La mejor representación de la cocina extremeña sería su larguísima tradición de potajes, carnes, aves, cazas, escabeches y dulces, testimonios de una cocina popular o doméstica transmitida de generación en generación y que guarda una intimísima relación con los productos que en la tierra de Extremadura se dan. Este bagaje culinario define perfectamente el carácter propio de una cocina sencilla y directa, del terruño, libre de artificios, ajena a añadiduras superfluas, cuyas viandas magníficamente representadas por el cerdo, el cordero, el cabrito, el pavo (llegado del Nuevo Mundo), el pollo de campo, las gallinas, el conejo y la liebre se perfuman, se matizan con el ancestral uso del ajo, la cebolla, el perejil, el romero, el laurel, el tomate (también llegado del otro lado del Atlántico) y el ancestral aceite de oliva.