- ¡Ostras! -se dijeron las flores- Este tronco no se corta un pelo ni se anda por las ramas. No solo va a dejarnos tiesas a nosotras, sino que él va a darse un dorado festín con las lubinas. Ha pedido angulas, langosta, aleta de tiburón y un rodaballo a la sal. La sal la echarán sobre nosotras y tendremos una sed impenitente durante todo el santo día. Y no podremos saciarla porque, con semejantes restricciones, no nos llega el agua a la boca… ¿Vamos a quedarnos aquí, contemplando este agravio descomunal mientras a él le abanican las nereidas? Hay que decir que las nereidas tenían buena pinta, como no podía ser de otra forma, pero en realidad eran lagartas humanas, demasiado humanas.