MEMBRIO: Antes sr hacía aquí "El Lavatorio de los piés" hasta...

En la misa del jueves santo se escogen a doce hombres adultos a los que el sacerdote les lava los pies, este ritual se lleva a cavo para recordar cuando Jesús les lavó los pies a los doce apóstoles en la última cena como símbolo de amor, humildad y servicio hacia ellos.

Antes sr hacía aquí "El Lavatorio de los piés" hasta hace relativamenter poco... en tiempos del párroco D. Jacinto Sánchez de Cáceres, y solian ser los que pertenecvía a Acción Católica. En cuanto a ese traidor que comentas, Judas Iscariote... a tenido un gran peso a lo largo de los siglos en contra con el otro discípulo Judas Tadeo. Menos se sabe de que el traidor Judas, fue remplazado por Matias. Y ahí te dejamos "José Luis Bernal" colgadas algunas fotos para seguir comentando. SALUDOS.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
De donde proviene el lavado de pies?

En el antiguo Israel, muchas personas realizaban descalzas sus actividades diarias. No obstante, había quienes usaban unas sandalias que consistían en poco más que una suela sujeta con cintas al pie y al tobillo. Como los caminos y campos estaban llenos de polvo o incluso lodo, era inevitable ensuciarse los pies.
De ahí la costumbre de quitarse las sandalias al entrar en las casas. Además, era muestra de hospitalidad que el anfitrión —o uno de sus sirvientes— lavara los pies de los invitados. La Biblia habla en varias ocasiones de esta tradición.
Por ejemplo, cuando Abrahán recibió a unos visitantes en su tienda, dijo: “Que se traiga un poco de agua, por favor, y se les tiene que lavar los pies. Entonces recuéstense debajo del árbol.
Y permítaseme traer un pedazo de pan, y refresquen sus corazones” (Génesis 18:4, 5; 24:32; 1 Samuel 25:41; Lucas 7:37, 38, 44).
Esto nos ayuda a comprender por qué Jesús les lavó los pies a los apóstoles durante su última Pascua con ellos. Allí no estaba el dueño de la casa ni ningún sirviente, y todo parece indicar que los discípulos no se ofrecieron a realizar esa tarea.
De modo que, al tomar un recipiente con agua y una toalla para lavar y secar los pies a los apóstoles, Jesús les dio una lección de amor y humildad (Juan 13:5-17).
Acto seguido, Jesús les dijo: “Yo les he puesto el modelo, que, así como yo hice con ustedes, ustedes también deben hacerlo” (Juan 13:1-17).
En efecto, ellos también debían ser humildes. Aunque no captaron de inmediato la idea y esa misma noche discutieron sobre quién tenía más importancia, Jesús no se enojó, sino que razonó pacientemente con ellos (Lucas 22:24-27).
Nuestras palabras suelen revelar tanto lo que somos por dentro como lo que pensamos de los demás. Así lo reconoció Jesús cuando señaló: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón produce lo bueno; pero el hombre inicuo produce lo que es inicuo de su tesoro inicuo; porque de la abundancia del corazón habla su boca” (Lucas 6:45).
Entonces, si queremos que nuestras palabras sean una fuente de alivio, ¿qué podemos hacer?
El rocío que alivia la sequía es el conjunto de miles de gotitas que descienden con suavidad, sin que uno sepa de dónde salen. De igual manera, el alivio que ofrecemos a los demás no consiste en una sola acción noble, sino en el conjunto de obras cristianas que realizamos a favor del prójimo día a día.
El apóstol Pedro, a quien el Hijo de Dios le lavó los pies, comprendió el significado de aquel acto. Más tarde escribió: “Ahora que ustedes han purificado sus almas por su obediencia a la verdad con el cariño fraternal sin hipocresía como resultado, ámense unos a otros intensamente desde el corazón” (1 Ped. 1:22).
Y el apóstol Juan, que también estuvo presente en aquella ocasión, recordó a los cristianos: “Hijitos, no amemos de palabra ni con la lengua, sino en hecho y verdad” (1 Juan 3:18).
El apóstol Pablo escribió: “En amor fraternal ténganse tierno cariño unos a otros. En cuanto a mostrarse honra unos a otros, lleven la delantera” (Romanos 12:10). Si ponemos en práctica este consejo, lograremos ser, de palabra y obra, una auténtica fuente de alivio