LA JUSTICIA ES COMO LA SERPIENTE, SUELE MORDER AL QUE VA DESCALZO.
Cuenta la historia que Agapito Cuatrodedos Dosaires- De mote, “Caribón de Utrera”- tuvo una vida licenciosa y esperpéntica, aunque al final de sus días a punto estuvo de ingresar en el santoral (Se dice que por problemas burocráticos no lo consiguió) Eso no obvia para que en su momento histórico tuviese un papel relevante en la organización eclesial.
Contemporáneo de San polvorón bendito- De cuya biografía ha tiempo ya me ocupé en este foro- nació, como bien indica su mote, en Utrera, aunque él solía decir que había nacido en Bollullos del Condado (Huelva) allá por un 12 de octubre del año de 1476 de nuestro Señor. Ocurre que no tenía papeles y lo ingresaron en la inclusa de Utrera. De ahí su mote.
En dándose cuenta, ya de chiquillo, lo mal que estaba la vida, ingresó “motu proprio” en el convento de los monjes franciscanos de la Rábida (Cerca de Moguer) Más que nada, para poder llevarse de vez en cuando algo caliente a la boca.
Cuando él contaba con 16 años y era ya monje de nivel medio, ocurrió un hecho de mucha trascendencia histórica, como bien saben los lectores. Apareció por el convento un tal Cristóbal, que decían estaba como una cabra, y enseñándoles a todos los presentes las tres famosas carabelas que fondeaban en el puertecito, se dedicó a reclutar personal para la tan arriesgada aventura de descubrir el nuevo mundo. Agapito, no se lo pensó. Se enrollo, ligero de equipaje, en calidad de salvador de almas y se fue rumbo a lo desconocido.
Embarcó en la Capitana, junto a Cristóbal Colón. Su esencial función, como ayudante del padre de las Casas (Agustino él), era la evangelización de los indios y de paso, como función secundaria, enseñarles- en lo que estuviese en su mano- la lengua castellana.
Después de las calamidades pasadas en la travesía (Culpa, entre otros, de un tal Tolomeo, que midió la circunferencia terrestre como le salió del níspero duodenal- y que los más antiguos nos sabemos “in memoriam” de las enseñanzas de p’atrás-) ya varados en las playas del Caribe (Aunque ellos creían que eran las Indias) comenzó sus “misiones”. La evangelización no se le dio del todo mal, ya que aunque los indios veían la cruz y les sonaba a chino, haciendo por tanto caso omiso a su significado, solía ir acompañado de un tío que tenía malas pulgas, y un espadón de aquí te espero, que los hacía entrar en razones (A los indios, se entiende) Como quiera que el espadón terminaba en cruz, a modo de cruz, pues los indios relacionaban una cosa con la otra- craso error- y nada más ver ambas de dos, pues se arrodillaban “ipso facto”.
El problema surgió por el idioma. No había manera de que los indios, aun arrodillándose, fuesen capaces de rezar un padre nuestro como Dios manda. El caso es que el monje Agapito, le dio vueltas a la perola pensando cómo establecer un sistema de enseñanza idiomática. Llegó a una conclusión que él denominó “Trilogía Pedagógica Primaria” (TPP) – una especie de híbrido entre la alianza de civilizaciones y la educación para la ciudadanía, pero del siglo XV. Por lo cual, podemos considerarle un adelantado. La TPP, también denominada por los historiadores CEP (Cruz, Espada, Pene), tuvo un resultado excepcional.
Agapito, llegó a la conclusión de que los indios mayores no tenían capacidad de aprendizaje para el idioma. Tal es así que se dijo: “Los mejores para aprender son los pequeños, así que la próxima generación hablará castellano perfectamente”. Y la otra, y la otra. La fe, avanzaba a gran velocidad, la cruz y la espada funcionaban perfectamente. Sólo quedaba el pene. Pues sí, señoras y señores, Agapito llegó a la conclusión de que el pene solucionaría el problema del idioma.
Observando que las indias andaban por allí, tal y como vinieron al mundo; es decir, en pelotas, y que no ponían pegas a la hora del espolijamiento, se dijo: “Esta es la mía”. Consiguió una autorización papal (No me pregunten cómo) para que no se considerara pecado el ajuntamiento con hembra ajena (Saben Vds., que entonces era pecado mortal- que te daban matarile, vamos-) todo ello en justificación de un fin supremo: el aprendizaje del idioma. Dicho y hecho. Autorizó a todo español viviente a aplicar corrientes a las indias, sin miramientos. Pero, mirando p’a Utrera. Los españoles, claro está, no pusieron pegas. Las consecuencias son obvias. Miles de niños al cabo del poco tiempo aprendiendo castellano, que a su vez fueron enseñando a otros, y así hasta la fecha.
Alguien me dijo a mí, en esas charlas filosóficas que mantengo conmigo mismo, que los extremeños habían montado en Sudamérica, la escuela de idiomas más importante del mundo- Y eso que dicen que eran analfabetos, me dije yo- Así, por real decreto.
El caso es que de vuelta Agapito para España, se instó a que lo santificaran por su innovación en la cosa pedagógica. Pero, no tuvieron a bien en Roma (Dicen que dijeron que no estaría bien visto; además, dudaban de que Agapito no hubiese participado activamente en la prosecución del buen fin de la empresa) Así que, a lo más que llegó fue a lo de “Caribón de Utrera” (Por lo del Caribe y por lo de Utrera- Lo digo por si las moscas-) Duque de la TPP.
Todo esto que yo escribo, como pueden Vds., comprobar, lo saco de la no sé qué pedia. Ah, y no les ocurra copiarlo sin autorización porque, aunque no tiene valor literario alguno, lo tengo registrado en lo de la propiedad intelectual. Saludos. PC
Cuenta la historia que Agapito Cuatrodedos Dosaires- De mote, “Caribón de Utrera”- tuvo una vida licenciosa y esperpéntica, aunque al final de sus días a punto estuvo de ingresar en el santoral (Se dice que por problemas burocráticos no lo consiguió) Eso no obvia para que en su momento histórico tuviese un papel relevante en la organización eclesial.
Contemporáneo de San polvorón bendito- De cuya biografía ha tiempo ya me ocupé en este foro- nació, como bien indica su mote, en Utrera, aunque él solía decir que había nacido en Bollullos del Condado (Huelva) allá por un 12 de octubre del año de 1476 de nuestro Señor. Ocurre que no tenía papeles y lo ingresaron en la inclusa de Utrera. De ahí su mote.
En dándose cuenta, ya de chiquillo, lo mal que estaba la vida, ingresó “motu proprio” en el convento de los monjes franciscanos de la Rábida (Cerca de Moguer) Más que nada, para poder llevarse de vez en cuando algo caliente a la boca.
Cuando él contaba con 16 años y era ya monje de nivel medio, ocurrió un hecho de mucha trascendencia histórica, como bien saben los lectores. Apareció por el convento un tal Cristóbal, que decían estaba como una cabra, y enseñándoles a todos los presentes las tres famosas carabelas que fondeaban en el puertecito, se dedicó a reclutar personal para la tan arriesgada aventura de descubrir el nuevo mundo. Agapito, no se lo pensó. Se enrollo, ligero de equipaje, en calidad de salvador de almas y se fue rumbo a lo desconocido.
Embarcó en la Capitana, junto a Cristóbal Colón. Su esencial función, como ayudante del padre de las Casas (Agustino él), era la evangelización de los indios y de paso, como función secundaria, enseñarles- en lo que estuviese en su mano- la lengua castellana.
Después de las calamidades pasadas en la travesía (Culpa, entre otros, de un tal Tolomeo, que midió la circunferencia terrestre como le salió del níspero duodenal- y que los más antiguos nos sabemos “in memoriam” de las enseñanzas de p’atrás-) ya varados en las playas del Caribe (Aunque ellos creían que eran las Indias) comenzó sus “misiones”. La evangelización no se le dio del todo mal, ya que aunque los indios veían la cruz y les sonaba a chino, haciendo por tanto caso omiso a su significado, solía ir acompañado de un tío que tenía malas pulgas, y un espadón de aquí te espero, que los hacía entrar en razones (A los indios, se entiende) Como quiera que el espadón terminaba en cruz, a modo de cruz, pues los indios relacionaban una cosa con la otra- craso error- y nada más ver ambas de dos, pues se arrodillaban “ipso facto”.
El problema surgió por el idioma. No había manera de que los indios, aun arrodillándose, fuesen capaces de rezar un padre nuestro como Dios manda. El caso es que el monje Agapito, le dio vueltas a la perola pensando cómo establecer un sistema de enseñanza idiomática. Llegó a una conclusión que él denominó “Trilogía Pedagógica Primaria” (TPP) – una especie de híbrido entre la alianza de civilizaciones y la educación para la ciudadanía, pero del siglo XV. Por lo cual, podemos considerarle un adelantado. La TPP, también denominada por los historiadores CEP (Cruz, Espada, Pene), tuvo un resultado excepcional.
Agapito, llegó a la conclusión de que los indios mayores no tenían capacidad de aprendizaje para el idioma. Tal es así que se dijo: “Los mejores para aprender son los pequeños, así que la próxima generación hablará castellano perfectamente”. Y la otra, y la otra. La fe, avanzaba a gran velocidad, la cruz y la espada funcionaban perfectamente. Sólo quedaba el pene. Pues sí, señoras y señores, Agapito llegó a la conclusión de que el pene solucionaría el problema del idioma.
Observando que las indias andaban por allí, tal y como vinieron al mundo; es decir, en pelotas, y que no ponían pegas a la hora del espolijamiento, se dijo: “Esta es la mía”. Consiguió una autorización papal (No me pregunten cómo) para que no se considerara pecado el ajuntamiento con hembra ajena (Saben Vds., que entonces era pecado mortal- que te daban matarile, vamos-) todo ello en justificación de un fin supremo: el aprendizaje del idioma. Dicho y hecho. Autorizó a todo español viviente a aplicar corrientes a las indias, sin miramientos. Pero, mirando p’a Utrera. Los españoles, claro está, no pusieron pegas. Las consecuencias son obvias. Miles de niños al cabo del poco tiempo aprendiendo castellano, que a su vez fueron enseñando a otros, y así hasta la fecha.
Alguien me dijo a mí, en esas charlas filosóficas que mantengo conmigo mismo, que los extremeños habían montado en Sudamérica, la escuela de idiomas más importante del mundo- Y eso que dicen que eran analfabetos, me dije yo- Así, por real decreto.
El caso es que de vuelta Agapito para España, se instó a que lo santificaran por su innovación en la cosa pedagógica. Pero, no tuvieron a bien en Roma (Dicen que dijeron que no estaría bien visto; además, dudaban de que Agapito no hubiese participado activamente en la prosecución del buen fin de la empresa) Así que, a lo más que llegó fue a lo de “Caribón de Utrera” (Por lo del Caribe y por lo de Utrera- Lo digo por si las moscas-) Duque de la TPP.
Todo esto que yo escribo, como pueden Vds., comprobar, lo saco de la no sé qué pedia. Ah, y no les ocurra copiarlo sin autorización porque, aunque no tiene valor literario alguno, lo tengo registrado en lo de la propiedad intelectual. Saludos. PC