Aun hay “niños urbanos”. Me refiero a los que no saben nada del campo y no es porque no hayan estado en él sino porque, cuando les han llevado, solo han podido corretear y nadie les haya dicho lo que campo y naturaleza suponen para todos. Sus padres suelen ser urbanitas, descendientes de abuelos urbanitas cuya idea sobre el campo quizás se parezca a la que “definió”, con sardónico gracejo, un buen amigo, cronista “el campo es esa cosa verde, llena de vacas, “panojos” y mosquitos, colocada fuera de las ciudades”. Poco a poco la mentalidad social y cultural ha ido cambiando pero el despiste continúa. Pero hay infinidad padres urbanitas, motivados por el cambio de actitud de la sociedad y de la información que están interesándose por la naturaleza silvestre. Pienso que a esos padres les gustaría que sus hijos pudiesen conocer y disfrutar más del campo pero lógicamente no saben como hacerlo. Como creo que todo en la vida es juego, a mi me ayudaron, a despertar la curiosidad y el interés entre mis hijos. Ya entrada la primavera o en el verano. He aquí un juego sencillo para un grupo de niños (as) pequeños (as). Proponerles que se internen entre los árboles y arbustos y que traigan el mayor número posible de hojas de formas diferentes. Se premiará al que mas variedades consiga. Este juego estimulara sus facultades de observación al darse cuenta de la variedad de plantas de cualquier bosque.
Un ejercicio que se puede hacer en cualquier época cuando se haga senderismo: acostumbrarles a mirar, de vez en cuando, hacia atrás para tomar referencias del camino que han recorrido y luego, al regreso, hacerlo por el mismo camino con ayuda de los puntos de referencia memorizados.
El niño cuando deja de ser urbano es más feliz, se da cuenta de las alegrías que supone el saber orientarse, el mirar, el conocer. Espero que ya no haya padres como aquel que me contó que, yendo en su coche por un camino de tierra con su hijo pequeño, se les cruzó una gallina y el niño le dijo:
- Papa ten cuidado con “eso”.
Un ejercicio que se puede hacer en cualquier época cuando se haga senderismo: acostumbrarles a mirar, de vez en cuando, hacia atrás para tomar referencias del camino que han recorrido y luego, al regreso, hacerlo por el mismo camino con ayuda de los puntos de referencia memorizados.
El niño cuando deja de ser urbano es más feliz, se da cuenta de las alegrías que supone el saber orientarse, el mirar, el conocer. Espero que ya no haya padres como aquel que me contó que, yendo en su coche por un camino de tierra con su hijo pequeño, se les cruzó una gallina y el niño le dijo:
- Papa ten cuidado con “eso”.