar,
de todo se ve capaz;
a todo, osado, se arroja;
de todo se ve capaz;
ni mira dónde se mete
ni lo pregunta jamás.
"Allí hay un lance", le dicen,
y él dice: "Allá va Don Juan"
Mas ya tarda! vive Dios!
BRÍGIDA.- Las doce en la catedral
han dado ha tiempo.
CIUTTI.- Y de vuelta
debía a las doce estar.
BRÍGIDA.- Pero, ¿por qué no se vino
con nosotros?
CIUTTI.- Tiene allá
en la ciudad todavía
cuatro cosas que arreglar.
BRÍGIDA.- ¿Para el viaje?
CIUTTI.- Por supuesto;
aunque muy fácil será
que esta noche a los infiernos
le hagan a él mismo viajar.
BRÍGIDA.-! Jesús qué ideas!
CIUTTI.- Pues digo;
¿son obras de caridad
en las que nos empleamos
para mejor esperar?
Aunque seguros estamos
cfomo vuelva por acá.
BRÍGIDA.- ¿De veras, Ciutti?
CIUTTI.- Venid
a este balcón, y mirad;
? qué veis?
BRÍGIDA.- Veo un bergantín
que anclado en el río está.
CIUTTI.- Pues su patrón sólo aguarda
las órdenes de Don Juan,
y salvos en todo caso
a Italia nos llevará.
BRÍGIDA.- ¿Cierto?
CIUTTI.- Y nada receleis
por vuestra seguridad,
que es el barco más velero
que boga sobre la mar.
BRÍGIDA.-! Chist! Ya siento a Doña Inés...
CIUTTI.- Pues yo me voy, que Don Juan
encargó que sola vos
debias con ella hablar. l
BRÍGIDA.- Y encargó bien, que yo entiendo
de esto.
CIUTTI.- Adiós pues.
BRÍGIDA.- Vete en paz.
ESCENA II
Doña Inés y Brígida.
DOÑA INÉS.-! Dios mío, cuánto he soñado!
! Loca estoy! ¿qué hora será?
Pero,! qué es esto, ay de mí!
No recuerdo que jamás
haya visto este aposento.
¿Quién me trajo aquí?
BRÍGIDA.- Don Juan.
DOÑA INÉS.- Siempre Don Juan...; pero di:
¿Aquí tú tambien estás, Brígida?
BRÍGIDA.- Sí, Doña Inés.
DOÑA INÉS.- Pero dime, en caridad,
¿dónde estamos?
¿Este cuarto
es del convento?
BRÍGIDA.- No tal;
aquello era un cuchitril,
de donde no había más
que miseria.
DOÑA INÉS.- Pero, en fin,
¿en dóde estamos?
BRÍGIDA:_ Mirad,
midad por este balcón,
y alcanzaréis lo que va
desde un convento de monjas
a una quinta de Don Juan.
DOÑA INÉS.- ¿Es de Don Juan esta quinta?
BRÍGIDA.- Y creo que vuestra ya.
DOÑA INÉS.- Pero no comprendo, Brígida,
lo que dices.
BRÍGIDA.- Escuchad:
Estábais en el convento
leyendo con mucho afán
una carta de Don Juan,
cuando estalló en un momento
un incendio formidable.
DOÑA INÉS.-! Jesús!
BRÍGIDA.- Espantoso, inmenso;
el humo esr ya tan denso,
que el aire se hizo palpable.
DOÑA INÉS.- Pues no recuerdo.

PD. Letrita a letrita, se terminará. Besos Membriller@s

Espero que los que iban al pueblo, hayan llegado sin contratiempo debido al tiempo que padecemos de nieve y frío.

Saludos