OCURRIÓ UN DÍA COMO HOY.
Carolina Coronado Romero de Tejada (Almendralejo, Badajoz, 12 de diciembre de 1820 - Lisboa, 15 de enero de 1911. Escritora española, llegaría a ser calificada con el título de "El Bécquer femenino".
Nació en el seno de una familia acomodada de Almendralejo (Badajoz), de ideología progresista, lo que provocó que su padre y su abuelo fueran perseguidos. Tras mudarse a la capital de provincia, Badajoz, Carolina sería educada de la forma tradicional para las niñas de la época, costura, labores del hogar... pese a lo cual, ya desde pequeña mostró su interés por la literatura, y comienza a leer, robando horas al sueño, cualquier género u obra que puede conseguir. Por ello desarrolla una extraordinaria facilidad para componer versos con un lenguaje algo desaliñado e incluso con errores léxicos, pero espontáneo y muy cargado de sentimiento, motivado por amores imposibles, entre los cuales destaca Alberto de quien se duda si realmente llegó a existir, lo anula al casarse en Madrid a fecha de 1800 con Justo Horacio Perry, secretario de la embajada de EE. UU.
Carolina es una de las poetisas románticas más importantes de España, lo cual, no deja de ser poco común, en un país poco dado a reconocer los méritos intelectuales del sexo femenino. Su éxito profesional fue casi unánime. Escritores de la talla de Espronceda, o Zorrilla, la dedicaron sinceros elogios por su exquisita sensibilidad poética. Sin embargo, las desgracias de su vida familiar y unas extrañas patologías, hicieron que sus últimos años fueran dignos de cualquier novela de terror actual. Carolina sufría de catalepsia, esa enfermedad que te deja en un estado muy similar a la muerte, lo que podía provocar un enterramiento en vida, tal y como relató magistralmente Poe en uno de sus escritos. A ella le daban accesos de catalepsia con las emociones fuertes. La primera vez que le dio uno, despertó afortunadamente en su velatorio, dando un susto de muerte a todos los allí presentes.
Los siguientes ataques le sucedieron desgraciadamente a consecuencia de la muerte de sus dos hijos. A Carolina le obsesionaba la muerte, de hecho, esta idea es una de las fuentes de su inspiración poética, por ello, no podía soportar la idea de la separación definitiva de sus seres queridos.
Cuando murió su hijo pequeño, después de entrar en crisis, solo consiguió calmarse cuando su marido le prometió que su hijo no sería enterrado, sino emparedado en la catedral de la Almudena, de Madrid, para que ella pudiera ir a verlo cuando quisiera. Todo fue peor cuando murió su hija mayor. Nada podía consolarla y a riesgo de perder la razón, consiguió que el cadáver de su hija quedara en una urna de cristal en la sacristía de un convento madrileño, donde podría visitarlo libremente. Por desgracia para ella, su esposo, que la había ayudado a sobrellevar tan pesadas cargas, falleció antes que ella, mientras residían en Portugal. Entonces fue cuando Carolina consiguió de las autoridades el permiso para no enterrar a su esposo, dejando su momia expuesta en la capilla del palacio familiar. Allí permaneció 20 años, al cuidado de su amante esposa, incapaz de separarse de él si siquiera en el trance de la muerte.
Su residencia madrileña se hizo famosa por las tertulias literarias que en ella se realizaban, ya que sirvió como punto de encuentro para escritores progresistas y refugio de perseguidos, llegando a asistir algunos de los más renombrados autores del momento. Sin embargo, este refugio clandestino, causarían que sufriese la censura de la época.
Sus primeros poemas datan de la temprana edad de 10 años. La producción más importante de Corolina es la poética. Sus poemas fueron recogiéndose poco a poco en revistas, y más tarde, en 1843, se recopilaron en un volumen (Poesías) con prólogo de Hartzenbusch. En las posteriores ediciones de 1852 y 1872 se incorporaron nuevos poemas. Sin embargo, hasta hace poco no se ha podido conocer la totalidad de su obra. En prosa escribió un total de quince novelas, a destacar Luz, El bonete de San Ramón, La Sigea, Jarrilla, La rueda de la desgracia (1873) y Paquita (1850), ésta última considerada por algunos críticos como la mejor de todas. También escribió obras teatrales como El cuadro de la esperanza (1846), Alfonso IV de León, Un alcalde de monterilla y El divino Figueroa, aunque sólo logró estrenar la primera. El cuadro de la esperanza fue su obra más popular.
Carolina Coronado Romero de Tejada (Almendralejo, Badajoz, 12 de diciembre de 1820 - Lisboa, 15 de enero de 1911. Escritora española, llegaría a ser calificada con el título de "El Bécquer femenino".
Nació en el seno de una familia acomodada de Almendralejo (Badajoz), de ideología progresista, lo que provocó que su padre y su abuelo fueran perseguidos. Tras mudarse a la capital de provincia, Badajoz, Carolina sería educada de la forma tradicional para las niñas de la época, costura, labores del hogar... pese a lo cual, ya desde pequeña mostró su interés por la literatura, y comienza a leer, robando horas al sueño, cualquier género u obra que puede conseguir. Por ello desarrolla una extraordinaria facilidad para componer versos con un lenguaje algo desaliñado e incluso con errores léxicos, pero espontáneo y muy cargado de sentimiento, motivado por amores imposibles, entre los cuales destaca Alberto de quien se duda si realmente llegó a existir, lo anula al casarse en Madrid a fecha de 1800 con Justo Horacio Perry, secretario de la embajada de EE. UU.
Carolina es una de las poetisas románticas más importantes de España, lo cual, no deja de ser poco común, en un país poco dado a reconocer los méritos intelectuales del sexo femenino. Su éxito profesional fue casi unánime. Escritores de la talla de Espronceda, o Zorrilla, la dedicaron sinceros elogios por su exquisita sensibilidad poética. Sin embargo, las desgracias de su vida familiar y unas extrañas patologías, hicieron que sus últimos años fueran dignos de cualquier novela de terror actual. Carolina sufría de catalepsia, esa enfermedad que te deja en un estado muy similar a la muerte, lo que podía provocar un enterramiento en vida, tal y como relató magistralmente Poe en uno de sus escritos. A ella le daban accesos de catalepsia con las emociones fuertes. La primera vez que le dio uno, despertó afortunadamente en su velatorio, dando un susto de muerte a todos los allí presentes.
Los siguientes ataques le sucedieron desgraciadamente a consecuencia de la muerte de sus dos hijos. A Carolina le obsesionaba la muerte, de hecho, esta idea es una de las fuentes de su inspiración poética, por ello, no podía soportar la idea de la separación definitiva de sus seres queridos.
Cuando murió su hijo pequeño, después de entrar en crisis, solo consiguió calmarse cuando su marido le prometió que su hijo no sería enterrado, sino emparedado en la catedral de la Almudena, de Madrid, para que ella pudiera ir a verlo cuando quisiera. Todo fue peor cuando murió su hija mayor. Nada podía consolarla y a riesgo de perder la razón, consiguió que el cadáver de su hija quedara en una urna de cristal en la sacristía de un convento madrileño, donde podría visitarlo libremente. Por desgracia para ella, su esposo, que la había ayudado a sobrellevar tan pesadas cargas, falleció antes que ella, mientras residían en Portugal. Entonces fue cuando Carolina consiguió de las autoridades el permiso para no enterrar a su esposo, dejando su momia expuesta en la capilla del palacio familiar. Allí permaneció 20 años, al cuidado de su amante esposa, incapaz de separarse de él si siquiera en el trance de la muerte.
Su residencia madrileña se hizo famosa por las tertulias literarias que en ella se realizaban, ya que sirvió como punto de encuentro para escritores progresistas y refugio de perseguidos, llegando a asistir algunos de los más renombrados autores del momento. Sin embargo, este refugio clandestino, causarían que sufriese la censura de la época.
Sus primeros poemas datan de la temprana edad de 10 años. La producción más importante de Corolina es la poética. Sus poemas fueron recogiéndose poco a poco en revistas, y más tarde, en 1843, se recopilaron en un volumen (Poesías) con prólogo de Hartzenbusch. En las posteriores ediciones de 1852 y 1872 se incorporaron nuevos poemas. Sin embargo, hasta hace poco no se ha podido conocer la totalidad de su obra. En prosa escribió un total de quince novelas, a destacar Luz, El bonete de San Ramón, La Sigea, Jarrilla, La rueda de la desgracia (1873) y Paquita (1850), ésta última considerada por algunos críticos como la mejor de todas. También escribió obras teatrales como El cuadro de la esperanza (1846), Alfonso IV de León, Un alcalde de monterilla y El divino Figueroa, aunque sólo logró estrenar la primera. El cuadro de la esperanza fue su obra más popular.