Ante el cariz que estaban tomando las cosas, ellas, las flores, consideraron que debían reunirse en una asamblea de cabreadas por falta de liquidez, en la que se tomó un acuerdo único, unánime e irreversible. Para darle traslado y cumplimiento, se pusieron todas encima o al borde de la mesa donde él saciaba vorazmente su gula, exprimieron sus cálices, sus corolas, sus estambres y sus pistilos y, del engrudo, salió una nube espesa de polen anímicamente envenenado que no tardó en contactar con la pituitaria del interfecto y de colársele por los ojos, marearle el cristalino y alborotarle mucho la niña.