Luz y gas para ti

MEMBRIO: Los técnicos ferroviarios españoles llaman al tren...

Los técnicos ferroviarios españoles llaman al tren rápido que se construye entre Madrid y Badajoz el Ave del Okavango. Ironizan así sobre este ferrocarril construido a base de tramos levantados en medio de la nada, sin enlazar aún unos con otros, con los accesos a las ciudades en el aire. Un tren de alta velocidad que debería llegar al mar, a Lisboa, y acaba en la tierra más despoblada de España, como si no tuviera fuerzas para llegar a su destino natural y rentable: una gran capital europea.

La comparación del AVE extremeño con el río Okavango es muy poética, pero muy cruel. Al Okavango se le llama "El río que se olvidó de llegar al mar". Nace en las tierras altas de Angola, avanza lentamente por África y no desemboca, sino que muere en mitad de la nada, más exactamente, se diluye y desaparece en un abanico fluvial esplendoroso, en un delta que nutre el desierto del Kalahari, incapaz de llevar agua y fuerzas para llegar hasta el mar.

Siempre nos quedará el consuelo de que el lugar donde muere el Okavango es un paraíso terrenal lleno de cabañas de lujo, hoteles de primera y paisajes y fauna única. Es decir, algo así como Extremadura, pero cambiando el río por el tren.

La ironía de los ingenieros de ferrocarriles nos avisa de lo que se espera del AVE extremeño: que sea un fracaso económico, que no lleve casi viajeros y que se convierta en otra de las obras faraónicas sin sentido de los tiempos de bonanza como los aeropuertos de Castellón, Murcia, Ciudad Real y Huesca o el AVE de Sevilla a Antequera. Ya veremos si tienen razón los técnicos o si solo se trata de una broma de mal gusto.
Pero más allá de la ironía, sí es verdad que esta tierra padece un síndrome del Okavango del que le cuesta librarse. Hasta en la actualidad más 'palpitante' parece distinguirse el agua parsimoniosa del Okavango camino de la nada. Ahí está esa moción de censura imposible que ha presentado Fernández Vara y que circulará lentamente por lo meandros de la política hasta diluirse en un delta sin mar. O ese esfuerzo frustrante del equipo de baloncesto de Cáceres por ascender a una LEB Oro que abandonó el año pasado porque no la podía pagar.

La historia nos ha enseñado a convivir con el derrotismo y el fiasco y nos ha hecho escépticos, sensatos y prudentes. Seguimos a Landero cuando apunta que para ser razonablemente felices, «lo primero es aceptar las reglas de la vida» y hacemos nuestra la máxima de Goethe: «La felicidad consiste en limitarse».

O sea, nos controlamos, no nos creemos casi nada y sabemos que la idealidad es engañosa. Es decir, no es que no queramos llegar al mar, se trata, simplemente, de que no nos lo creemos y preferimos diluirnos sensatamente en el presente, en lo que hay. Es decir: el Okavango.

Quisiéramos tener vuelos low cost, trenes a 300 kilómetros llenos de viajeros portugueses y un desarrollo de nuestras inmensas posibilidades siempre despreciadas, pero la historia nos ha enseñado a no soñar, a conformarnos con lo que tenemos aun a sabiendas de que es injusto. Lo dicho, el Okavango o el paraíso sin salida. Miramos al cielo al atardecer, vemos la estela de siete aviones que se cruzan y ninguno aterriza. Pero nos da lo mismo porque hemos asumido la realidad y no nos avergüenza. Es lo que hay.

Dice un filósofo muy alemán, pero muy extremeño, Isidoro Reguera, y dice bien, que somos materialistas, pegados al suelo, nada pretenciosos, faltos de cualquier idealidad, rellenos de sentido común, asimilados a una tierra que al final nos va a acoger de todos modos sin preguntas, sin respuestas. O sea, el Okavango.
Saludos
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Pero primo que manera de empezar la mañana es que no hay paseo a orilla del mar con lo bonito que es eso, que suerte vivir junto al mar, playa todo el año, ver las olas alborotadas y gaviotas cazando peces. Un abrazo.