MEMBRIO: pues no te creas las ancas no devén estar muy malas....

La cocina de la muerte: al rico sapo venenoso

Siempre ha habido muchas brujas en Extremadura, incluso de las asesinas, “de las que inyectaban cualquier cosa a una naranja y te la daban a comer. Y el que se la comía, cascaba”. Así de clarito se lo contaba un vecino de La Codosera al antropólogo Luis M. Uriarte, hace unos pocos años.
Hablábamos hace poco del éxito de las manzanas envenenadas por estos lares, pero no eran los únicos alimentos peligrosos. Las brujas se cuidaban muy mucho de buscar ingredientes letales en la naturaleza, a falta de farmacias en los pueblos.

En la misma Codosera, a mediados del siglo XX todavía se podían encontrar uno. Mientras paseaba, varios sapos colgados en las parras, atados por una pata con una cuerda, y debajo, un plato estratégicamente colocado recogiendo la baba de los sapos. Y es que en la Codosera había una bruja. Se llamaba la Tía Lechona. Las madres enseñaban a los chiquillos que, al pasar por su puerta, tenían que hacer la higa con los dedos, para protegerse.

Y todavía hay paisanos que recuerdan haber visto, pasando el arroyo Abrilongo, entre unas cañas, un zapallón (sapo enorme donde los haya) con el pellejo de medio cuerpo arrancado. Al parecer, aquella piel la cogían las brujas, la metían en una cajita y la introducían en el horno, “y aquello se secaba y lo remolían y era como harina”. Luego lo mezclaban con una almendra, o un caramelo, o te echaban un poquito en un vaso de agua… y cascabas.

Un buen sapo servía para casi todo (Jimber)
Noticia del Diario Hoy

Saludos

CUANTO JUEGO DABA ESTE BATRACIO:

Debía tener el sapo buena predicación entre las brujas, porque ya en el siglo XVIII a Francisca la Rubia, “La Chaparra”, la pilla una vecina, en Jerez de los Caballeros, trasteando de noche en la candela y quemando un gigantesco sapo. La Chaparra se disculpa diciendo que era para curar a La Najarra, una señora del pueblo que al parecer estaba hechizada, pero la vecina se chiva y acaba ante la Santa Inquisición.

Y si nos remontamos aún más en la historia de Extremadura nos encontramos en Trujillo a Isabel García. Estamos en el siglo XVII y tiene unos extraños sapos viviendo en su casa debajo de la tarima y en algunos agujeros. Los sapos, por lo visto, miran a las visitas de manera impertinente, y en el pueblo se asegura que cuando alguno está enfermo o hechizado mejora al poco tiempo si se agarra un sapo de Isabelita y se quema bien churruscadito.

Muertos o vivos, los sapos eran muy útiles (Jimber)

El batracio acabó ardiendo, y a Isabel le faltó poco, porque como descubre el investigador Fermín Mayorga los vecinos también la denunciaron al Tribunal del Santo Oficio.

Y es que los pobres sapos servían para un roto y para un descosido. En fresco, valían para envenenar las aguas; cocidos, para hacer pócimas y ungüentos, y abiertos en canal y colocados en la garganta servían para “reventar” las anginas. Y hasta predecían el tiempo, porque nuestros paisanos saben que “cuando el sapo canta fuerte, agua promete”, y que “cuando al sapo ves andar, agua primaveral”… avisados quedan.
Noticia del Diario Hoy.
Saludos

FLORDENORA, mira bien a donde fue a parar este vicho, ya habrás leido los platos que hacían con ello.
Si aparece LOREN/LOLI por hay ten cuidao, porque como le gusta tanto la cocina es capaz de hacer un experimento, yo por si acaso si me invita, miraré la comida con lupa o mejor la llevo a Valencia para examinarla, por si acaso...
Saludos...

pues no te creas las ancas no devén estar muy malas. amas he leido que la sopa de sapo '' te da alas'' jeje jiji jaja