El hombre, que, en efecto, tenía atragantados los moluscos, se puso oji-saltón y pidió socorro a gritos: “Agua, agua”… Las voces alertaron al jardinero que, interpretando a su manera, corrió a girar la llave de paso del jardín para devolverles a las flores el cuarenta y siete por ciento de la liquidez que le había sido expropiada sin compensación o justiprecio. O sea: por el morro. Y las flores se vistieron nuevamente de azucenas, de violetas, de hortensias, de jazmines, de jacintos… Y se plantaron, como personas que son, en los jardines de los lujosos palacios habitados por los gobernantes de turno, con la idea de trasladarles las advertencias siguientes: