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MEMBRIO: HISTORIA DE TENERIFE.- GRANDES MENCEYES GUANCHES....

HISTORIA DE TENERIFE.- GRANDES MENCEYES GUANCHES.

MENCEY PELINOR.

HUNDIÓ SU DEDO ÍNDICE en el plato de cobre y lo empapó en la oscura tinta previamente derramada por un vasallo del que llamaban Adelantado. Alzó la mano, buscó con sus ojos a sus hermanos menceyes y halló en ellos el mismo dolor que traspasaba su espíritu en aquel instante fatídico. El De Lugo lo observaba en silencio aguardando el gesto final. Pelinor lo miró entonces a él y, lentamente, fue inclinándose y dirigiendo su brazo hacia el papel hasta que su dedo lo impregnó de negro. Meticulosamente dibujó unos símbolos y se detuvo en el trazo final. Despacio se incorporó, llevó su mano a la piel de cabra que cubría su cuerpo y se deshizo en ella de la tinta. En ese momento, la pequeña campana de la ermita construida meses atrás en el frondoso paraje comenzó a doblar; los soldados, sirvientes y consejeros del Adelantado rompieron en aplausos y un grupo de frailes entonó el Te-Deum. En medio de tanto júbilo ajeno, con sus iguales forzando la sonrisa para no importunar a los castellanos, Pelinor, con su vista puesta en el conquistador, no pudo frenar las palabras: "Esto querías, ladrón de vida - decía en su lengua-, pues esto ya tienes. Pero juro que invocaré a Guayota para que traiga la desgracia a tu gente y a ti te devuelva al infierno, de donde no debiste salir nunca. Así pues, que caiga el horror sobre ti y que seas muerto más pronto que tarde por la misma codicia que te trastorna, y de una vez desaparezcas para siempre de esta tierra que no es tuya y que jamás podrías merecer". Alonso de Lugo, que apenas pudo oír las palabras del mencey de Adeje por la ruidosa celebración, se dirigió al intérprete que, cabizbajo y tembloroso, rogaba el cielo para que el castellano no le obligara a traducir semejante maldición. - ¿Qué ha dicho?-, preguntó finalmente aplacando su sonrisa al ver el rasgo severo de Pelinor. El muchacho, nervioso y angustiado, trataba de armar frases fugaces en su mente que le permitieran salir de semejante trance. -Ha dicho -explicó- que desde hoy puede vuestra merced disfrutar de estos hermosos lugares como si fueran suyos y que desea que Dios le dé a vuestra merced salud para dirigir nuestros destinos sabiamente-, concluyó. - ¿Eso ha dicho?-, inquirió el Adelantado acercándose desafiante a Pelinor que continuaba mirándolo fijamente. -Sí señor-, resolvió el intérprete. La algarabía se tornó en silencio. Todos los presentes, percatados de la tensa situación, aguardaban con impaciencia el desenlace. Finalmente, Alonso de Lugo tomó la mano de Pelinor y, estrechándola con fuerza, sentenció: -Amén-.

SALUDOS.