Diego Muñoz-Torrero
El sacerdote Diego Muñoz-Torrero fue otra «alma mater» de la Carta Magna de 1812, cuya comisión ponente presidió. Fue este extremeño, liberal convencido y artífice del fin de la Inquisición española, quien pronunció el discurso con el que se iniciaron las sesiones de las cortes reunidas en la Isla del León. Catedrático de Filosofía, antes de llegar a la decisiva cita de Cádiz, el padre Muñoz-Torrero había sido rector de la Universidad de Salamanca. En aquella histórica sesión parlamentaria trazó las que para él debían ser ideas fundamentales de la Constitución en ciernes, algunas de ellas verdaderamente revolucionarias para un clérigo de la época. Defendió que la soberanía nacional residía en el pueblo español y no en ningún monarca, abogó encendidamente por la libertad de prensa y se mostró partidario de la supresión del Santo Oficio, que se había convertido en un tribunal politizado al que cada facción política intentaba instrumentalizar como ariete contra sus oponentes. También propugnó la abolición del régimen de señoríos. Sus indomables convicciones le depararon muchos padecimientos. Tras el nuevo viraje hacia el absolutismo, a partir de la nueva intervención francesa con la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823, huyó a Portugal, donde fue apresado. Pasó los últimos años de su vida encerrado, no era la primera vez, y torturado en la torre de San Julián de la Barra, donde murió en 1829. Su triste final y su accidentada biografía llevaron a autores como Rubio Llorente a definirle como un «liberal trágico».-Guillermo del Olmo.
El sacerdote Diego Muñoz-Torrero fue otra «alma mater» de la Carta Magna de 1812, cuya comisión ponente presidió. Fue este extremeño, liberal convencido y artífice del fin de la Inquisición española, quien pronunció el discurso con el que se iniciaron las sesiones de las cortes reunidas en la Isla del León. Catedrático de Filosofía, antes de llegar a la decisiva cita de Cádiz, el padre Muñoz-Torrero había sido rector de la Universidad de Salamanca. En aquella histórica sesión parlamentaria trazó las que para él debían ser ideas fundamentales de la Constitución en ciernes, algunas de ellas verdaderamente revolucionarias para un clérigo de la época. Defendió que la soberanía nacional residía en el pueblo español y no en ningún monarca, abogó encendidamente por la libertad de prensa y se mostró partidario de la supresión del Santo Oficio, que se había convertido en un tribunal politizado al que cada facción política intentaba instrumentalizar como ariete contra sus oponentes. También propugnó la abolición del régimen de señoríos. Sus indomables convicciones le depararon muchos padecimientos. Tras el nuevo viraje hacia el absolutismo, a partir de la nueva intervención francesa con la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823, huyó a Portugal, donde fue apresado. Pasó los últimos años de su vida encerrado, no era la primera vez, y torturado en la torre de San Julián de la Barra, donde murió en 1829. Su triste final y su accidentada biografía llevaron a autores como Rubio Llorente a definirle como un «liberal trágico».-Guillermo del Olmo.