Amo la luz, la limpieza y la serenidad de las mañanas; estoy cómodo con un amigo, a lo sumo dos; disfruto de mi soledad y quiero a una mujer maravillosa. Por lo demás creo ser sociable, educado, amable, pero no estoy hablando de relaciones públicas o de gestos de buena educación, estoy hablando de lo que importa, de aquello que tiene que ver con un sentimiento de plenitud, de felicidad, de verdadera y profunda alegría, algo que no se conoce en el vértigo de las reuniones, en el bullicio de las fiestas, en la exaltación de las sobremesas, cuando el vino se transforma en una pulsión y todos hablan y nadie se escucha, cuando se dicen palabras que nunca se deberían haber dicho o cuando se regresa a la casa con el alma cansada y una insoportable sensación de vacío.