Este se lo dedico a todos los FRANCISCOS del foro, como bien ha dicho LOREN parece ser que hoy es su santo. FELICIDADES
EL CASTILLO DE IRÁS Y NO VOLVERÁS
En un pueblo muy lejano, vivía un pescador muy pobre que iba a pescar todos los días para poder comer, pero siempre escaseaba el alimento.
Un día, por fin, pescó un pez muy gordo, era un pez con poderes, que le dijo al buen hombre:
- “Tienes que hacerme diez trozos: dos le das a tu mujer y parirá dos hijos iguales. Otros dos le darás a la mula y parirá dos potros iguales. Otros dos le darás a la perra y parirá dos perros muy grandes, iguales. Otros dos meterás en la esterquera y aparecerán dos lanzas iguales. Otros dos meterás en una botella y se volverán un caldo para proteger y avisar cuando alguno de tus hijos esté en peligro o ante algún fracaso.
El hombre así lo hizo.
Pasó el tiempo, tuvo dos hijos gemelos, los hijos crecieron, vestían y calzaban iguales. Sus caballos, perros y lanzas eran iguales. Y cuando estaban en algún peligro, el caldo tomaba un color extraño.
Pasaban los años y llegaron a ser adultos.
Uno de ellos, que ya estaba harto de vivir en el pueblo, decidió ir a correr mundo.
Cogió el caballo, el perro y la lanza y se fue. Anduvo muchos días y por fin llegó a un pueblo donde tocaban las campanas sin parar, todo el mundo estaba alborotado. El muchacho preguntó a una mujer del lugar que qué era lo que pasaba. La anciana le contó que la princesa estaba muy enferma, se estaba muriendo y que su padre, el rey, había prometido que quien pudiera salvarla se casaría con ella.
El muchacho se interesó por lo que la mujer le contó y ésta le ayudó diciéndole:
- “En aquel huerto hay muchos manzanos con todo tipo de manzanas. Cogerás la que más podrida esté para llevársela a la princesa, y cuando la coma se pondrá buena".
El mozo se fue al lugar donde estaban los manzanos e hizo como la anciana le había dicho. Las miró y las requetemiró hasta que por fin cogió la más mala y se la llevó al rey explicándole lo que tenía que hacer. Éste con tal de que su hija sanara lo hizo tal y como se lo había dicho el apuesto muchacho. Se la dio a comer a la princesa y ésta se puso buena.
Por tanto el rey cumpliendo su promesa concedió permiso para que se casaran.
Fue una boda muy celebrada, tal y como había prometido el padre y ellos estaban muy felices.
Pero… en su primer día de casados, el muchacho se asomó al balcón y vio a lo lejos una casa blanca, muy blanca. Le preguntó a su esposa:
- “Quién habita esa casa tan blanca?”.
- “Aquél es el CASTILLO DE IRÁS Y NO VOLVERÁS -le contestó la princesa-
Cuando comenzó a anochecer, el muchacho cogió su lanza, su perro y su caballo y se fue al Castillo. Cabalgó muchas, muchas horas hasta que por fin llegó. Quedó impresionado. Era un castillo blanco, muy blanco, cubierto de nieve. Comenzó a dar vueltas buscando una puerta, hasta que cansado de buscar vio salir de una puerta pequeña a una viejecilla que le invitó a pasar puesto que hacía mucho frío afuera.
- “Pasa, pasa” -le invitó a entrar-
Se sentaron a la luz de una vela y la vieja le dijo:
- “Toma estos tres pelitos para atar al caballo, al perro y la lanza.
El muchacho lo hizo al momento.
Al rato, cuando el muchacho ya había entrado en calor, la viejecilla le preguntó:
- “ ¿No querrías echar una lucha, ahora que ya has entrado en calor?”
Él, aunque extrañado por la propuesta, aceptó (en aquellos tiempos la lucha era una forma de distracción y diversión).
Comenzó la lucha y la anciana luchaba con tanta fuerza que llegó a cansar al mozo. Cuando ya lo tenía sin fuerzas, éste dijo:
- “Aquí mi caballo, mi perro y mi lanza”.
Y la vieja, que imaginaba que aquellas palabras del muchacho tenían consecuencias, añadió:
- “Que mis pelitos se vuelvan cadenas”. Y así ocurrió (el caballo, el perro y la lanza, allí quedaron, claro)
Como el muchacho estaba en el suelo, medio muerto y no podía defenderse, la anciana aprovechó y lo metió en una habitación.
Mientras tanto, a la botella que había en casa de los padres del muchacho en el pueblo, se le empezó a poner el caldo muy revuelto. El hermano, que aún vivía allí, la vio y le dijo a sus padres:
- “Saldré en busca de mi hermano que está en peligro”.
- ¡Oh no, me quedaré sin el hijo que me queda! -respondía la madre, mientras lloraba-.
Pero el muchacho cogió su caballo, su perro y su lanza y se fue en busca de su hermano.
Cabalgó y cabalgó hasta que llegó al pueblo donde vivía la princesa, ahora sola. Preguntó a todo el que se encontraba por la calle hasta que se enteró de que su hermano había salido el día anterior pero no había vuelto, ya se había corrido la voz entre todos los vecinos del lugar. Se acercó a palacio y se hizo pasar por el hermano, el marido de la princesa. La princesa se puso muy contenta por el regreso de su marido. Cenaron, sin hablar apenas, para que no le descubriera, y se acostaron; pero el muchacho muy prudentemente, puso la lanza en el medio y ella se extrañó, pero no dijo nada.
A la mañana siguiente se asomó al balcón y al igual que su hermano había hecho en otro momento, le preguntó a la princesa por aquella casa tan blanca. La princesa le contestó:
- “ ¡Qué mala memoria tienes!, ayer te dije que era el CASTILLO DE IRÁS Y NO VOLVERÁS”.
Así se enteró de lo que quería saber y como estaba convencido de que su hermano estaba allí, se fue.
Al llegar, estuvo dando vueltas, como su hermano, alrededor de la casa blanca y al momento se asomó por una puerta pequeñita la vieja diciéndole:
- “Pasa, pasa, que hace mucho frío” (la vieja no veía bien y no se dio cuenta de que eran muy parecidos)
El muchacho entró para calentarse. Se sentaron y cuando pasó un rato y éste había atado ya a los animales y la lanza, ella le invitó a echar una lucha.
Lucharon hasta que él no pudo más y en ese momento llamó a su caballo, a su perro y a su lanza, y la vieja, a la vez, volvió a decir:
- “ ¡Que mis pelitos se vuelvan cadenas!”
Pero el muchacho que había sido más listo que ella, imaginando lo que le había pasado a su hermano, los pelitos los había quemado en la vela.
Siguieron luchando y como la anciana no pudo defenderse, se quedó medio muerta. El mozo aprovechando la ocasión, le preguntó por su hermano.
- “ ¡Como no me lo digas te mato!” - añadió él-.
La vieja le llevó a la habitación en donde estaba, le dio un frasco para que untara con el líquido las heridas, a petición del muchacho y el hermano se curó.
Cogieron los caballos de nuevo y cabalgando, cabalgando se fueron hacia el pueblo. Camino de palacio le contó cómo era su vida y por qué se había casado con la princesa y como buen marido, cuando llegaron a palacio se quedó con su esposa, despidió con un abrazo a su hermano que se volvió al pueblo con sus padres para contar lo ocurrido.
Llegó la noche y en el palacio todos se fueron a acostar, también la princesa y su esposo, y como esa noche éste no puso la lanza en el medio, la princesa dijo:
- “ ¿Por qué anoche pusiste la lanza en medio y esta noche no?”.
El muchacho tuvo que contarle toda la verdad, pero aún así la princesa no se enfadó ni se sintió engañada, al fin y al cabo todo había sido para salvar a su marido.
Por fin pudieron vivir felices y tranquilos el resto de sus días porque la historia del CASTILLO DE IRÁS Y NO VOLVERÁS no se volvió a repetir jamás.
¡VIVIERON FELICES, COMIERON PERDICES Y NOS DIERON CON LOS HUESO EN LAS NARICES… ¡
(¡Ah!, se me olvidaba decir que el hermano que se quedó en el pueblo con los padres y que salvó al otro, se llamaba … ¡FRANCISCO!)
EL CASTILLO DE IRÁS Y NO VOLVERÁS
En un pueblo muy lejano, vivía un pescador muy pobre que iba a pescar todos los días para poder comer, pero siempre escaseaba el alimento.
Un día, por fin, pescó un pez muy gordo, era un pez con poderes, que le dijo al buen hombre:
- “Tienes que hacerme diez trozos: dos le das a tu mujer y parirá dos hijos iguales. Otros dos le darás a la mula y parirá dos potros iguales. Otros dos le darás a la perra y parirá dos perros muy grandes, iguales. Otros dos meterás en la esterquera y aparecerán dos lanzas iguales. Otros dos meterás en una botella y se volverán un caldo para proteger y avisar cuando alguno de tus hijos esté en peligro o ante algún fracaso.
El hombre así lo hizo.
Pasó el tiempo, tuvo dos hijos gemelos, los hijos crecieron, vestían y calzaban iguales. Sus caballos, perros y lanzas eran iguales. Y cuando estaban en algún peligro, el caldo tomaba un color extraño.
Pasaban los años y llegaron a ser adultos.
Uno de ellos, que ya estaba harto de vivir en el pueblo, decidió ir a correr mundo.
Cogió el caballo, el perro y la lanza y se fue. Anduvo muchos días y por fin llegó a un pueblo donde tocaban las campanas sin parar, todo el mundo estaba alborotado. El muchacho preguntó a una mujer del lugar que qué era lo que pasaba. La anciana le contó que la princesa estaba muy enferma, se estaba muriendo y que su padre, el rey, había prometido que quien pudiera salvarla se casaría con ella.
El muchacho se interesó por lo que la mujer le contó y ésta le ayudó diciéndole:
- “En aquel huerto hay muchos manzanos con todo tipo de manzanas. Cogerás la que más podrida esté para llevársela a la princesa, y cuando la coma se pondrá buena".
El mozo se fue al lugar donde estaban los manzanos e hizo como la anciana le había dicho. Las miró y las requetemiró hasta que por fin cogió la más mala y se la llevó al rey explicándole lo que tenía que hacer. Éste con tal de que su hija sanara lo hizo tal y como se lo había dicho el apuesto muchacho. Se la dio a comer a la princesa y ésta se puso buena.
Por tanto el rey cumpliendo su promesa concedió permiso para que se casaran.
Fue una boda muy celebrada, tal y como había prometido el padre y ellos estaban muy felices.
Pero… en su primer día de casados, el muchacho se asomó al balcón y vio a lo lejos una casa blanca, muy blanca. Le preguntó a su esposa:
- “Quién habita esa casa tan blanca?”.
- “Aquél es el CASTILLO DE IRÁS Y NO VOLVERÁS -le contestó la princesa-
Cuando comenzó a anochecer, el muchacho cogió su lanza, su perro y su caballo y se fue al Castillo. Cabalgó muchas, muchas horas hasta que por fin llegó. Quedó impresionado. Era un castillo blanco, muy blanco, cubierto de nieve. Comenzó a dar vueltas buscando una puerta, hasta que cansado de buscar vio salir de una puerta pequeña a una viejecilla que le invitó a pasar puesto que hacía mucho frío afuera.
- “Pasa, pasa” -le invitó a entrar-
Se sentaron a la luz de una vela y la vieja le dijo:
- “Toma estos tres pelitos para atar al caballo, al perro y la lanza.
El muchacho lo hizo al momento.
Al rato, cuando el muchacho ya había entrado en calor, la viejecilla le preguntó:
- “ ¿No querrías echar una lucha, ahora que ya has entrado en calor?”
Él, aunque extrañado por la propuesta, aceptó (en aquellos tiempos la lucha era una forma de distracción y diversión).
Comenzó la lucha y la anciana luchaba con tanta fuerza que llegó a cansar al mozo. Cuando ya lo tenía sin fuerzas, éste dijo:
- “Aquí mi caballo, mi perro y mi lanza”.
Y la vieja, que imaginaba que aquellas palabras del muchacho tenían consecuencias, añadió:
- “Que mis pelitos se vuelvan cadenas”. Y así ocurrió (el caballo, el perro y la lanza, allí quedaron, claro)
Como el muchacho estaba en el suelo, medio muerto y no podía defenderse, la anciana aprovechó y lo metió en una habitación.
Mientras tanto, a la botella que había en casa de los padres del muchacho en el pueblo, se le empezó a poner el caldo muy revuelto. El hermano, que aún vivía allí, la vio y le dijo a sus padres:
- “Saldré en busca de mi hermano que está en peligro”.
- ¡Oh no, me quedaré sin el hijo que me queda! -respondía la madre, mientras lloraba-.
Pero el muchacho cogió su caballo, su perro y su lanza y se fue en busca de su hermano.
Cabalgó y cabalgó hasta que llegó al pueblo donde vivía la princesa, ahora sola. Preguntó a todo el que se encontraba por la calle hasta que se enteró de que su hermano había salido el día anterior pero no había vuelto, ya se había corrido la voz entre todos los vecinos del lugar. Se acercó a palacio y se hizo pasar por el hermano, el marido de la princesa. La princesa se puso muy contenta por el regreso de su marido. Cenaron, sin hablar apenas, para que no le descubriera, y se acostaron; pero el muchacho muy prudentemente, puso la lanza en el medio y ella se extrañó, pero no dijo nada.
A la mañana siguiente se asomó al balcón y al igual que su hermano había hecho en otro momento, le preguntó a la princesa por aquella casa tan blanca. La princesa le contestó:
- “ ¡Qué mala memoria tienes!, ayer te dije que era el CASTILLO DE IRÁS Y NO VOLVERÁS”.
Así se enteró de lo que quería saber y como estaba convencido de que su hermano estaba allí, se fue.
Al llegar, estuvo dando vueltas, como su hermano, alrededor de la casa blanca y al momento se asomó por una puerta pequeñita la vieja diciéndole:
- “Pasa, pasa, que hace mucho frío” (la vieja no veía bien y no se dio cuenta de que eran muy parecidos)
El muchacho entró para calentarse. Se sentaron y cuando pasó un rato y éste había atado ya a los animales y la lanza, ella le invitó a echar una lucha.
Lucharon hasta que él no pudo más y en ese momento llamó a su caballo, a su perro y a su lanza, y la vieja, a la vez, volvió a decir:
- “ ¡Que mis pelitos se vuelvan cadenas!”
Pero el muchacho que había sido más listo que ella, imaginando lo que le había pasado a su hermano, los pelitos los había quemado en la vela.
Siguieron luchando y como la anciana no pudo defenderse, se quedó medio muerta. El mozo aprovechando la ocasión, le preguntó por su hermano.
- “ ¡Como no me lo digas te mato!” - añadió él-.
La vieja le llevó a la habitación en donde estaba, le dio un frasco para que untara con el líquido las heridas, a petición del muchacho y el hermano se curó.
Cogieron los caballos de nuevo y cabalgando, cabalgando se fueron hacia el pueblo. Camino de palacio le contó cómo era su vida y por qué se había casado con la princesa y como buen marido, cuando llegaron a palacio se quedó con su esposa, despidió con un abrazo a su hermano que se volvió al pueblo con sus padres para contar lo ocurrido.
Llegó la noche y en el palacio todos se fueron a acostar, también la princesa y su esposo, y como esa noche éste no puso la lanza en el medio, la princesa dijo:
- “ ¿Por qué anoche pusiste la lanza en medio y esta noche no?”.
El muchacho tuvo que contarle toda la verdad, pero aún así la princesa no se enfadó ni se sintió engañada, al fin y al cabo todo había sido para salvar a su marido.
Por fin pudieron vivir felices y tranquilos el resto de sus días porque la historia del CASTILLO DE IRÁS Y NO VOLVERÁS no se volvió a repetir jamás.
¡VIVIERON FELICES, COMIERON PERDICES Y NOS DIERON CON LOS HUESO EN LAS NARICES… ¡
(¡Ah!, se me olvidaba decir que el hermano que se quedó en el pueblo con los padres y que salvó al otro, se llamaba … ¡FRANCISCO!)
Marga V te imagino sentada a los pies de tu abuela escuchando el cuento con los ojos de par en par ¡que cosa! ¡cómo nos gustaban las historias!. Gracias por compartirlos con nosotros.
Besitos
Besitos