OCURRIÓ UN DÍA COMO HOY.
Saturnino Martín Cerezo. (11 de febrero de 1866, Miajadas, Cáceres - 2 de diciembre de 1945, Madrid). Fue un militar extremeño muy célebre y considerado héroe después de encabezar "La resistencia en la Iglesia de Baler", Filipinas.
Siempre mostró una gran devoción por los libros y el estudio, pero tanto la mentalidad de la época, como la paupérrima situación de su familia, lo obligaron, desde muy joven, a trabajar en el campo para ayudar. Pero no tardaría mucho en darse cuenta de que eso no era lo suyo y se presentó voluntario, con 17 años, al ejército. En 1897 fue ascendido a teniente por ofrecerse como voluntario a Filipinas, para lo que era muy difícil encontrar soldados dispuestos.
Saturnino es un gran desconocido en su tierra. No sucede así en Baler (Filipinas), donde cada 30 de junio protagoniza una representación teatral dramatizada por los jóvenes del pueblo en el polideportivo.
Baler fue fundada en 1609 por el sacerdote español Blas Palomino. Está situada a 232 kilómetros de la capital del país, Manila. En 1898 era una pequeña aldea de 1.900 habitantes. El 10 de diciembre de ese año, mientras España firmaba en París un tratado por el que vendía Filipinas a Estados Unidos por 20 millones de dólares, 52 militares españoles resistían en Baler el asedio de los rebeldes filipinos sin enterarse de que la guerra había acabado.
Aún aguantarían atrincherados casi seis meses, hasta el 2 de junio de 1899. Ese día, izaron bandera blanca y Emilio Aguinaldo, el líder filipino, les perdonaba la vida y los trataba como héroes. Solo 33 regresaron a España. Entre ellos, Saturnino, el último de Filipinas, un teniente
disciplinado, terco y extremeño.
Dieciséis meses atrás, 49 militares españoles habían llegado a Baler al mando del capitán De las Morenas y de los tenientes Alonso y Martín Cerezo. El 27 de junio fueron atacados por los insurrectos filipinos y se hicieron fuertes en la iglesia del pueblo. El 18 de octubre murieron el capitán y el teniente Alonso y Saturnino quedó al mando. Él y 32 soldados sobrevivirían durante 337 días en 300 metros cuadrados casi sin alimentos (solo comían arroz, tocino rancio y habichuelas), hostigados sin pausa por el enemigo.
Saturnino era un hombre enérgico que incluso mandó fusilar a dos desertores. También era ingenioso. De ello dan fe sus artimañas para hacer incursiones nocturnas con el fin de robar calabazas y naranjas o cazar carabaos que pastaban despistados junto a la iglesia. Para complementar la dieta, asaban pájaros, gatos, ratas, serpientes y hasta un perro que tenían como mascota. Eso no evitó que 12 sitiados murieran por las enfermedad de beri-beri (falta de vitamina B) y otros tres por disentería. Solo dos murieron por disparos enemigos.
El sitio debería haber terminado el 10 de diciembre, cuando se firma la paz de París y altos mandos españoles se acercan, el día 12, a Baler para comunicárselo a Saturnino. Pero Martín Cerezo desconfía: piensa que sus compatriotas lo engañan y decide resistir.
A partir de ese momento, el autoasedio se convierte en una parodia con trazas, a veces, de vodevil. Los filipinos envían a mujeres para que se coloquen frente a la iglesia de Baler en posturas lascivas. Los soldados españoles, que llevan seis meses sin ver a una señora, se aprietan contra el muro para no perderse el espectáculo. El teniente Martín Cerezo reacciona obligándolos a jugar, a reír y a cantar a voces para desarmar la libido y no desertar por lascivia.
Entregan a Saturnino periódicos españoles que recogen la firma de la paz, pero no se los cree, piensa que son añagazas amañadas en una imprenta. Una mañana llega un muchacho con una bandera blanca y un mensaje. Saturnino le dispara a la mano donde porta la carta y el chico huye despavorido.
Unos y otros sufren trastornos sin cuento. Los filipinos de Baler pasan unas noches terroríficas. Creen ver fantasmas de españoles que salen de la iglesia y deambulan por el pueblo. Algunos nativos huyen despavoridos, incapaces de convivir con los tenaces resistentes de una fortaleza que es una iglesia en una guerra que ya es una paz.
Saturnino se aburre. Solo resiste, pero no combate. Para entretener el tedio, ojea distraídamente los periódicos 'falsos' que le han entregado. De pronto repara en una noticia: el teniente Díaz acaba de ser trasladado a Málaga. El extremeño pega un bote. Díaz era amigo suyo. Le había confiado su pretensión de trasladarse a Málaga hacía tiempo. Aquel diario era verdadero y la paz de la que informaba, también. Se acababa el asedio: izado de bandera blanca, salida como héroes de la iglesia y regreso a España.
El 28 de julio de 1899, Martín Cerezo embarcó junto con el destacamento en el puerto de Manila y llegó a Barcelona el 1 de septiembre y el 7 de ese mismo mes a Madrid, donde fue recibido por el ministerio de Guerra.
El 21 entró en Miajadas (Cáceres) bajo el apoteósico recibimiento de sus paisanos. Martín Cerezo fijó su residencia en Madrid, donde terminaría su carrera militar. Acostumbraba a ir a su tierra, concretamente a Los Canchos de Miajadas para dedicarse a su afición: la caza. Murió en Madrid, siendo general del Ejército.
Saturnino Martín Cerezo. (11 de febrero de 1866, Miajadas, Cáceres - 2 de diciembre de 1945, Madrid). Fue un militar extremeño muy célebre y considerado héroe después de encabezar "La resistencia en la Iglesia de Baler", Filipinas.
Siempre mostró una gran devoción por los libros y el estudio, pero tanto la mentalidad de la época, como la paupérrima situación de su familia, lo obligaron, desde muy joven, a trabajar en el campo para ayudar. Pero no tardaría mucho en darse cuenta de que eso no era lo suyo y se presentó voluntario, con 17 años, al ejército. En 1897 fue ascendido a teniente por ofrecerse como voluntario a Filipinas, para lo que era muy difícil encontrar soldados dispuestos.
Saturnino es un gran desconocido en su tierra. No sucede así en Baler (Filipinas), donde cada 30 de junio protagoniza una representación teatral dramatizada por los jóvenes del pueblo en el polideportivo.
Baler fue fundada en 1609 por el sacerdote español Blas Palomino. Está situada a 232 kilómetros de la capital del país, Manila. En 1898 era una pequeña aldea de 1.900 habitantes. El 10 de diciembre de ese año, mientras España firmaba en París un tratado por el que vendía Filipinas a Estados Unidos por 20 millones de dólares, 52 militares españoles resistían en Baler el asedio de los rebeldes filipinos sin enterarse de que la guerra había acabado.
Aún aguantarían atrincherados casi seis meses, hasta el 2 de junio de 1899. Ese día, izaron bandera blanca y Emilio Aguinaldo, el líder filipino, les perdonaba la vida y los trataba como héroes. Solo 33 regresaron a España. Entre ellos, Saturnino, el último de Filipinas, un teniente
disciplinado, terco y extremeño.
Dieciséis meses atrás, 49 militares españoles habían llegado a Baler al mando del capitán De las Morenas y de los tenientes Alonso y Martín Cerezo. El 27 de junio fueron atacados por los insurrectos filipinos y se hicieron fuertes en la iglesia del pueblo. El 18 de octubre murieron el capitán y el teniente Alonso y Saturnino quedó al mando. Él y 32 soldados sobrevivirían durante 337 días en 300 metros cuadrados casi sin alimentos (solo comían arroz, tocino rancio y habichuelas), hostigados sin pausa por el enemigo.
Saturnino era un hombre enérgico que incluso mandó fusilar a dos desertores. También era ingenioso. De ello dan fe sus artimañas para hacer incursiones nocturnas con el fin de robar calabazas y naranjas o cazar carabaos que pastaban despistados junto a la iglesia. Para complementar la dieta, asaban pájaros, gatos, ratas, serpientes y hasta un perro que tenían como mascota. Eso no evitó que 12 sitiados murieran por las enfermedad de beri-beri (falta de vitamina B) y otros tres por disentería. Solo dos murieron por disparos enemigos.
El sitio debería haber terminado el 10 de diciembre, cuando se firma la paz de París y altos mandos españoles se acercan, el día 12, a Baler para comunicárselo a Saturnino. Pero Martín Cerezo desconfía: piensa que sus compatriotas lo engañan y decide resistir.
A partir de ese momento, el autoasedio se convierte en una parodia con trazas, a veces, de vodevil. Los filipinos envían a mujeres para que se coloquen frente a la iglesia de Baler en posturas lascivas. Los soldados españoles, que llevan seis meses sin ver a una señora, se aprietan contra el muro para no perderse el espectáculo. El teniente Martín Cerezo reacciona obligándolos a jugar, a reír y a cantar a voces para desarmar la libido y no desertar por lascivia.
Entregan a Saturnino periódicos españoles que recogen la firma de la paz, pero no se los cree, piensa que son añagazas amañadas en una imprenta. Una mañana llega un muchacho con una bandera blanca y un mensaje. Saturnino le dispara a la mano donde porta la carta y el chico huye despavorido.
Unos y otros sufren trastornos sin cuento. Los filipinos de Baler pasan unas noches terroríficas. Creen ver fantasmas de españoles que salen de la iglesia y deambulan por el pueblo. Algunos nativos huyen despavoridos, incapaces de convivir con los tenaces resistentes de una fortaleza que es una iglesia en una guerra que ya es una paz.
Saturnino se aburre. Solo resiste, pero no combate. Para entretener el tedio, ojea distraídamente los periódicos 'falsos' que le han entregado. De pronto repara en una noticia: el teniente Díaz acaba de ser trasladado a Málaga. El extremeño pega un bote. Díaz era amigo suyo. Le había confiado su pretensión de trasladarse a Málaga hacía tiempo. Aquel diario era verdadero y la paz de la que informaba, también. Se acababa el asedio: izado de bandera blanca, salida como héroes de la iglesia y regreso a España.
El 28 de julio de 1899, Martín Cerezo embarcó junto con el destacamento en el puerto de Manila y llegó a Barcelona el 1 de septiembre y el 7 de ese mismo mes a Madrid, donde fue recibido por el ministerio de Guerra.
El 21 entró en Miajadas (Cáceres) bajo el apoteósico recibimiento de sus paisanos. Martín Cerezo fijó su residencia en Madrid, donde terminaría su carrera militar. Acostumbraba a ir a su tierra, concretamente a Los Canchos de Miajadas para dedicarse a su afición: la caza. Murió en Madrid, siendo general del Ejército.
El 29 de diciembre de 1945 se estrenaba en España la película 'Los últimos de Filipinas'. Dirigida por Antonio Román, contó con la participación de Fernando Rey y Toni Leblanc, entre otros.
La película narra la heroica gesta de medio centenar de soldados españoles, que a las órdenes del capitán de Infanteria Enrique de las Morenas y Fossy, aguantaron el asedio al que les sometieron los insurrectos filipinos en la iglesia de Baler, desde el 30 de junio de 1898 hasta el 2 de junio de 1899.
Durante el asedio, cincuenta y siete miembros formaban parte del contingente español, de los que sobrevivieron 38. Al frente de todos se encontraba el capitán de Infanteria Enrique de las Morenas y Fossy, que contaba con la ayuda de los tenientes Juan Alonso Zayas y Saturnino Martín Cerezo, (de Miajadas) primero y segundo al mando del Batallón Expedicionario de Cazadores n.º 2, que estaba destinado en Baler.
La película narra la heroica gesta de medio centenar de soldados españoles, que a las órdenes del capitán de Infanteria Enrique de las Morenas y Fossy, aguantaron el asedio al que les sometieron los insurrectos filipinos en la iglesia de Baler, desde el 30 de junio de 1898 hasta el 2 de junio de 1899.
Durante el asedio, cincuenta y siete miembros formaban parte del contingente español, de los que sobrevivieron 38. Al frente de todos se encontraba el capitán de Infanteria Enrique de las Morenas y Fossy, que contaba con la ayuda de los tenientes Juan Alonso Zayas y Saturnino Martín Cerezo, (de Miajadas) primero y segundo al mando del Batallón Expedicionario de Cazadores n.º 2, que estaba destinado en Baler.